Días de coronavirus

La Mascarilla de los Estados

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La Hora Global
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LA MASCARILLA DE LOS ESTADOS

La distancia social más peligrosa: la de los países.

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Una pandemia global ha sido el perfecto pretexto para que los humanos arrojemos al fuego nuestras poses ideológicas y hayamos caído en la cuenta de una realidad incómoda: no somos un colectivo, no hay una Sociedad Internacional con un sentido propio fuertemente comprometida.

Hay un largo camino de Hobbes a Wilson en las relaciones entre los estados, del todos contra todos a la colaboración ética entre actores de esta pretendida Sociedad Internacional.

Más allá de los tecnicismos, las mascarillas, el lavado de manos y el distanciamiento social se impusieron como estrategia casi unánime frente al virus. Pero se trata de una estrategia individual.

La impactante realidad es que ese distanciamiento social se impuso también entre los estados.

Entre las inocultables causas de la diseminación rápida del Covid-19 están la falta de coordinación internacional y la ausencia de memoria histórica sobre lecciones que debimos aprender frente a otras pandemias de influenza como las del 2003 y 2009. La circunstancia apremiante ha acelerado las tendencias hacia la crisis de la globalización y del multilateralismo.

Las malas maneras de un pánico institucional

En los primeros días de abril entró en vigor la orden de Recep Tayyip Erdogan que obliga a todos los ciudadanos turcos a portar máscaras. Un paso adelante significó, pocas horas después, la prohibición de venderlas, la obligación de su distribución gratuita y la prohibición de exportar insumos médicos. En ese laberinto cayó un embarque de miles de mascarillas, trajes protectores y liquido antibacteriano destinado a comunidades autónomas españolas manufacturados en China, que fue retenido y luego liberado, pero provocó días de angustia en medio de una mortandad masiva hispana.

Una empresa sueca vio cómo un cargamento de cuatro millones de mascarillas destinadas a España e Italia fue confiscado por orden del ejecutivo francés a su paso en tránsito desde China en Lyon. Gestiones de la propia Suecia lograron que se liberaran parcialmente parte de las mismas.

China acordó con España nuevas rutas de suministro más seguras en un insólito cordón sanitario que eluda a sus propios socios europeos.

La primera medida específica de Estados Unidos para encarar el virus fue la suspensión de vuelos con la Unión Europea. Sin aviso y sin explicación. Solo los diplomáticos involucrados saben cuán duro fue para el Reino Unido quedar fuera de la prohibición.

Alemania y después Francia fueron por dos semanas recurrentemente acusadas por requisar insumos médicos, retener embarques en tránsito y negarse a proveer a otros países europeos con el argumento de que priorizarían su sistema de salud.

Bruselas ofreció una ayuda de 80 millones de euros a una empresa alemana (CureVac) que parece estar muy avanzada en la obtención de una vacuna. Es increíble que la decisión llegó tras una información que atribuyó el interés del presidente Donald Trump de hacerse en exclusiva con la futura vacuna, dejando a Europa fuera de la discusión.

La impronta del miedo ya ha llevado a la mayoría de los 27 países de la UE a restablecer los controles fronterizos internos (como sucede con España o Alemania) e, incluso, a impedir la entrada de ciudadanos europeos (como en Hungría) o someterlos a una cuarentena obligatoria, aunque no presenten síntomas ni procedan de zonas rojas (como en Polonia).

La sensación de sálvese quien pueda recorre Europa y las ciudades-estado están de vuelta.

La solidaridad económica tampoco existió y cada estado, como ya ocurrió durante la crisis financiera, tendrá que hacer frente con sus propios recursos al impacto del coronavirus. Los datos ya apuntan a una grave recesión durante este año y a un peligroso incremento del paro y la deuda pública. En medio de esos vientos, los ministros de Finanzas no acuerdan los términos de un rescate financiero ni la atención inmediata a los países. Créanlo o no, los bandos en pugna son los racionalistas nórdicos con un discurso de inocultable acento étnico (Holanda, Alemania y el Norte) y la Europa mestiza liderada por Francia (España, Italia y otros).

Como frutilla de la torta, Mauro Ferrari, presidente del Consejo Europeo de Investigación ha renunciado diciendo estar "decepcionado" por la gestión de la Unión Europea. Quien ha manejado por meses un gigante con un presupuesto mayor que el de muchos países sostiene que abandona porque a comienzos de marzo propuso lanzar un gran programa especial para luchar contra la pandemia y su idea fue rechazada sin ni siquiera ser considerada.

"…renuncié, pero voy a retomar la batalla en el frente, no puedo hacerlo escondido en una oficina en Bruselas…", dijo.

"¿Somos una Europa Unida o no? Si lo somos, los miembros de esta familia tienen que ayudar a los que lo necesiten. Punto y final".

Los sentimientos de Ferrari no parecen ser compartidos. La situación y reacción en Occidente ha sido muy distinta en realidad. Por ejemplo, según The Washington Post, los servicios de inteligencia de EE.UU. habían alertado ya en enero de la importancia del brote vírico a su propio gobierno, que básicamente no hizo nada. De hecho, en la propia China, las autoridades infravaloraron en un principio la amenaza llegando a censurar toda la información al respecto, a pesar de las numerosas advertencias de médicos y enfermos circulando por sus redes sociales.

Nacionalismos y desglobalización

El Brexit y la discordia interna ya habían puesto a prueba la Unión Europea. Ahora, mientras grandes bulevares y enormes catedrales permanecen vacías y las escasas camas de hospitales se llenan inexorablemente, esos mismos líderes se preguntan qué vendrá.

"En un mundo dividido y sin líderes… todos sufrimos de una tendencia al individualismo", escribió Gordon Brown en The Guardian, mientras que el líder del Partido Brexit, Nigel Farage, afirma: "Todos somos nacionalistas ahora".

La eurodiputada finlandesa Laura Huhtasaari dice: "La necesidad de fronteras está siendo reivindicada por la pandemia, el globalismo se está derrumbando". Esto mientras, por primera vez en su historia, la UE cierra sus fronteras por 30 días a extranjeros.

La realidad parece darle la razón: una víctima resonante del freezer productivo ha sido la globalización.

Para el pensador coreano Byung Chul Han la globalización ha sumergido en una zona de confort contraproducente a la sociedad occidental. "La ‘gripe española’ se desencadenó en plena Primera Guerra Mundial. En aquel momento todo el mundo estaba rodeado de enemigos. Nadie habría asociado la epidemia con una guerra o con un enemigo. Pero hoy vivimos en una sociedad totalmente distinta".

En La sociedad del cansancio Chul Han propuso la tesis de que se ha perdido la vigencia del paradigma inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo. Durante la Guerra Fría, la sociedad organizada inmunológicamente se caracteriza por vivir rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la circulación acelerada de mercancías y de capital. La globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital. Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación.

No puedo menos que estar de acuerdo: el enemigo es necesario para mantener la guardia alta, aunque sea interno al sistema. Las estructuras mentales autocomplacientes nos hacen dormir la siesta mientras los osos nos roban la comida.

Las dos caras del capitalismo de vigilancia

Hoy estamos inmersos en una dura lucha diaria por mantener nuestros empleos y un sector importante de la sociedad aprende a tropezones, pero a toda velocidad, el trabajo a distancia. Colosales esfuerzos de infraestructuras informáticas y aplicación de formidables cadenas de intelectualidad al servicio de crear una economía virtual nos ocupan. Mayores servidores, subida masiva de información a la web, adhesión multitudinaria de usuarios a los entornos de intercambio virtual, sea entre redes sociales, académicas, de conexión, de servicios o bien de ofimática.

Antes de la explosión viral, nuestros desvelos estaban centrados en una peligrosa combinación: el manejo del Big Data a través de la Inteligencia Artificial.

Experimentos como Cambridge Analytica parecían ya un juego de novatos cuando nos enterábamos de la inexorable madurez de lo que Shoshana Zuboff describió en su brillante libro La era del capitalismo de vigilancia (The Age of Surveillance Capitalism), que crea y administra un mercado de datos personales, ofrecidos como mercancía y poniendo precio a las vidas íntimas de los individuos con un norte: la predicción como resultado de esos insumos.

Sin embargo, hubo un fallo colosal del capitalismo de vigilancia al no evaluar correctamente lo que estaba sucediendo en China. La realidad es que la maquinaria no alertó, no evaluó correctamente y no hizo aquello para lo que se creó: ser predictiva.

Hay varios factores que pueden explicar esto. En primer lugar, no han sido capaces de pescar en las redes sociales las advertencias, cambios de conducta, síntomas sociales o incluso rumores que involucraban un tsunami social de tal magnitud. Tampoco fueron la voz de alerta necesaria para el siguiente escalón: Europa.  Seguramente sucedió porque el sistema de vigilancia no está centrado en patologías (aunque hay software disponible) tanto como sí lo estaba en materia de gustos, hábitos, ideologías o incluso preferencias sexuales.

Pero el factor de más incidencia aparece otra vez aquí. El comportamiento individualista de estas empresas, sus poderosos lobbys según el gobierno de que se trate, creó un ecosistema de influencias donde la colaboración entre estados no es relevante porque, obviamente, no es necesaria. Y provocó este distanciamiento de los estados permitiendo un sociedad tecnológica paralela, donde los gobiernos son las juntas directivas de Google, Apple, Microsoft o Facebook, desnudando luego que no hay a quién avisar de algún cambio de comportamiento no relevante para el negocio, por ejemplo una epidemia.

Dejo para el final el cambio de paradigma científico en esta área tecnológica, similar al de la Sociedad Internacional. De la cooperación escalada del conocimiento que una vez hizo nacer esta industria, viajamos en el tiempo al hombre como lobo del hombre. La IA está encapsulada en un grupo reducido de empresas lejos de ser un esfuerzo colectivo.

La resiliencia no es buena noticia

He leído mucho que "de todo esto saldremos más fuertes" o bien que "hemos aprendido lecciones" con un tono que tiene un fuerte aroma a placebo.

Pero la verdad es que cuando esto termine (y no sabemos cuándo lo hará), habremos dejado a muchos por el camino, enfrentaremos una economía destrozada, donde muchas empresas habrán comprobado las ventajas de la automatización y seguramente muchos empleos manuales habrán sido sustituidos, lo que será una enorme presión para distribuir renta personalizada sin contrapartida que no podrá ser universal pero que hará dependientes a la mayoría de los gobiernos del planeta.

El empuje desarrollista del capitalismo de los últimos 50 años habrá retrocedido, pero exhibirá como su mejor exponente la eficiencia del capitalismo vigilante chino, acompañado de la peligrosa tentación de imitarle.

De nuevo, Byung Chul Han es crítico: "El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia". Y esto es válido para países y para personas. De los primeros critica sus políticas fronterizas, considerando los cierres de fronteras como "una expresión desesperada de soberanía".

Otra vez de acuerdo: esta pandemia no ha sido algo positivo, nos ha alienado haciéndonos más duros, pero egoístas. Ha desarmado las estructuras económicas de un sistema que estaba funcionando e incluso encontrando caminos de autocrítica que permitirían corregir desigualdades denunciadas por la propia sociedad. Las manifestaciones en múltiples países durante el 2019 no habían caído en saco roto. Ajustes de política económica, cambios en gobiernos e incluso reformas constitucionales se habían puesto en marcha.

Pero este virus nos ha lanzado de vuelta a la caverna de Platón, a la búsqueda de entender las sombras que percibimos y que parecen no ser las mismas para cada país.

La historia es porfiada y la evolución de las sociedades humanas ha demostrado una lenta convergencia a crear escalones altos en la pirámide, aun siendo ineficaces y temporales.

Los sentimientos nacionales han sido hasta ahora parte del problema.

¿No sería inteligente verlos como parte de la solución y coordinar esfuerzos en lugar de crear mecanismos artificiales que aplastan sensibilidades e identidades regionales?

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La Hora Global: 60 minutos para comprender el nuevo desorden mundial

Este nuevo programa de Radiomundo busca analizar los hechos internacionales, no solo las noticias. Es un momento de profundos cambios de índole social, político y económico en todo el planeta, que incluyen desde la presidencia de Donald Trump en EEUU, el Brexit y la crisis de los refugiados en Europa y el viraje ideológico en América Latina, hasta una China protagonista como potencia mundial. Nada surge de la nada: la objetividad y un enfoque descriptivo serán en este programa buenas herramientas para llegar a conclusiones, entendiendo causas y consecuencias.

Conduce: Gustavo Calvo. Con Leo Harari y Carolina Rico
Emisión: martes y jueves de 16 a 17 hs

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Foto en Home: coronavirus (Pixabay.com)