Editorial

Venezuela: La consolidación del poder absoluto

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Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti

Ayer 12 países de las Américas pidieron una auditoría independiente de los resultados de la votación de gobernadores en Venezuela. Este grupo compuesto por Argentina, Brasil, Canadá, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú, dijo que su pedido apunta a “conocer el verdadero pronunciamiento del pueblo venezolano”.

El régimen que encabeza Nicolás Maduro afirma haber obtenido 17 de 23 gobernaciones en un proceso electoral que se realizó sin la presencia de observadores neutrales el domingo, y el pedido de esos países conocidos como el “Grupo de Lima” deja poco lugar a dudas sobre la opinión de la mayoría del continente: si es necesaria una auditoría para conocer “el verdadero” resultado, entonces las cifras oficiales, que contradicen las encuestas previas, deben entenderse como no verdaderas o fraudulentas según el parecer de esta docena de naciones.

No cabe otra interpretación a esa declaración de un grupo del que Uruguay decidió no participar en medio de sus vaivenes sobre la consideración del gobierno venezolano como dictatorial o “democrático autoritario”.

La Unión Europea, más prudente y diplomática, pidió que sean publicados todos los datos de la votación para “demostrar la transparencia del proceso” del que, claramente, le quedan dudas.

Estados Unidos en tanto, condenó “la ausencia de elecciones libres y justas en Venezuela” y dijo a través del Departamento de Estado que “la voz del pueblo venezolano no fue escuchada”.

El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, premio Nobel de la paz por haber sido el artífice principal del final del conflicto armado en su país, fue tal vez el más contundente y sin preocuparse por la previsible reacción del gobernante venezolano, pidió que en Venezuela haya de una vez “elecciones generales” con mecanismos de control y veedores independientes.

La verdad es que, a excepción de las sensatas palabras de Santos, lo demás son gritos en la oscuridad que tendrán como eco la desaforada reacción de Maduro quien, como ha demostrado una y otra vez, se aferra a todo lo que considera un ataque a su gobierno para denunciar enemigos y conspiraciones contra la “revolución” entre comillas que pretende encarnar.

Esta votación en Venezuela no es sino un paso más en un proceso de consolidación del poder absoluto del chavismo-madurismo sobre los venezolanos, a través del control de los poderes y las instituciones del Estado.

No lo ve quien no lo quiere ver. Ni siquiera en aquellos países de América Latina en los que los presidentes buscan o han buscado perpetuarse en el poder mediante artimañas legislativas, existe un régimen con tamaño poder sobre el ciudadano.

Al amparo de su “Asamblea Constituyente”, esa que hizo votar a pesar de llamados a no hacerlo de medio mundo y que terminó en los hechos disolviendo el Parlamento elegido por la gente –algo que la última vez que ocurrió en nuestro país los uruguayos llamamos atinadamente “Golpe de Estado”-, el gobierno venezolano ha logrado ahora uno de sus máximos objetivos: desarticular a la oposición.

Las protestas en las calles de Venezuela se saldaron con 125 muertos pero el gobierno se mantuvo inmutable. La popularidad de Maduro está por el piso por una crisis económica producto de un manejo inviable de una economía sustentada solo en el petróleo y el pesado aparato estatal. La oposición dudó si presentar candidatos a las gobernaciones porque el esquema decidido por el gobierno supone que los ganadores se supediten a esa Constituyente que no reconocen ni ellos ni el resto del mundo. Es, en definitiva, un intento de legitimación de un organismo creado a prepo, una hábil estratagema que dividió a la oposición y terminó de agotar a sus seguidores.

El resultado es que el chavismo-madurismo consolida su poder absoluto en Venezuela y lo grita a los cuatro vientos. Los intentos de mediación fracasaron, los llamados a la moderación –de algunos de los cuales Uruguay formó parte- también. Es un escenario sin solución, porque tiene cimientos sólidos que se construyeron sobre la división de una sociedad, atizada desde el poder. Veremos más de esta triste saga.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 18.10.2017

Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Las opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.