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Sobre el Maestro Piero Gamba (II)

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Estimados amigos de La Tertulia,

Este pasado viernes La Tertulia comentó el fallecimiento del destacado director Piero Gamba, y el Ing. Juan Grompone introdujo el tema de los niños prodigios. Tuve el privilegio de actuar con el maestro Gamba en el Ciclo de Abono de la Orquesta Sinfónica del SODRE en el año 1965, cuando yo tenía 17 años. Hicimos el Concierto en Sol de Ravel y fue una maravillosa experiencia musical y personal para mí. Piero era de una simpatía y calidez arrolladoras, su personalidad era muy carismática. Todos los que lo conocimos guardamos un recuerdo muy afectuoso de él.

En cuanto a los niños prodigios, mi amigo, el Dr. Alejandro Abal, me mencionó como un ejemplo de este tipo de «fenómeno». Es cierto que me puedo identificar con esta descripción en el sentido de que aprendí a solfear y leer música a los tres años de edad, y di mi primer recital en el Ateneo de Montevideo a los ocho años, en 1956. Por eso, quiero hacer algunos breves comentarios sobre lo dicho por el Ing. Grompone.

Grompone dijo, con acierto, que muchos niños prodigios no alcanzan, de adultos, la fama y el reconocimiento internacionales que se podría esperar de ellos. Me gustaría, primero, darle vuelta a la observación de Grompone y señalar que el 99,9% de las grandes estrellas de la música clásica, HAN SIDO NIÑOS PRODIGIOS. Para llegar a la cumbre del arte de la ejecución musical, es necesario iniciar la formación en la niñez, en algunos casos a los tres años o antes, para luego dedicar décadas al desarrollo de la técnica y de la musicalidad. Nibya, Mariño, Martha Argerich, Daniel Barenboim, Nelson Freire, por citar algunos casos que nos son muy familiares por sus nacionalidades, fueron todos excepcionalmente dotados niños prodigios.

¿Qué pasa con aquellos que no llegan al estrellato? Me extraña mucho que el Ing. Grompone, marxista de renombre, no haya invocado en primer lugar las razones económicas: después de que el niño prodigio deja de ser mantenido por sus padres y por becas, ¡es necesario ganarse la vida! El estrellato, esa condición que garantiza una vida acomodada en la que el músico solo tiene que preocuparse por desarrollar su arte, es un espacio en el que hay cabida para muy pocos. La carrera de ejecutante es despiadadamente darwinista y solo sobreviven los elegidos. En general muchos ex-prodigios terminan en la docencia, en una carrera académica que en algunos casos, por ejemplo en las grandes universidades de los EE.UU., les proporciona una vida económica segura y de alto nivel. Otros, como fue mi propio caso durante 30 años, derivan hacia alguna profesión que les permita seguir el trabajo diario en el instrumento, y también tener un buen pasar: ingresé a las Naciones Unidas en Nueva York (saludo a mi colega y ex-funcionario de la ONU Gonzalo del Castillo, aunque nuestros pasos nunca se cruzaron) en calidad de intérprete simultáneo de conferencias. La carga de trabajo de un intérprete, por razones de la exigencia y estrés de la actividad, es de solo 21 horas semanales; pude dedicar el resto de mi tiempo a mantener en forma mis dedos, pero al apartarme de la vida estrictamente musical, cerré el camino a cualquier ambición de estrellato.

En segundo lugar, no siempre la carrera inicial del niño prodigio responde a su propia voluntad o vocación. En muchísimos casos, la condición de adulto le permite al precoz músico hacer una evaluación y un balance de su vida hasta ese momento, y con sorprendente frecuencia, el resultado de ese balance es reconocer que pasar el resto de la vida en un escenario, en esas condiciones de competitividad darwiniana que mencionaba antes, no es para él o para ella. En otras palabras, ser un niño prodigio puede o no llevar a una vida de fama y reconocimiento en la actividad inicial, pero cuando no se llega a esa meta, los factores que lo impiden no tienen que ver necesariamente con la precocidad, sino con fuerzas económicas o psicológicas superiores.

Me disculpo por el «rollo», y les envío a todos el cordial saludo de un fiel oyente.

Alberto Reyes

 


La Tertulia de los Viernes: Piero Gamba, que fue director de la Ossodre, falleció a los 85 años

 


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