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LHG: Olvidamos que Rusia no se puede mudar.

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HEMOS OLVIDADO QUE RUSIA NO SE PUEDE MUDAR
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En los primeros pasos de esta crisis global que incluye esa desafortunada guerra artificial ucraniana, hubo un reverdecer de la sociedad académica cercana a la Geopolítica. Analistas, académicos, estudiantes y lectores como yo, periodistas e incluso economistas hemos hecho un papel bastante infantil e incluso distraído cuando hemos sido llamados a opinar sobre lo que sabemos, pero también sobre lo que no sabemos.
Sin ser militares o estrategas políticos, sin embargo, hemos arriesgado teorías y prospectiva muchas veces irresponsablemente.

Al igual que Saint Exupery en su dedicatoria de El Principito, puedo disculparme con excusas.

Tengo una primera excusa: las informaciones, opiniones y editoriales que muchas veces son nuestra materia prima para formarnos ideas, estudiar y aprender están mayormente sesgadas como nunca antes en la historia. Medios de renombre internacional han olvidado sus declaraciones de principios, los decálogos de ética periodística y las practicas más nobles e insobornables del oficio bajo la lluvia de amenazas y advertencias de un poder hegemónico que ve tambalear su reino. En otros casos, sin amenazas, han optado por ser socios en la empresa en busca de recompensas posteriores.

Tengo una segunda excusa: las voces de la otra trinchera han sido silenciadas, canceladas, evaporadas del escenario informativo mundial. Basta la acusación de ejercer una campaña de desinformación a alguno de los portales y medios rusos para hacer exactamente eso mismo de que se les acusa: desinformar, mentir, cancelar. Un análisis del cual podrían extraerse conclusiones para un analista lucido, se saca del radar, se elimina. La imperativa necesidad de escuchar otras campanas para confrontar ideas ya no tiene respuesta.

Tengo además una tercera excusa: aterrorizadas con ser condenadas por justificar una guerra y ser a su vez cancelados por esta sociedad post-moderna políticamente correcta, aquellas voces discordantes, provocadoras, inteligentes y analíticas que podrían habernos centrado, ayudado a entender y traer luz a estos callejones oscuros, han permanecido mudas, quietas, pétreas y temerosas.

Hoy asistimos a un desguace criminal de un país por una potencia trasnochada mientras cínicamente sus vecinos regalan camisetas azules y amarillas, se prenden lazos en sus abrigos y se rasgan las vestiduras por una guerra que ven de lejos y saben que no integrarán.
Saludan desde el balcón a la fila de ucranianos que marchan a sus fosas comunes.
Estos vecinos, en un alarde de disociación de la realidad, además, ensayan discursos sobre valores, principios y hablan de unidad mientras por detrás se pelean por gasoductos, cuotas de refinerías y migajas de gas licuado, tal como hace treinta meses se sacaban los ojos por mascarillas, vacunas o test de Covid.
Han tenido suerte, mucha suerte, porque teniendo en cuenta el crecimiento de la derecha nacionalista en el último lustro en todo el continente europeo, es un milagro que no haya verdaderas “primaveras árabes” pidiendo explicaciones de cómo sus líderes permiten que sus poblaciones sufran desabastecimiento, más pobreza (y dentro de un semestre hambre y frio) tirando los muebles a la fogata de una guerra artificial por satisfacer las necesidades urgentes de Washington.
No podrían explicarlo.
No podrían dar una respuesta razonable cuando se le pregunte a la líder verde de la coalición alemana porque hace un año aceptaba una coalición para morir luchando por los objetivos de paz, medio ambientales y de solidaridad social mientras hoy firma decretos articulando el mayor rearme alemán en ochenta años, o sea el mas caro de la historia.
El oso ruso esta desatado, según el relato. Todos sabemos, pero no se dice en voz alta, que solo está cumpliendo objetivos militares para llegar a metas políticas. Sabemos que ya casi las logró. Sabemos que las sanciones han sido una oportunidad para que salga de su zona de confort y termine abasteciendo de energía a toda Asia y de seguridad paramilitar a media África.
Como dije en algún seminario: la pistola humeante está en las manos de Putin, pero muchos son culpables del homicidio.
Cuando el rio subió, Washington salvo la ropa, disciplinó a medio planeta, su industria militar creció y gano muchísimo dinero forzando a aliados a armarse con las armas que vendía. El senado de Estados Unidos seguirá aprobando decenas de miles de millones para sostener una resistencia improbable más acá del Rio Dniéper, mientras Rusia se acomoda del otro lado. Muchos diplomáticos empiezan a preguntarse en qué momento Zelenski dejará de ser útil.

Pero la realidad es porfiada.
Medio centenar de países sigue comerciando con Rusia, los intercambios en rublos se multiplican y los oleoductos y gasoductos se reorientan rápidamente hacia el Este. Las divisas de reservas en dólares pasaron de ser un 80% a un 59% en todo el planeta en solo 60 días.

En el área financiera, que hipotéticamente sigue siendo unipolar, los países ubicados en los anillos concéntricos geográficos desde Moscú se han adaptado a un comercio extra-dólar en el ambiente asiático. India, el sudeste, el cuerno de África, el Sahel, ya tienen un intercambio creciente con China y Rusia obteniendo infraestructura y protección paramilitar respectivamente.
Es evidente que un desafío global como el chino debe encararse con acciones globales.
Es evidente que Washington lucha por su subsistencia a largo plazo, igual que Moscú o Beijing. Es comprensible soltar la rienda a los caballos del Apocalipsis si es necesario para sobrevivir. Pero el problema principal es que no hay una guerra que mostrar, un campo de batalla tangible que utilizar para la victoria, salvo la torpe situación de Ucrania en una torpe actuación diplomática de una torpe administración estadounidense.
Solo ha servido para distraer la puesta en marcha de una tercera guerra mundial en el Indo Pacifico, esta vez tecnológica, económica, comercial y cultural. Es una guerra sin campos de batalla palpables, pero es una guerra al fin. Tucídides ha tenido razón, su máxima se cumple y ya está sucediendo, desde hace un lustro.

Desde el Potomac se ve la cuestión rusa como un paso previo a la desarticulación de Beijing. Primero se acorrala y se desintegra a los eslavos y luego, sin su aliado militar, Xi Jinping será rodeado, aislado y dominado.
Otra vez Occidente juega al ajedrez mientras China juega al Go.
Biden quiere atacar, reducir y descabezar al rey adversario, mientras que Beijing rodea, aísla y asfixia a sus adversarios. Salvo que se queme el tablero, el viento corre a favor de China. Tiene más tiempo, más claro su objetivo, más población que soporte su sistema (que depende mucho de la escala) pero sobre todo tiene lo necesario para ser favorito: paciencia.

Hemos aprendido estos meses sobre el hearthland, sobre la difícil empresa de conquistar un país que está en el corazón de un continente. Se ha presionado a los europeos a cancelar a Rusia, a sustituir sus insumos y su comercio por otros venidos de lejanos lugares en un improbable ejercicio de construir un sistema paralelo de suministros con gas catarí, petróleo argelino y otros tan elaborados orígenes, gestando una logística que es cualquier cosa menos sostenible en el tiempo.

El consejo editorial del New York Times, consejeros de seguridad nacional, miembros de la alianza atlántica y algunos líderes del Mediterráneo empiezan a pensar en términos de costo beneficio y a preguntarse por las líneas rojas del conflicto de Ucrania. Empiezan a sugerir cambiar el tono con Kiev , a la que se le han dado ilimitadamente armas de portes importantes sin casi ningún control. El concepto de que Putin no va a perder porque no puede perder se está haciendo carne.

Por otro lado, mendigar por el mundo por energía que no se tiene porque no se quiere comprar a un proveedor que está a trescientos kilómetros de distancia, es un sapo difícil de tragar, aún más cuando se ha hecho todo el proceso diplomático de rodillas mirando al oeste.

Las negociaciones llegarán como cae una fruta madura de un árbol, es ineludible.
La guerra terminará. Pero cinco minutos después alguien mirará un mapa y se dará cuenta de que Rusia sigue allí, muy cerca. No dejará de ser una amenaza, ni dejará de sentirse amenazada.
En su inmensidad seguirá siendo el proveedor mas cercano y barato de energía, con un gobierno estable y en alguna medida conocidas sus fobias, miedos y traumas.

La Canciller Merkel pronto vió la ventaja estratégica (leí que era lectora de Kaplan) y la oportunidad de establecer lazos comerciales duraderos. La receta será mantener a sus lideres presentes en los salones de baile occidentales y obtener a cambio seguridades vitales para un crecimiento industrial.

Pero no puedes obtener lo segundo si no estas dispuesto a lo primero.
Si enseñas los dientes o en algún caso no comprendes porque los enseña el oso ruso y abandonas la sonrisa, el grifo se cerrará.

Olaf Scholtz parece muy aplicado en repetir su discurso, bailando sobre las cenizas de su anterior jefa y predecesora: "una política contemporizadora con Moscú nos llevó a una dependencia en caso de guerra". El canciller extrapola los términos de una hipótesis logrando una profecía autocumplida. Lo que Scholtz no parece comprender es que la política de Merkel aseguro abastecimiento y no implicaba dependencia porque … con Merkel no habría guerra.

Los dados, ahora, ya están echados.
Rusia puede abocarse a la protección de su burbuja cultural, militar, económica y política. Siempre lo ha hecho.
Puede también pactar como el Fausto canjeando su alma por un lugar en el palco de honor del desfile dominante de China en el futuro del Indo Pacifico (puede hacerlo en Samarcanda el 15 de este mes). Puede incluso terminar de crear un sistema financiero más soberano e independiente, aunque eso signifique aislarse.
Puede hacer el ejercicio de mutar a una sociedad más abierta, dinámica y cercana a los cánones occidentales , pero eso no sería creíble y créanme, no sería deseable porque implicaría que se licuara la tradición político-cultural eslava, va en contra de su know-how.

Lo único que no puede hacer es mudarse. Moscú lo sabe, pero Bruselas parece haberlo olvidado.

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La Hora Global: 60 minutos para comprender el nuevo desorden mundial

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La Hora Global:

Este nuevo programa de Radiomundo busca analizar los hechos internacionales, no solo las noticias. Es un momento de profundos cambios de índole social, político y económico en todo el planeta, que incluyen desde la presidencia de Donald Trump en EEUU, el Brexit y la crisis de los refugiados en Europa y el viraje ideológico en América Latina, hasta una China protagonista como potencia mundial. Nada surge de la nada: la objetividad y un enfoque descriptivo serán en este programa buenas herramientas para llegar a conclusiones, entendiendo causas y consecuencias.

Conduce: Gustavo Calvo. Con Leo Harari
Emisión: Martes y jueves de 15 a 16 hs.

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Foto en Home: Europa y Rusia (Pixabay)