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“Gracias, Maestro. Y dejémonos de macanas”

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Desde el título de su carta, Alejandro trasluce su admiración por el trabajo del maestro Oscar Tabárez al frente del seleccionado de fútbol. Al mismo tiempo, destaca que el equipo no representa a los uruguayos, pese a que todos creemos identificarnos con sus virtudes. 


Miro los partidos de la Selección de Fútbol de Uruguay y no termino de admirarlos, no termino de sorprenderme de lo que ese grupo de millonarios ha logrado. Porque no los voy a tratar de muchachos: los voy a llamar millonarios; para provocar, nomás.

¿Estoy siendo despectivo? No, al revés: estoy elogiándolos hasta donde pueda, hasta donde llegue mi imaginación, porque son un grupo de millonarios, la mayoría de orígenes humildes, pero educados, cordiales, buena gente, atentos y trabajadores; en el Uruguay despreciamos a los millonarios porque: “Andá a saber cómo la hicieron”. Pero estos sabemos cómo la hicieron, a puro talento y sacrificio, aunque aquel de chico era un gordito, el otro tenía un hermano que era mucho mejor, y el de más allá tuvo demasiada suerte, porque nosotros le encontramos un pero a todo.

¿Por qué dije Selección de Fútbol de Uruguay, y no Uruguay a secas?

Porque no quiero generalizar, ni para un lado ni para el otro. Porque eso no es el Uruguay; eso es una isla de este país, como algunas otras, pero no es igualito a todo el resto. Nosotros nos queremos subir al carro con urgencia, pero ese carro no admite gente sin ciertas virtudes.

El Uruguay, sobre todo en la capital, está lleno de prepotentes, no tenemos más que observar nuestro tránsito vehicular, no existe la gentileza, no existe el gesto amigable, existe la grosería. Si repartiéramos tarjetas amarillas a nuestras actitudes diarias, no solo en el tránsito nos traeríamos para casa, cada uno de nosotros, varias en cada día de la semana. Ellos en cuatro partidos mundialistas de alta tensión apenas recibieron una.

En esta ciudad no se dice “buen día” al entrar a un comercio, al subir a un ómnibus, al entrar a un ascensor, o al pasar por una caja de un supermercado, salvo excepciones;  en el Complejo Celeste era obligatorio saludar a todos, decir por favor y muchas gracias; ahora no lo es más porque se transformó en costumbre, a la gente educada no hay que obligarla. Miren las conferencias de prensa, no precisan mucho más que eso para darse cuenta de la educación que ostentan.

En el Complejo Celeste no se desayuna, ni almuerza, ni se cena con celulares en la mano. Se conversa, se intercambian ideas, se habla de la vida. En el Uruguay se come mirando televisión o revisando los mensajes de Whatsapp. No hablamos, rumiamos. No todos, claro, pero muchos.

En el Complejo Celeste se estudia inglés, se lee libros, se habla de teatro, de cine, los menores van a conciertos de música; en el Uruguay se mira programas de televisión que enseñan que con un buen trasero o siendo soez se puede triunfar, y se pierde tiempo mirando veinte o treinta minutos de crímenes que con el mayor morbo se describen en nuestros lamentables noticieros.

En el Complejo Celeste se trabaja, se entrena, se cuida la alimentación; en el Uruguay nos llenamos de grasas, harinas, frituras, bizcochos a todas las horas. En nuestras oficinas públicas se jactan de lo poco que trabajan y lo mucho que exigen y logran. En la Selección de Fútbol no se garronea, se deja el alma. No se falta los lunes. En el Uruguay, sí.

En el Complejo Celeste cada uno se limpia los zapatos porque son sus herramientas de trabajo, cada uno levanta sus platos de la mesa. En el Uruguay no se cuida los implementos que las empresas nos proveen para que trabajemos mejor. En el Uruguay se chatea y se juega al solitario en las computadoras de las empresas.

En la Selección nuestros jugadores nacieron aquí pero se terminaron de formar en los mejores centros deportivos del mundo, con los mejores profesionales del mundo. En el Uruguay denigramos a los genios de otras latitudes con falacias que sólo nosotros somos capaces de sostener.

No me vengan más con que “así somos los uruguayos”. Macanas. Nosotros, muchísimos, no somos así, ni cerca. Sólo unos pocos son así. Ellos son así, porque decidieron respetar a los mayores, respetar la experiencia, porque aceptaron a un conductor y respetan las jerarquías, porque no fueron como la mayoría de nosotros jactándose de nuestra anarquía y del poco respeto que les tenemos a las autoridades del lugar que sea. Nosotros estacionamos en doble fila aunque molestemos a varias decenas de compatriotas por no caminar cincuenta metros. Nosotros tiramos papeles al piso delante de nuestros hijos. En la Selección de Fútbol los mayores son el ejemplo de los recién llegados y los recién llegados los miran hacia arriba, con respeto, con admiración. Al Maestro lo tratan de usted. En el Uruguay las personas de la edad del Maestro son vejestorios inútiles y molestos, y no se les trata de usted.

Las mamás de los jugadores no se agarran a trompadas con el Maestro, lo veneran, lo adoran, y lo respetan. Es una isla, lo dicho.

Los jugadores no juegan de brazos caídos o “a reglamento” para obtener ventajitas: dan el alma, hasta la última gota de sudor, hasta que la celeste se queda azul de tanta agua salada. No vienen por el sueldo, vienen por el amor a la camiseta, porque el Maestro les explicó que no existe mayor gloria para un deportista que la de dejar a su país en lo más alto.

No me vengan más con esa pseudo humildad que decimos tener. Macanas. Humildad es otra cosa.

El Maestro es como es, porque es un maestro de los de antes, de los que trabajaba gratis si era necesario pero que no hacía paros dejando a sus alumnos desamparados. Los maestros tienen derechos, vaya si los tienen, pero los alumnos también, y ¿cuál es el sindicato de los escolares? ¿Quién los defiende? A los jugadores los defiende su Maestro, los contiene, los educa, les inculca valores. Como algunos maestros, pero no todos.

No me quieran hacer creer que nosotros somos la Selección de Uruguay, macanas.

Cuando nazcamos aquí y seamos capaces de formarnos con extranjeros sin rebeldías y sin xenofobias, cuando dejemos por un momento las ideologías para intentar ser mejores sin querer imponer nuestro pensamiento; cuando no nos estemos echando en cara quién tiene la culpa de nuestros fracasos; cuando dejemos de fraccionar estadísticas para tener razón; cuando pensemos que podemos ser como la Selección de Fútbol de Uruguay y actuemos en consecuencia, con amor, con fervor, con sacrificio, y con un plan que no tenga banderas ni ideologías, pensando más en las futuras generaciones, entonces sí, podremos decir dentro de algunas décadas que la Selección de Fútbol del Uruguay es el fiel reflejo de este país y viceversa.

Mientras tanto, dejémonos de macanas y disfrutemos de nuestros millonarios dándonos lecciones que ya es hora de ir anotando y copiando.

No me importan ya los resultados. No importa si ganamos o perdemos un partido de fútbol, la enseñanza ya está dada, ahora está en nosotros.

Ojalá que lleguen hasta el final, pero no por nosotros: por ellos, por los que dejaron el alma en la cancha y nos dieron una lección gratuita. Nosotros diremos igual que “somos” los campeones del mundo, subidos al carro como tantas veces. Pero no lo necesitamos, lo que necesitamos es ser cada día mejores que nosotros mismos y dejar de mentirnos.

Maestro, nunca sabré cómo agradecer lo que usted ha hecho por este país, si lo copiamos en otras áreas usted será un nuevo prócer en el futuro. Ojalá no termine como José Gervasio.

Somos capaces.

Alejandro Nathan
Vía correo electrónico
(Nota: este correo fue recibido casi 24 horas antes del partido Uruguay – Francia, y no fue publicado por error).


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