Editorial

¿Usted qué prefiere comer, gato o liebre?

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Por Fernando Butazzoni ///

Es como si le preguntara: ¿Usted qué prefiere comer, gato o libre? Hoy me gustaría hablar de los engaños que sufrimos todos los días, de las medias verdades que acaban siendo medias mentiras, que nos provocan confusión y despiertan en nosotros malos sentimientos, entre ellos miedo.

No hablo de política, ni del gobierno ni de la oposición, ni de los líderes ni de sus seguidores, ni de violencia, seguridad, educación o trabajo.

Hablo de esta sociedad que se mete en nuestras casas sin que nos demos cuenta, y que afecta a uruguayos, brasileños, españoles, alemanes: afecta a todos porque es una sociedad global y por lo tanto nuestra, aunque no nos guste.

Pues pienso que esta sociedad se encuentra ahora más que nunca atorada de información de dudosa calidad, y en cantidades que son imposibles de digerir. Esa información se cuela por todas las rendijas de nuestro diario vivir, y no solamente por la televisión, que suele ser el chivo expiatorio preferido.

Son muchos los que, en esta sociedad global, acusan al periodismo de mentir, pero lo cierto es que los periodistas somos responsables apenas de una mínima, insignificante parte de las mentiras de cada día. Y la televisión también es responsable de una pequeñísima cuota en la gran bolsa de mentiras cotidianas.

Sin darnos cuenta, todos y cada uno de nosotros hemos construido unos vínculos con la realidad y unas relaciones con el mundo que están viciados por las mentiras que alegremente nos tragamos como si fueran verdades, y que después contribuimos a difundir.   

Las etiquetas de los alimentos, la publicidad de lociones para la piel, la indignación de los vecinos ante un crimen, la salud de la economía mundial, los espías de internet, lo que sea: la información sobreabunda y muchas veces, la mayoría de las veces por no decir casi siempre, es inexacta, parcial, distorsionada o falsa.

El lenguaje es un campo de batalla por supuesto. Se habla de la era de la posverdad, de las fake news y las verdades relativas. Todo eso quiere decir, en lenguaje simple, que aquí y allá nos están dando gato por liebre. Y nosotros con los cubiertos en la mano.

El lenguaje es una víctima. Por poner un ejemplo, el llamado “lenguaje inclusivo”. El otro día en la mutualista presencié una discusión entre un funcionario y una usuaria, quien reclamó que se le dijera “pacienta” y no paciente.

Muchas personas serias han insistido con el famoso “todas y todos”, y hasta se han inventado variantes para resolver el supuesto problema: primero fue la letra equis para sustituir la o, considerada −la o− el logotipo por excelencia del machismo patriarcal. Luego fue la arroba, y ahora es la letra e. Por lo tanto, si antes se decía “vecinos”, luego “vecixns” y después “vecin@s”, ahora se dice “vecines”, que suena a catalán. Pero con la palabra paciente no alcanza la letra e: la señora quería que le dijeran “pacienta”.

La pelea por otorgarle condición masculina a la letra o fue si se quiere una forma de extremismo, que ahora se nos cuela por debajo de la puerta, hace ruido, distrae, en algunos casos enoja y en otros asusta. La desinformación sobre el tema es gigantesca. En la sociedad global, hasta el más pintado (o la más pintada) se pone inclusivo. Hablo de Macron, de Pedro Sánchez, de Bachelet, de Angela Merkel, porque aclaremos que eso ocurre también con el inglés, con el francés, con el alemán, con todos los idiomas.

Usted, que me está escuchando, puede pensar que hablo de tormentas en un vaso de agua. Puede preguntar: ¿Y qué problema puede haber en que a una mujer le digan pacienta y no paciente? A eso yo le respondería con la pregunta del principio: ¿Usted qué prefiere comer, gato o liebre?  

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 17.10.2018