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Entrevista central, lunes 30 de noviembre: Gustavo Scheps

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Entrevista con el arquitecto Gustavo Scheps, decano de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de la República.

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EN PERSPECTIVA
Lunes 30.11.2015, hora 8.21

EMILIANO COTELO (EC) —Les propongo que pensemos por un momento en el espacio que nos rodea: la habitación en la que estamos, los edificios contiguos, las calles y los parques de la ciudad en la que nos movemos. Esas formas y figuras entre las que nos circulamos a diario, todas ellas, antes de materializarse pasaron por la cabeza de un arquitecto.

Así de importante es el papel de la arquitectura en nuestra vida cotidiana. Por eso vale la pena conocer algo más sobre la institución donde se han formado la enorme mayoría de los arquitectos uruguayos.

Y este es el momento ideal para ese abordaje, porque la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República (Udelar) celebró el viernes pasado sus primeros 100 años. Y además la conmemoración vino con cambio de nombre, a partir de ahora se llama Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU).

¿Qué hay detrás de ese cambio? ¿Cuáles son los desafíos que tiene por delante la facultad?

Vamos a charlar con el arquitecto Gustavo Scheps, decano de la FADU.

¿Feliz cumpleaños hay que decirle?

GUSTAVO SCHEPS (GS) —Sí, nos decíamos todos. Casualmente además está por ser mi cumpleaños, así que no está mal.

EC —¿Cómo estuvo la fiesta del viernes de noche?

GS —Estuvo fantástica, fue realmente un momento inolvidable. Miles de personas, literalmente, nos juntamos en la facultad, y la celebración fue como debía ser, el momento en que nos encontrábamos. Nos encontrábamos con gente de todas las edades, de las distintas ramas de las actividades vinculadas a la arquitectura. Fue muy muy lindo.

EC —¿La lluvia no perturbó los planes?

GS —Tuvimos que ir al plan B, porque teníamos previsto usar muchísimo el patio, que es un lugar precioso del edificio, y hubo que resolverlo bajo techo. Pero en definitiva hasta fue un factor que nos unió más.

EC —Como decía en la introducción, desde el mismo viernes entró en vigor el nuevo nombre: Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. ¿Por qué les parecía importante ese paso?

GS —De hecho la facultad está viviendo un proceso de transformación muy intenso. Diría que es un momento de transformación para el cual se preparó a lo largo de toda su historia, además. Porque de hecho la formación de arquitectura empezó a 30 años de la fundación de la facultad, en la antigua Facultad de Matemáticas y Ramas Anexas. Y ahí ya hay un hecho interesante, cuando se funda la facultad se crea un año antes la Sociedad de Arquitectos. Eso no es totalmente casual, ahí hay una definición disciplinar fuerte que empieza a presentarse a la cultura y a la sociedad.

A partir de ese momento, la arquitectura ha evolucionado como concepto. Ya por los años 30, con Cravotto, se crea el Instituto de Teoría y Urbanismo en la facultad. Y entran también las dimensiones del paisaje. Hacia los años 50 hay un fortalecimiento de esta continuidad de lo edilicio, lo urbano y lo territorial con el plan del 52, que hace los talleres verticales completos, que son los que tenemos hasta hoy, en los que el estudiante desde que ingresa hasta que egresa comparte el espacio físico y formativo con otros.

EC —¿Por qué se los llama talleres "verticales"?

GS —Porque son cátedras que tienen siete cursos, desde el curso Introductorio hasta el quinto año y hasta lo que llamamos anteproyecto, y además el proyecto final de carrera o carpeta. Eso hace que un equipo docente que es muy numeroso ahora se distribuya esos diferentes cursos, y los estudiantes conviven en los espacios, obviamente trabajan en grupos separados, pero hay una interacción muy fuerte.

La noción de lo arquitectónico fue ensanchándose, incorporó lo urbano, incorporó lo territorial, también lo que tiene que ver con el equipamiento. El rango de escalas que empezó a abordar la arquitectura en el mismo ambiente era continuo y cada vez mayor.

En 2010 se da el funcionamiento de lleno de la Escuela Universitaria Centro de Diseño en el marco de nuestra facultad. Eso trae el diseño industrial, productos, indumentaria, y ya se habían generado un par de años antes las licenciaturas en Diseño en Comunicación Visual, en Diseño del Paisaje y hace muy poquito generamos la de Diseño Integrado. Entonces bajo el mismo techo tenemos gente que está estudiando desde los objetos, desde la indumentaria, hasta el territorio. Esa continuidad es la gran fortaleza de la facultad, la convierte en un espacio de enorme potencia en términos de proyecto y de transformación del área.

EC —Así que la FADU no forma solo arquitectos.

GS —No forma solo arquitectos. Tenemos las cinco carreras que le enumeré. Por tanto la denominación tiene, primero, la voluntad de dar cabida cómoda a todos los que están allí dentro, pero además, la de indicar a la cultura y a la sociedad qué cosas pasan allí. Siempre repito que me parece fundamental que haya conciencia acerca de lo que es la arquitectura, que se sepa, para que se les exija más a los arquitectos, con más fundamento.

EC —Y si hablamos de la arquitectura en sí misma, ¿qué es arquitectura? ¿Ustedes también estuvieron debatiendo a propósito del propio concepto?

GS —Sí, porque esa es la gracia de toda esta historia: superar un estado en el cual hay una serie de carreras que van una junto a la otra y que más o menos se miran para entender que hay un denominador común que vincula todo lo que allí se hace y que permite fortalecer, con transversalidades y con nuevas aperturas, eso que se hace.

EC —Dice el Diccionario de la Real Academia Española: “Arquitectura es el arte de proyectar y construir edificios”.

GS —Es una definición muy manida…

EC —Tiene dos aspectos que me llaman la atención. Primero lo de arte. ¿Es un arte?

GS —Primero, lo de arte y ciencia es una clasificación que ha sido eficiente a lo largo de la historia, pero ha sido limitante, porque ha impuesto fronteras donde de pronto no las hay tanto. Porque para un costado del arte van los intuitivos, los sensibles, los imaginativos, y para el otro, los lógicos, los rigurosos, los memoriosos. Pero no es así, porque un científico es extraordinariamente imaginativo, creativo y sensible, y un artista seguramente cumple con las otras condiciones. Las clasificaciones siempre ayudan, porque simplifican y permiten abordajes rápidos, pero si uno les cree demasiado termina siendo presa de ellas.

Por tanto, no estoy muy de acuerdo ni dejo de estarlo. Si a alguien le sirve pensar que es arte, que sea. [Justino] Serralta, que es un tipo maravilloso, una inteligencia original de nuestra arquitectura, de la arquitectura, hablaba de cience-art, usaba el francés y ataba las dos cosas buscando un concepto nuevo que hurgara en la frontera entre ambas.

ROSARIO CASTELLANOS (RC) —Exactamente, en qué medida no es una simbiosis de los dos conceptos, tiene de ciencia y tiene de arte. Cuando era solo ciencia, aplicación de pensamiento exclusivamente racionalista, se quedó sin la parte de arte, pero hoy por hoy creo que hay una mezcla bastante más equilibrada.

GS —Absolutamente, la formación del arquitecto, que es definitoria en la naturaleza de la arquitectura, trabaja equilibradamente intuición, sensibilidad con rigor y memoria. No hay un límite claro, uno no está en un momento con la cabeza del científico y en otro con la cabeza del artista, es algo que funciona fluidamente.

EC —Vayamos a la otra parte de la definición: el arte de proyectar y construir edificios. Si nos atenemos a una visión como esta, hay que entender edificios como algo muy amplio.

GS —Sí, el problema de esa definición es que edificio es una cosa muy concreta. A veces uno, en plan de hacer entender las cosas, estira las palabras, pero en realidad son acuerdos. Un edificio es un edificio y el arte de proyectar edificios lamentablemente en muchos casos no es realizado por arquitectos. Digo lamentablemente porque las consecuencias de eso se pagan, no es que esté haciendo una reivindicación corporativa. Precisamente, el arquitecto es el individuo que tiene una formación tal que, entre otras cosas, le permite trabajar edificios. Pero lo hace de forma compleja. Hay una idea que me gusta mucho, que es que la arquitectura es la especialización desespecializada. Parece una paradoja, una contradicción, pero no es tal, porque la especialización consiste en acumular una gran cantidad de conocimiento y de habilidad en torno a determinado núcleo de saber. Eso ha generado una cantidad de nodos de profundidad en el espacio del conocimiento, pero esas grandes profundizaciones, que se traducen en las especializaciones, lo que generan es una descripción fragmentada del mundo. En la medida en que la especialización penetra más en determinados temas, se empieza a desligar de otros nodos que a su vez van escarbando en lo suyo.

En nuestro caso nos movemos en el espacio entre las especialidades, las vinculamos, sabemos hablar con ellas, pero sobre todo nos movemos en el espacio intelectual que hay entre ellas. Esa metáfora me parece acertada porque la arquitectura opera en el espacio y el espacio es el ámbito de las relaciones.

EC —¿Entonces el arquitecto proyecta en realidad espacios?

GS —Proyecta espacios.

EC —¿Es mejor decir espacios que edificios?

RC —O hábitats.

EC —No, porque una plaza, una ciudad, una casa, un edificio…

RC —Es hábitat, un entorno donde se mueve la actividad humana.

GS —Claro, el arquitecto transforma el hábitat. Porque uno dice “proyecta edificios”; yo acá estoy mirando algunos edificios en altura y demás. Cuando uno proyecta un edificio en altura, proyecta ese edificio, pero además proyecta su planta baja, su manzana, el barrio, el edificio se ve desde lejos, empieza a haber una perspectiva, se cambia de pronto la curva de la ciudad, una rambla. Un proyecto es a la vez muchísimos proyectos.

EC —Usted ha dicho que “la arquitectura es una disciplina que proyecta el cambio, piensa en términos de transformación”.

GS —Claro, porque por ejemplo ese edificio que estamos viendo ahí…

EC —La Torre Ejecutiva.

GS —… tiene vidrios que han venido de otro país, probablemente desde Europa, tiene hormigón que ha venido desde el interior de nuestro país, que ha escarbado en algún lugar alguien en nuestro país, se ha acumulado material… Por tanto ha transformado no solamente el lugar físico donde está, sino que se transforma el conjunto del hábitat, en mayor o menor grado. El arquitecto debe tener esa conciencia, que lo remite a una conciencia de sensibilidad en la intervención en la ciudad, pero también a una conciencia ecológica, la conciencia de los fluidos, lo que fuera.

EC —En definitiva, ¿qué es la arquitectura, para pasar raya a propósito de esta discusión que ustedes han estado teniendo?

GS —Creo que la arquitectura es el conjunto de acciones que tienden a transformar el espacio de relaciones. Cambia las relaciones físicas y también temporales y de significados del hábitat. Eso es lo que hace un arquitecto.

***

EC —Un hito fundamental en estos 100 años de vida de la facultad fue el estreno del edificio donde funciona, que todos tendemos a asociar con esta facultad sobre bulevar Artigas y bulevar España, un proyecto del arquitecto Román Fresnedo Siri que se inauguró en 1947.

Rosario, tres palabras para recordar cómo es ese edificio.

RC —Tres palabras que no van a tener nada de objetividad. Es un edificio que, como tantos otros buenos edificios en Montevideo, es producto de un concurso que se organizó, y aunque no estaba organizado para este predio, el resultado es notable. En su aspecto exterior, como elemento que se agrega a esa notable esquina que es bulevar Artigas y bulevar España, con esos dos grandes planos horizontales, el del talud de césped que es el basamento y la cornisa superior, que da un remate final al edificio, con ese gran acceso vidriado en lo alto de una escalinata, bordeado de dos planos ciegos, uno correspondiente al salón de actos y otro a la caja de escaleras, apenas suspendida con unos cuadraditos, unos ladrillos de vidrio que le dan luz a la escalera, y luego toda esa secuencia, que va de la esquina y da la vuelta por bulevar España, que tiene que ver con la fachada vidriada, con elementos verticales que van separando rítmicamente esas aberturas, que corresponden a los talleres, que son un poco el corazón en el cual funcionan el estudiantado y el profesorado de la facultad. Originalmente el remate de la esquina era un tercer piso que le daba a la esquina otro valor, que luego se perdió cuando se le agregó un tercer piso al tramo que está sobre bulevar España.

En el interior están algunos de esos elementos característicos y más valiosos para quienes vivimos allí, que tienen que ver con esas secuencias, sobre todo en la parte de los talleres, de salones que dan a una ancha galería abierta pero profunda, de forma que protege bien cuando llueve, que rodea un patio absolutamente excepcional. Un patio que es más que un patio, es un enjardinado con un estanque con peces, con una especie de escenario, un puentecito, un anfiteatro con un escalonado y una serie de árboles y césped que crecieron de tal manera que cuando los volví a ver realmente me sorprendieron. Es un lugar de gran calidad de proyecto esto que logró Fresnedo, muy wrighteano en su momento, pero excepcional.

EC —Decano Scheps, ¿cómo ha jugado ese edificio en la formación de los arquitectos uruguayos?

GS —El edificio es el primer encentro disciplinado con la disciplina de la arquitectura, es lo primero que un estudiante atiende deliberadamente, dibuja, croquiza, vive, usa en conciencia de lo que está haciendo. Por tanto es una herramienta pedagógica básica.

Lo hemos cuidado muchísimo. El edificio en este momento está muy lindo, hemos podido recuperar las galerías totalmente, con sus plafones de luz originales, están limpias, con una conectividad wi-fi bastante buena, que debería ser mucho mejor –ahora mismo estamos instalando un wi-fi muy potente–, pero además se recuperó todo el equipamiento original, las mesas originales de madera fueron pulidas, son muy muy lindas.

RC —Diseño de Vilamajó, decían en su momento…

GS —No sé, fueron hechas por la carpintería que trabajaba con Vilamajó, que era la carpintería de Sejanovich. Son unas mesas impresionantes que quedaron como nuevas.

EC —Unas mesas muy sólidas, por otro lado, para aguantar el traqueteo que implica su uso permanente. Porque son mesas ubicadas al “aire libre”, en las galerías bajo techo pero al aire.

GS —Son las mismas que están adentro. Son mesas que están permanentemente con gente que está estudiando, proyectando. Lo que tiene el edificio –esa es la gran intuición de Fresnedo–, aparte de la calidad constructiva y demás, es una resolución espacial absolutamente adecuada que ha permitido que el edificio se adecue a los diferentes momentos históricos. Ese edificio fue proyectado originalmente para 500 estudiantes y hoy la facultad tiene 7.000. En la primera época cada estudiante tenía una mesa de dos metros por uno y medio, tenía su locker donde ponía la túnica; eso hace muchísimo que ya no es así, pero lo increíble es que el edificio sigue dando soporte a una docencia que se basa en métodos absolutamente distintos.

Hoy los estudiantes van todos con su pequeña computadora portátil y muchas de las correcciones –la mayoría– se hacen con cañones proyectando digitalmente la imagen, dibujando arriba. Entonces se da un nombre, se menciona un edificio, un arquitecto y los estudiantes agarran el celular y tienen todas las imágenes que quieran tener en ese momento. Pasamos de una actividad absolutamente artesanal, que justificaba entre otras cosas esas grandes ventanas, a esta lógica digital, de espacio virtual, que nos llevó a oscurecerlas un poquito. Pero el edificio mantiene siempre la condición de espacio reunitivo y de integración. Entonces ese patio, esa galería, además de ser superbonitos y muy buenos para la vida social, que es fundamental, son también un lugar de encuentro informal entre docentes de distintas generaciones, estudiantes de distintas generaciones, docentes y estudiantes, es el trabajo fuera del aula que hoy día es una de las cosas que se reivindican con más intensidad en la enseñanza superior. Entonces tenemos un apoyo ahí.

EC —Tenemos toda la relación de corredor, patio, galería.

GS —Sí; a mí me gusta hablar de redes cortas. Es un conocimiento que se va transmitiendo que no necesariamente requiere de alguien explicándoles a cientos de personas, pero el conocimiento va llegando a todo el mundo.

***

EC —Rosario, hablemos de la Facultad de Arquitectura hoy.

RC —En primer lugar, el decano se refería a que en la facultad la media son siete años, el introductorio, cinco de proyecto y luego la carpeta. Yo me pregunto quiénes han hecho la carrera en siete años. Se ha estudiado que el promedio que les lleva a los estudiantes es de 10 y 12 años. En algún momento se dijo que podían existir títulos intermedios, pero no existen. Y me consta que la carpeta lleva no menos de dos años y tiene que ver con la distancia que hay entre una corrección y otra, dada la relación que necesita el alumno en esa corrección con el profesor. ¿No se puede hacer nada? Porque hoy se hace más evidente que nunca que la carrera es larga, sobre todo en comparación con las carreras que ofrecen las universidades privadas.

GS —Nominalmente la carrera lleva seis años. Pero se va efectivamente arriba de 12, lo cual es inaceptable. Tan inacepable que una de las primeras cosas que planteamos fue que entre las muchas cuestiones que teníamos que corregir dentro de la facultad –el posgrado, la condición del edificio y demás– una de las principales era la renovación del plan de estudios de la carrera de Arquitectura. Eso se hizo, el plan se ha reducido a cinco años. Todavía no entró en vigencia, se está implementando el nuevo plan, y suponemos que en 2017 va a estar en pleno funcionamiento. La carrera pasaría a tener cinco años y se mide en créditos. El crédito es una medida del esfuerzo, del tiempo que al estudiante le lleva resolver determinadas cosas; el plan anterior tenía 583 créditos y pasamos a 450. Para dar una idea, es lo que tiene la Facultad de Ingeniería en todas sus carreras.

Reducir la cantidad de años y de créditos no sirve de nada si no hay una integración más adecuada de los cursos, una reducción del número de evaluaciones y demás. Hay un celo muy grande de todos los docentes acerca de la calidad de lo que se enseña y ese el móvil más fuerte en la facultad para resistir ciertos cambios. Pero creo que se ha hecho conciencia de esto que estamos diciendo. El promedio normal se estima en aproximadamente 1,5 veces la duración nominal de la carrera, por tanto tendríamos que estar en unos nueve años, y estamos muy arriba. Pensamos que el nuevo plan va a permitir acortar realmente la carrera, queremos que sea un plan que se pueda hacer en cinco años.

EC —Rosario, tú también estabas preocupada por lo locativo.

RC —Claro, porque una de las formas de acortar la carrera era asistir a los cursos presenciales, lo cual estaba acotado por el hecho de que te podías anotar y llenado determinado cupo no se admitían más porque no cabían en el salón. Entonces cuando Scheps habla de aumentar el número, de lo que ha aumentado, me pregunto en qué medida ese mismo edificio, esos mismos salones hoy podrían recibir más gente, y si no seguimos con el problema. En la época de mi hijo decían que para lograr las primeras filas y escuchar al profesor tenían que llegar dos horas antes y reservar el lugar, cosa que obviamente el que trabaja no puede hacer. Entonces, ¿aumentar cómo, con esa capacidad locativa? ¿Hay más profesores? ¿Se pueden hacer grupos más chicos? ¿Hay salones para recibirlos?

GS —Todas las modalidades se toman a la vez. En primer lugar, hay salones más grandes, porque compartimos el aulario Massera, un aulario que tenemos entre Ingeniería, Ciencias Económicas y nosotros.

EC —Es el edificio “nuevo” que está ubicado entre la Facultad de Ingeniería y el Estadio Franzini.

GS —Exactamente. Allí hay salones que llegan hasta los 400 estudiantes, con amplificación y cañones adecuados y demás para proyectar imágenes. O sea, el salón grande es una solución, pero tampoco es la mejor solución, no es a fuerza bruta que se puede crecer, pero es una de las maneras. Otra manera es cambiar las didácticas, buscar didácticas que permitan un acercamiento más fácil, más fluido, y otra es además poner las nuevas tecnologías de información y comunicación al servicio de la enseñanza. Es otro mecanismo que da resultado y que debe aplicarse. En realidad es una sumatoria de cosas.

Lo que no puede ocurrir es que el sorteo termine siendo la suerte de un estudiante, todos los estudiantes deberían tener el mismo derecho a elegir. Si quiere hacer el curso reglamentado, hacerlo, y si no quiere, dar el examen. Pero debería ser una opción, no una cuestión de suerte. Eso se está discutiendo y se está buscando trabajar.

Otro problema grave es la enorme cantidad de evaluaciones que hay en la carrera. La arquitectura es una disciplina integradora, piensa transversalmente, uno no piensa la eléctrica por un lado, la estructura por otro y el espacio por otro, piensa todo junto. Pero resulta que luego se termina evaluando separado. Entonces cuanto más logremos integrar las evaluaciones, mejor va a ser.

EC —La Facultad de Arquitectura de la Udelar no es la única en Uruguay, existe otra en la Universidad ORT. ¿Cómo juega, para usted y para la arquitectura uruguaya, esa competencia?

GS —Debería haber complementariedad. Nosotros estamos trabajando en una dimensión muy grande en términos de creación de conocimiento y de enseñanza que cubre realmente toda una enorme cantidad de renglones escalares en el espacio del hábitat. No tenemos demasiada interacción con la ORT, más allá de que la casi totalidad de los profesores de ORT se han formado y han sido docentes en la Udelar y que muchos siguen siéndolo, porque no tenemos cuestión de reciprocidad. Nuestros docentes pueden estar en los dos lados, salvo los que tienen dedicación total.

EC —Este ha sido un tema polémico en la Udelar. Ustedes lo resolvieron de esta forma.

GS —Lo hemos mantenido así. Salvo los individuos que hacen dedicación total –que no es que no puedan trabajar en otra universidad, simplemente no pueden trabajar en otro lugar que no sea la universidad–, los demás hacen lo que quieren.

EC —¿Esa es una asignatura pendiente entonces, la complementación?

GS —Podría llegar a ser. Nosotros estamos siempre abiertos y ofrecemos nuestro material como a todos los ámbitos académicos.

***

EC —¿Qué desafíos tiene planteados para empezar a transitar el segundo siglo de vida de la Facultad de Arquitectura de la Udelar?

GS —Tenemos desafíos en varios planos. Por lo pronto, tenemos un desafío espacial, tenemos que aumentar la capacidad de nuestro edificio, hacerlo más grande. Hay una ampliación de más de 5.000 m2 prevista en el sector de atrás –no tocamos el edificio histórico– que nos permitirá desahogarnos e incorporar nueva tecnología, vincular todas las carreras. Algunas se están dando en la calle Jackson, en el Centro de Diseño.

Con imaginación y con estos nuevos espacios tenemos que levantar las restricciones de ingreso y de cupo que tenemos.

Pero sobre todo tenemos que entender y reinventar la arquitectura como disciplina y la enseñanza de la arquitectura, adecuarla a los nuevos tiempos. El cambio cultural que estamos viviendo es gigantesco y las disciplinas de la arquitectura y el diseño son espacios de transformación y a su vez están sumergidos en un momento de transformación. Entonces cómo se transforma a sí misma la disciplina para aggiornarse, para ponerse en el tiempo que corre. Ese es el gran desafío y todo este debate del nombre y el plan de estudios y demás no es otra cosa que una preparación para eso.

EC —La arquitectura de hoy no es la misma que la de hace 100 años, pero también tiene diferencias importantes con la de 30 años atrás, por mencionar un plazo. Por anotar algunos puntos: hay de por medio nuevos materiales, hay nuevos sistemas constructivos y hay nuevas demandas también: la accesibilidad, la arquitectura amigable con el medioambiente, la generación de espacios públicos que aporten a la convivencia social, hoy hasta se le demandan a la arquitectura herramientas para enfrentar problemas de seguridad pública. Y podría seguir con la lista. ¿Qué dice a propósito de estas tendencias?

GS —Cuando hablo de reinvención, de reposicionamiento en el tiempo que corre, es precisamente eso. Porque no hay que ver las cuestiones en una sola dirección, es la interacción con la cultura y con la sociedad lo que define la vigencia o no de una disciplina. Y en este sentido los productos que se demandan son otros, los materiales que usamos son otros, pero sobre todo es otro el conjunto de relaciones entre la disciplina y la arquitectura. Hay que inventar nuevos roles, el arquitecto es el tipo que está formado de tal manera que puede entre otras cosas proyectar edificios. ¿Qué más que proyectar edificios puede hacer? ¿Cuál es el nuevo aporte que la arquitectura, con esa cabeza especial que tienen los arquitectos y los diseñadores, puede ofrecerle a la sociedad? ¿Qué nuevos problemas los arquitectos deben decirle a la sociedad que pueden resolver, con esa especial manera de mirar el mundo, de preguntar cosas y de dar respuestas?

EC —Por ejemplo, ¿en qué nuevos problemas se meterían o estarían dispuestos a meterse?

GS —Cada vez más interesa el diseño de un sistema más que el diseño del objeto o además del diseño del objeto. Por ejemplo, cuando se habla del sistema de bicicletas de préstamo de Montevideo se está hablando de que hay un diseño de bicicletas, diseño del lugar donde la bicicleta se queda y demás, pero lo importante es el diseño del sistema. Es ese sistema el que produce el cambio en la convivencia. Cuando se producen diseños que llevan a modalidades de transporte alternativos o de espacios de uso alternativos, lo que se está proponiendo son nuevos diseños que no son materiales, es el criterio que engloba los diseños materiales. Hay un cambio de escala.

Lo que importa es que la Udelar, y la FUDA en particular, desde la punta del conocimiento que debe ser, vea esos nuevos espacios de oportunidad y allí trabaje, proponga a la sociedad nuevas cosas y muestre que no es solo el arte de proyectar edificios, que es el arte de transformar el hábitat, en todo caso.

EC —Dice uno de los mensajes de la audiencia: “Me apasiona la arquitectura, ya que pienso que desde allí se diseña el espacio vital por excelencia para las personas. ¿Por qué se están determinando espacios tan diminutos para la vida en familia? Atendiendo razones económicas, ¿no están atentando contra las relaciones familiares, los vínculos intersubjetivos?”.

GS —Es posible, diría que es seguro que si el espacio es insuficiente es un atentado. El tema del mínimo espacio es una constante que ha sido abordada históricamente en la arquitectura y por muy diversas razones. En algún momento porque no hay recursos, como en las posguerras y demás, y en otros porque no se quiere gastar recursos en la inversión.

En mi opinión, cuando la arquitectura trabaja en los supermínimos debe tratar de reinventarlos. El supermínimo no es la casa reducida, achicada en todas sus partes, hay un momento en que cambian las cosas, debe cambiar el tipo de espacio, entonces se va a soluciones de mayor flexibilidad, de mayor indeterminación en los espacios, el equipamiento cobra otro rol, se desdobla en más de un uso. Hay que generar esa inversión. Pero no es fácil, porque hay normativas y porque hay además pautas culturales fuertes, asentadas en la demanda, que sigue pidiendo las mismas cosas que únicamente se pueden dar haciendo todo más chiquito. Ahí hay una inercia cultural muy fuerte.

RC —Me preocupa muchísimo la separación que existe entre las propuestas contemporáneas de buena arquitectura y lo que el público entiende como tal. A veces veo edificios detrás de los cuales hay una inversión muy importante pero que recurren a estilos absolutamente demodés, de otra época, que no tienen nada que ver con lo que sería una expresión contemporánea. ¿Qué pasa con la arquitectura contemporánea, qué pasa con los arquitectos, que no han dado a entender que a cada tiempo le corresponde un determinado tipo de arquitectura?

GS —Esa pregunta me parece superimportante. Tiene que ver con la inserción de una disciplina en la cultura. Efectivamente la trasmisión ha sido a lo que fue saliendo. Eso genera una inercia en la demanda, en la presión; el gusto, lo que está instalado en el imaginario colectivo está desfasado siempre de lo que está generando la arquitectura en su vanguardia.

Por ejemplo, en determinado momento estábamos haciendo edificios –esto es una anécdota real– con aberturas relativamente chicas en función del paradigma de la sostenibilidad y demás, pero los usuarios nos exigían en una cooperativa ventanas grandes porque era más contemporáneo. Ahí había un desfasaje, ese era el discurso que se había estado haciendo algún tiempo atrás. Ahora me contaba una colega que le están pidiendo que sus viviendas no tengan techos inclinados porque no es moderno… De verdad hay una trasmisión de valores que va retrasada.

Pero eso es anecdótico y tiene que ver con cosas si se quiere secundarias. Lo que más me preocupa es que no hay en la formación de los uruguayos un momento en el cual la arquitectura y el diseño de la ciudad entren formalmente. Se habla de eso muy tarde y mal, porque se habla de modo memorístico, se recuerda que tal edificio lo hicieron Fulano y Mengano.

Nosotros estamos tratando de desarrollar un programa –hoy van a facultad los chicos de la primera edición– para tratar de arrimar la arquitectura a las escuelas. Y no en términos de celebrar y de memoria y de recordar, sino de entender por qué un espacio le gusta más a un chiquilín, por qué juega acá y no allá, de manera de desarrollar una conciencia del espacio construido que permita que luego esa relación amable entre el individuo y el espacio construido se desarrolle. Porque mientras no haya una conciencia de ese tipo no hay defensa del patrimonio posible, por ejemplo, porque no se valora como patrimonial lo que no se siente como interesante, propio o querido. Confiamos en que con esto empecemos a saldar una deuda que no es estrictamente de la facultad, pero pensamos que podemos dar una mano en eso.

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Transcripción: María Lila Ltaif