Editorial

Un hombre en su isla

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Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti

EEUU es comandado por uno de los presidentes más singulares de su historia. Tiene muchas particularidades en su forma de ser, en su forma de gobernar, siempre peleando contra algún enemigo al acecho; también en su peculiar forma de comunicarse con su pueblo, a cada rato, por Twitter.

Y claro, en el resto del mundo vemos algunas de sus decisiones, y la forma destructiva en la que se opone a trabajosos acuerdos consensuados durante años, o abandona organismos internacionales, saca a su país de la troya y en definitiva, aisla más y más a EEUU de algunos ámbitos de decisión en los que podría tener la capacidad de influir en los destinos del mundo.

Primero, Trump se tiró contra el TLCAN o Nafta, un acuerdo que venía funcionando de forma por lo menos coherente. El presidente lo dijo cuando era candidato: quería que las empresas norteamericanas produjeran en EEUU, aunque, claro, la estructura de costos se decantaba claramente por una deslocalización que llegó a México y a muchos países asiáticos, con normas laborales más flexibles y salarios de miseria.

Resultado de su victoria, se sentó a renegociar el TLCAN. Hasta ahí, renegociar, porque Trump es lo suficientemente inteligente como para saber que no puede derrumbar un acuerdo que funcionó por más de 20 años.

No conforme con esta decisión, amenazó luego a las automotrices con ponerle fuertes impuestos para los autos que producen en México e importan desde EEUU. Las empresas mayoritariamente, lo ignoraron. México pasó a ser el gran enemigo de Trump, y lo dejó claro con una de sus ideas más sonadas: la de construir un muro en la frontera para evitar la llegada de inmigrantes no deseados a su país. Es una forma fácil de cumplir con una parte de sus votantes que ven en estas medidas simplonas algún tipo de gratificación y compran un mensaje sin razonar.

En ese proceso de aislamiento del cual el muro es tal vez la faceta más ridícula, Trump –que tiene entre sus apoyos a algunas industrias de las más contaminantes que existen- dijo que reactivaría la industria del carbón en un país que utiliza y bastante ese combustible. Resultado: retiró a EEUU del acuerdo de París, un texto duramente consensuado entre 196 países –ahora son 195- que es el único pacto global de lucha contra el cambio climático.

No es que el acuerdo de París fuera la panacea pero bajo su paraguas, el mundo reconoce que la humanidad se enfrenta a un problema global de imprevisibles consecuencias que de algún modo habría que taclear. Y aunque no se logre mucho porque la economía actual importa más que el bienestar futuro, por lo menos serviría de testimonio a las próximas generaciones para endilgarnos lo que no hicimos por el planeta.

Para colmo de males, Trump puso al frente de la agencia nacional encargada de este tema a un personaje que niega el cambio climático, por lo que, se presume, desmontará el organismo o se apropiará sin bases del relato científico.

Así las cosas, desinteresado por el TLCAN, por el Acuerdo de Comercio Transpacífico, por el acuerdo de París, Trump dejó luego la Unesco por considerar que tiene una postura “antiisraelí”. El hombre no se detiene y su penúltima decisión de política exterior fue retirar a su país del acuerdo de Naciones Unidas sobre migración y refugiados, en un momento en que la cifra de personas forzadas a desplazarse superó los 65 millones al final de 2016, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, y la crisis de migrantes entre Africa y Europa, y en la propia frontera sur de EEUU, está muy lejos de cesar.

Para terminar el año, sin mediar esfuerzo alguno por contribuir a la paz en Oriente Medio, Trump decidió que Jerusalén es para él la capital de Israel, una decisión que no solo no ayuda a buscar soluciones pacíficas a un conflicto añejo sino que, por el contrario, atiza el odio contra EEUU en una zona inestable. Una verdadera proeza de la ignorancia.

La pregunta que cabe formularse es qué tipo de potencia espera Trump que sea EEUU a futuro si poco a poco saca a su país de las instancias de discusión y decisión colectivas mundiales. Si se presenta como un provocador y poco más. Contribuye a una evidente pérdida de influencia que difícilmente se compensará con la generación de puestos de trabajo que sirve de argumento para casi todas estas decisiones, o con los votos que busca conquistar. Con seguridad, otros países en busca de protagonismo global, intentarán ocupar los lugares que erróneamente deja vacíos la administración de Donald Trump, un presidente empecinado en creer que pelearse con el mundo aportará alguna solución a los problemas de EEUU. Nada como la soberbia para meter la pata.

Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, jueves 14.12.2017

Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Las opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.