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El primer trece del año loco

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El primer trece del año loco y, tal como era de imaginarse, algunas cosas suceden. You make believe, honey dice Freddy Mercurio, que es uno distinto al que nos invitó a un desayuno clásico en un lugar que en el dos-veces-veinte recién abría sus puertas, y hoy es un siempre-hay-gente.

Empezar el año sin débito y después quedarse sin cash es puro tango en la ciudad donde hay una avenida que no sabemos por qué le pusieron Roosevelt. En la primera rotonda cuando venís de la brava, tomás para la izquierda, pasás por el kiosko que después de las cero te vende de tomar lo que no debería de vender, nunca a menores de dieciocho y para nadie después de medianoche; nueve horas más tarde de eso que pasa en el todo bien, pero marche preso por eso, me encuentro con Cecilia queriendo procurar un desayuno en alguna parte donde una aplicación de un banco naranja en mi celular me deje poder pagar.

Llego al primero de dos, que están ubicados uno pegado al otro. En el que empieza con P hay un cartel que dice cerrado, pero hay clientes dentro y atrás del mostrador están los que atienden. Pregunto si puedo pedir y pagar con eso, me dicen que no están abiertos, pero la puerta si la empujás abre, y hablan con una señora del rubio pelo y hombre de gorro gris que pide. Es solo si venís con sombrero Panamá y cochecito de Cecilia y su gato de peluche que te dicen que abren en media hora. Tienen ese modo de pago, pero la caja no está abierta, que es como cuando tienen la máquina de café pero recién la prendieron. La conjura de los necios y otros cuentos de verano. ¿Dónde está el Ignatius Reilly de mi vida, que no lo encuentro?

180 grados y nos vamos al que tiene el nombre muy parecido a una marca de ropa que tiene una H.

En ese lugar están más que abiertos: las sombrillas, las mesas, los clientes y las mozas, que andan de lo más ocupadas por las mesas. La cajera está muy ocupada y le hablo a quien después nos va a traer las cosas a la mesa pegada al piano.

– Disculpá, ¿sabés si te puedo pagar con tal aplicación de tal banco o sabés si puedo hacer una transferencia para procurar un desayuno?
– No tengo idea, deberías de preguntarle a la encargada en la caja.
– Okey. gracias.

El hombre que estaba sentado solo en la mesa larga y muy cerca de donde lo anterior sucedía me dice:

– Pedí lo que querías, yo los invito.
– Guuua. Muchas gracias. Ella es Cecilia y yo su padre, Felipe. Es usted muy amable. ¿Su nombre?
– Yo soy Freddie.

Bueno saberlo, gracias de Galgo por la invitación: te has ganado un programa en el diario de Galgo Mundo, el segundo en este año loco que subimos a la web.


Viva la radio,

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