Concurso de Cuentos

Cuentos con maestras y maestros: Conocé a los nominados por el jurado y votá por tu cuento favorito

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El Concurso de Cuentos de En Perspectiva te invita una vez más a ser parte del jurado y votar para definir el “premio de los oyentes”. Aquí están publicados los “cuentos con maestras y maestros” nominados por el Jurado, y al final de la página el formulario para votar.

La votación para el Premio de los oyentes cerró el jueves 17.05.2018 a las 12.25 hs. El viernes 18.05.2018, durante La Mesa de los Viernes de En Perspectiva, daremos a conocer los resultados de la votación y también los premios otorgados por el jurado.

Concurso de Cuentos de En Perspectiva 2018

Edición: primer llamado, abril de 2018
Consigna: Cuentos con maestras y maestros
Jurado: Juan Grompone, Mauricio Rosencof, Alcides Abella, Ana Ribeiro y Gonzálo Pérez del Castillo

Cuentos nominados

Título: Edurne
Seudónimo: Rigel

Después de la escuela salía corriendo a lo del Maestro. Quería ser como él y lo miraba pintar. Con eso tenía de sobra para aprender. Desde la calle se olía la trementina y me henchía de orgullo saber que un día podría pintar mi ciudad. Me contaba de la guerra Civil Española y cómo huyó de su tierra en un barco cualquiera cuando mataron a su mujer. Sus cuadros me estremecían, trasmitían el dolor que llevaba dentro. Mientras pintaba escuchaba el Sodre en una radio Made in Checoslovaquia.

-¿Qué está pintando Maestro? –le pregunté
-El Ebro desde mi ventana –me dijo

Se esbozaba una chalana en el río, y una figura esperaba en la otra orilla.

Volví a su taller y ya tenía en el caballete el cuadro terminado. Me dio la mano y me dijo: “Vamos, subiremos a la chalana. Edurne me espera del otro lado del río”.

***

Título: El examen
Seudónimo: Heartbreaker

El auditorio estaba lleno de padres y madres que asisten al examen final de guitarra clásica.

En el centro del escenario, una silla mirando al público y tres más para el Gran Jurado.

Esa vez habían traído al Maestro, un viejo guitarrista de fama local.

Los niños van pasando, toman la guitarra afinada por el Maestro y tocan diversas piezas, con suerte dispar.

La tanda final corresponde a los grandes, de doce.

El niño, de campera blue jean, va a tocar la Bourrée en mi menor de Johan Sebastian Bach. Una pieza fácil, de un minuto y medio.

El Maestro afina la guitarra y se la da. El niño pasa los dedos por las cuerdas y dice:

-Está desafinada -el silencio se abre camino entre los murmullos.

El Maestro toma nuevamente la guitarra y la afina. Y el niño insiste.

-Está desafinada.

-Afínela usted -dice el Maestro. El niño afina la guitarra con esmero y toca el Bourrée magistralmente. Todos aplauden, menos el Maestro

-El tempo no es el correcto -dice.

-Es la versión de Led Zeppelin -contesta el niño.

***

Título: El maestro hindú
Seudónimo: Jana

En la primera clase me habló de la espiritualidad del yoga, y luego comenzó a enseñarme las asanas.

Lo sorprendió mi ductilidad en cada postura, y recorrimos las “del loto”, “el saludo al sol”, “del árbol”, y la “del saltamontes”, pero al llegar a “la cobra” el sonido del Pungi me impulsó a enroscarme en torno a su torso, deslizándome hacia su cuello…

Al cesar la música se escuchó su último estertor.

***

Título: Falta poco
Seudónimo: Tiki

Falta poco…

Estoy en clase. La maestra corrige, explica, enseña…

Yo la observo, comprendo sus dificultades, su lucha por superar los inconvenientes que tiene su labor.

La falta de un lugar adecuado, la carencia de insumos,

A veces, también, los estudiantes a los que nos niegan la autorización para concurrir a clase.

Hay que tener vocación para seguir, mismo. La maestra, y nosotros sus alumnos.

¿Y yo? Me inscribí en el curso para aprovechar la reducción de la pena, pero poco a poco me fue ganando el fuego sagrado, como ella dice.

Por lo menos, aprendí a escribir correctamente este relato, creo yo.

Pero todo eso ya no importa. Soy parte del programa de educación en contextos de
encierro, y también un “pesado” al que se la tienen jurada.

Me esperan. Será ahora nomás al salir al patio.

Tanteo el corte…

Gracias y adiós, maestra.

***

Título: Historia de unos viejos zapatos que no quisieron morirse
Seudónimo: El Canario

Los zapatos viejos no querían morirse así como así. Lo habían discutido mucho, por esa terca perseverancia militante que solo pueden tener los zapatos viejos.

Con una humildad indeclinable, los zapatos decidieron sobrevivir al tiempo, a la lluvia, a la cal y al olvido.

Resistieron año tras año, conservando las delgadas huellas del Viejo, los recuerdos de sus pasos, las suelas gastadas, la memoria de tierra de las miserables escuelitas del campo, las cicatrices de los caminos de los pobres.

Resistieron solamente para aparecer y señalar y dar testimonio de vida.

El cuero, inexplicablemente, demoró mas años en disolverse que lo que hubieran querido los salvajes asesinos.

Cuando al fin emergen de la sepultura junto con los huesitos y las ataduras de alambre, mudos de horror y gritando, los viejos zapatos, fieles compañeros de treinta y cuatro años de silencio y pena, se quedan solos y desamparados, pidiendo al fin, descansar en paz.

***

Título: Hombres eran los de antes
Seudónimo: Vieja guapa

Entró al boliche de campaña y los parroquianos cambiaron los gritos de juerga por cara de gurí cagado.

Pidió una grapa que bebió de un sorbo, y mientras golpeaba el culo del vaso contra el estaño impregnado en alcohol, hacía el inequívoco gesto de señalar el vaso pidiendo otra.

Esos baquianos hábiles en el uso del facón, con cicatrices por alguna que otra discusión un poco subida de tono o una partida de tute que dejó cabrero a alguno, mostraban menos rebeldía que carnero guacho yendo pa’degüello.

Alguno trató de irse sin ser visto empero al sentir la mirada sobre sus hombros quedaba petrificado en el lugar; en sus caras podía verse la mezcla justa entre respeto, temor y nostalgia.

Levantó el vaso, lo hizo sonar para llamar la atención de todos, como si su sola presencia no fuera suficiente, y dijo: "Voy a hablar solo una vez: se creen muy hombres por estar acá todo el día chupando. Mañana al alba quiero que me lleven todos los gurises a la escuela."

Al unísono todos dijeron, "¡Sí, Maestra!"

***

Título: La maestra y los visitantes
Seudónimo: Anjou

Los cinco se alejan lentos del recreo, hacia el extremo del predio donde ella habla con dos extraños. Tratan de pasar desapercibidos, viven controlados por su mala conducta.

La delgada figura de la joven maestra, con sus trenzas rubias, parece más pequeña junto a los visitantes.

Como distraídos, hacen un semicírculo detrás de ella, frente a los hombres, que comprenden la intención de los niños.

Pero ella no. Dos meses ha luchado en vano para ganar la confianza de su primera clase, un quinto año en esta escuela rodeada de asentamientos, imposible de imaginar en su Sarandí del Yi natal.

A pesar de todo su esfuerzo, su carácter fuerte y firme pero amoroso, la resisten y hostigan.

Ambos jóvenes se despiden con un beso, lo que provoca gran tensión en los niños.

Fabiana, dándose vuelta, pregunta:

-¿Qué bicho les picó ahora a ustedes, que se meten en conversaciones privadas?
-Encima que la venimos a cuidar, ¡usté nos mete el peso, maestra!

***

Título: Los miércoles
Seudónimo: Calle Yacaré

Sentí como tímido susurro, mi nombre – Él estaba igual, la que había cambiado era yo.- Un abrazo largo de ausencia y abandono, apretaron el tiempo. Imágenes confusas, regresaron a mí, como fantasmas odiosos. Todos los miércoles, el timbre de su casa, me obligaba a leer pentagramas, hundir dientes blancos y negros. Cú-cú, cú-cú, cantaba la rana. La cucharita del café, revolvía silencios. No me animé a decirle que no me gustaba aquel gato negro, de ritmo, armonía y solfeo. Arrugaría su delicada paciencia, estropearía sus sueños resistentes. Tampoco me animé a preguntarle por qué, aquel miércoles, el ring no sonó, puertas y ventanas rotas, sus discos vinílicos hechos pedazos, tirados en el suelo. El maestro de piano no estaba. Hoy, supe dónde se llevó, a escondidas, sus partituras por largos años, de dignidad escupida. En sus dedos.

***

Título: Sin título
Seudónimo: Mintencito

Aquella mañana de invierno, como siempre, Raúl llegó a su trabajo antes del amanecer, bajo una intensa lluvia, trayendo consigo el cansancio acumulado de una semana que terminaba. Tiritaba de frío y de incertidumbres, pero sentía también en su pecho el calor interno de su pasión.  Luego de atar a su caballo, se quitó sus botas, llenas de barro, agua y caminos andados, colocándose sus viejos  zapatos marrones. La soledad del campo era su compañía y con ella y el trinar de los pájaros inició su larga jornada laboral. Alimentó a los perros y al corderito, barrió el edificio, secó los charcos de agua caída a través de las goteras del techo, hizo reparaciones, encendió la chimenea, puso agua y leche a calentar, puso en el horno el pan del día anterior, repasó el presupuesto en rojo de que disponía y a las ocho en punto escribió "Hoy es viernes 18 de mayo de 2018″. Sus tres alumnos comenzaron a copiar.

***

Título: Mire Maestra Susana
Seudónimo: A BE A

Mire Maestra Susana…

Antes que nada, le escribo para expresarle mi inmensa gratitud y admiración por todo lo que hace por mi nieta Martina. Yo ya con mis sesenta y pico largos no sé cómo ayudarla.

Pero además arreglar esos bancos, colgar esas carteleras, reparar las bibliotecas y ese calefón en su casa, me hizo sentir que aún valgo. Siga contando conmigo, Maestra.

Le explico. Cada vez que me habla de su preocupación por estos niños, veo su devoción y sus sueños. Cuando me ha contado su historia contemplé su corazón y su alma a través de sus ojos. Y cuando charlamos del futuro creí nuevamente en un mundo mejor.

Cada día, al llegar usted a la escuela, estoy pendiente de su saludo. Y creo que se ha dado cuenta que cada vez que me habla, sonrío.

¿Sabe que estos días en lugar del informativo como siempre, me quedo escuchando música?

¿Entiende por qué anoche lloré mirando el retrato de la abuela de Martina?

¿Le parece mal, Maestra, que la abeja de su anillo me haya traído a esta primavera?

Alejandro

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Título: No hay derecho
Seudónimo: Indignada

Como todos los años, cuando se acercaban las Vacaciones de Julio, les dí como deberes a los niños hacer una redacción que uniera dos preguntas: “¿qué fue lo más importante que aprendí este año?” y “¿qué es lo que más me gusta de la escuela?”. Les aclaro que yo soy una sobreviviente. Sobreviví a la plastilina, al papel glasé, al cuaderno Tabaré, a las hojas de doble raya, a la letra en 45 grados inclinada para la derecha, a las clases sobre los símbolos del escudo nacional y a las clases de coro para cantar “cual retazos de los cielos”. Por eso me indignó tanto cuando aquella niña, con total falta de respeto, trajo una A4 escrita en Word que decía: “Maestra, la verdad que aprendo más en casa con Google y Wikipedia, así que lo que más me gusta de la escuela es el recreo y lo segundo que más me gusta es la hora de salida. Fin”.

***

Título: Tablas
Seudónimo: Capablanca

Rodríguez era un Gran Maestro de ajedrez en plena decadencia. Su afición al alcohol lo había alejado de los torneos, y mal vivía jugando por dinero en cantinas y bares contra los parroquianos que se animaban a desafiarlo.

Una noche, estando en el Bar Celona, un extraño lo desafió. Nadie sabía quién era ni lo habían visto nunca antes. Era lívido, lánguido. Altísimo, debía medir dos metros de altura, mínimo. Tenía bigote afilado, barba chivita y mirada cetrina.

Rodríguez ganó la primera partida con facilidad. Demasiada. “Aquí hay gato encerrado”, pensó. Y se convenció cuando el extraño ganó la revancha jugando sin alfiles.

-Es que me irritan los religiosos, ¿vió?

No podía rechazar el desempate. Descubrió la identidad de su contrincante cuando, jugada tras jugada, imitaba el estilo de diversos Maestros: Alekhine, Fisher, Steinitz, Lasker…

Resignado, se persignó.

El extraño estaba a una jugada de darle el mate cuando el gallo cantó. “La dejamos en tablas”, dijo al desvanecerse.

***

Título: Un largo recreo
Seudónimo: Campanilla

Me acerqué y le hablé bien rápido. Le pregunté si quería ser mi novia. Se puso colorada. No me dijo que sí ni que no, me miró, me hundí en sus ojos y se me aflojaron las piernas.

Junté tanto valor para hablarle y entonces hubiera preferido no haberlo hecho.

Corrí al otro extremo del patio y me quedé lejos de todos. Casi escondido esperé el milagro: un cataclismo en el recreo. Tormenta, rayos, huracán, terremoto. Todos los fenómenos naturales que había aprendido con la maestra, juntos y concentrados. Algo tan fuerte que se borrara lo pasado recientemente, que desapareciera la escuela y que sus ojos no me siguieran mirando.

Sonó la campana, hice la fila y quedamos emparejados por altura. Mientras tomaba distancia me dijo suavecito que ella quería, pero que el papá no la dejaba tener novio.

La maestra nos retó a los dos por conversar en la fila. Esa vez no me importó.

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Título: Un problema
Seudónimo: La mismísima

Esto me pasó a mí, la mismísima maestra de cuarto. Sabido es el fervor que tengo por las fechas patrióticas y las ganas que le pongo cuando tengo que dar esa clase. En esa ocasión, era una conmemoración de la batalla de Las Piedras y, como siempre, le di lo mejor de mí. Hablé con entusiasmo de los orientales, de su entrega a la causa, de las emociones que todo eso debía despertar en nosotros, incluidos aquellos alumnos de cuarto grado. Después de varios minutos de encendida alocución, uno de los infantes, sentado en la última fila, lo recuerdo tal cual, levantó la mano como para pedir la palabra. Conmovida, yo, la mismísima, lo señalé con el dedo y lo animé a hablar. Entonces, el ingrato, balbuceó, casi suplicante: “Maestra, ¿podemo’ hacer un problema?”

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Título: Una maestra implacable
Seudónimo: La farolera

Corría el año 1975. Aquel fue un año de mucho aprendizaje. Ella llegó a enseñarme las cosas más importantes de la vida, esas que son fundamentales, aunque en aquel año no lo entendiera así.

La odié, la aborrecí, la padecí. Ella era dura, estricta, implacable no se daba por vencida con sus lecciones.

Ese año a su lado fue el peor, ¡cómo me hizo sufrir!

El dolor fue inversamente proporcional al aprendizaje.

Sus lecciones me llevaron al abismo de la locura.

No la comprendía.

Hoy que ya pasó el tiempo valoro cada una de las cosas que me dejó. Vivo y comprendo cada uno de sus aprendizajes como preciados tesoros.

Cada día agradezco la bendición de haberme cruzado con ella mi maestra: mi enfermedad.

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Título: Sin título
Seudónimo: Vendaval

Llegamos. Me miré la túnica y otra vez la encontré llena de puntitos marrones, por los charcos que Rino no esquivaba. Papá saltó del caballo y me ayudó a bajar. El cielo estaba gris.

Era tarde, pero todos estaban afuera: la maestra, Silvia, Enzo, Sol, Carla y Juan. Había una camioneta blanca estacionada en la puerta y dos hombres que hablaban raro iban y venían agarrando una herramienta, un cable. Parecían apurados. Sobre el piso había como una madera negra gigante a cuadritos, que no se podía tocar.

Estuvimos un rato mirando. La maestra nos explicó que íbamos a tener luz y que lo negro era un panel solar, que chupaba la luz del sol y la llevaba para adentro.

Me cayó una gota en la cara. Miré para arriba y me encontré con los ojos de la maestra llenos de agua. ¿Por qué está triste, maestra? ¿No nos decía que un día íbamos a poder leer lejos de la ventana?

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La votación para el Premio de los oyentes cerró el jueves 17.05.2018 a las 12.25 hs. El viernes 18.05.2018, durante La Mesa de los Viernes de En Perspectiva, daremos a conocer los resultados de la votación y también los premios otorgados por el jurado.

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Enlace relacionado
Concurso de Cuentos de En Perspectiva, llamados anteriores

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Foto: Quinto año de la Escuela no. 172 del Barrio Rossi, con la maestra Hilda Gau de Forli, c. 1970. Colección Aníbal Barrios Pintos, Biblioteca Nacional, Creative Commons 2.0