Editorial

Tutelado por el Estado y asesinado a mansalva

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Por Emiliano Cotelo ///

Carlos Sebastián Nuñez Santos, uruguayo, preso y cuarentón, murió asesinado en el Penal de Libertad el martes 9 de octubre, hace ocho semanas. Inicialmente, las autoridades penitenciarias y del Ministerio del Interior publicaron una versión falsa del hecho. El comunicado decía que Nuñez murió a consecuencia “… de un puntazo que recibió durante el incidente con sus pares…”. Y el director del Instituto Nacional de Rehabilitación declaraba que se estaba indagando la eventual responsabilidad de otros tres presos en la muerte.

Días después, el doctor Juan Miguel Petit, Comisionado parlamentario para el sistema carcelario, le dijo al ministro Eduardo Bonomi que la versión oficial no era cierta.

Además, Petit redactó un informe con el resultado de una pormenorizada investigación que concluyó que Nuñez Santos “murió a raíz de un disparo de escopeta con munición no letal pero hecho a muy corta distancia, realizado innecesaria e irregularmente cuando se encontraba indefenso y sin posibilidad alguna de agredir a nadie, ya que una reja lo separaba del personal policial…

Ese reporte, que fue entregado a la Comisión Bicameral de Seguimiento del Sistema Carcelario, está accesible para cualquiera que quiera leerlo, por ejemplo en nuestro sitio web.

La censura

El jueves pasado Petit compareció en la comisión y discutió con los legisladores sobre su documento y las recomendaciones que él plantea. Y en el fin de semana se anunció que el tema forma parte de una moción de censura a Bonomi que la oposición decidió impulsar ante la Asamblea General.

Bonomi y Jorge Vázquez hacen malabares con muchas papas calientes. Pero más allá de sus ineficiencias o aciertos, hoy, para la mayoría de los ciudadanos, los problemas de la seguridad pública están al rojo vivo y generan angustia. Por eso, la conveniencia de un recambio en la cúpula del ministerio ya incluso es planteada públicamente por figuras del oficialismo, como Daniel Martínez o Mónica Xavier.

En la oposición, mientras tanto, muchos reaccionan demasiado rápido y a menudo sin informarse antes con precisión. A cada rato aparecen los listos para condenar con desmesura tropiezos y torpezas. Ojo, no están inventando nada: antes, era el Frente Amplio quien bombardeaba así, prejuzgando y sembrando desconfianza sin pausa contra gobiernos de los partidos tradicionales.

Estos apresuramientos, ese discurso populachero y punitivo, no le hace bien a nadie. El desconcierto, la confusión y la mala leche, sea lo que fuera, se expanden.

La mezcla

Fíjense: la moción de censura que promueve la oposición contribuye al entrevero al mezclar episodios de distinta naturaleza y magnitud: 1) el homicidio de Nuñez Santos (9 de octubre) y la comunicación sobre el caso hecha por el ministerio; 2) la reacción policial pasiva el viernes pasado (30 de noviembre) en una manifestación de encapuchados ultras y destructivos; 3) el meneo del ministro Bonomi reculando contra la irrupción inesperada de unos desubicados en el acto de inauguración de las obras de la ruta 30 en el departamento de Artigas (lunes 26 de noviembre).

Parece obvio que, a esos efectos, no se pueden amontonar hechos tan diversos para tratar de tirar abajo a un ministro.

Hay uno de ellos que es gravísimo. El asesinato de un recluso realizado por la espalda, con un perdigonazo disparado por un funcionario público a poca distancia y a través de una reja no debería meterse en la misma bolsa con otros errores, porque ese es un horror. Y, así como se supone que debemos enmendar nuestros errores, tenemos que separar las cosas malas de las espantosas.

Lo que hay que saber

Además de identificar y condenar al que disparó, hay que esclarecer qué pasó, por qué, qué sabía cada funcionario y cómo reaccionó cada funcionario. No se trata de culpas solamente: importa educar a los ciudadanos en civilización. Hay que enfatizar e insistir en que ningún funcionario del Estado uruguayo tiene que matar a un preso desarmado. Nunca más.

Los responsables penitenciarios y el propio ministro del Interior pueden argüir muchas cosas, pero deben reconocer y explicar por qué una versión mentirosa del homicidio se mantuvo como verdad oficial durante más de un mes.

Debemos saber quién omitió asistir al hombre tirado, que se desangraba mientras gritaba que se desangraba. Debemos preguntarnos si la versión falsa, neblinosa, no buscó esconder responsabilidades oficiales.

Pasando raya

Escamotearle la verdad a la gente conduce al descreimiento y al enojo generalizado.

No es aceptable la escasa lógica democrática que le da respaldo político a jerarcas que callan y (de hecho) mienten cuando ya saben que un subalterno mató a un preso por la espalda con un arma provista por su ministerio.

La legalidad y la decencia deben pautar la guía práctica de los hombres de Estado y de los legisladores. Esa es la función educativa de las personas que nos representan; deben expresar lo mejor de nosotros porque si no… Si no, se nos viene la noche, la peor oscuridad es la que surge de nosotros mismos.

Nosotros y los presos

Es cierto: los presos no le importan demasiado a la mayoría de la gente. Las cárceles son madrigueras infectas en las que los condenados viven un suplicio y lo sabemos todos, quien más, quien menos.

Hay reparticiones del Estado que cumplen su tarea con cierta eficacia y, algunas pocas, con excelencia. Pero cuando se trata de los presos y los locos, en Uruguay somos de terror.

En el caso de las cárceles, en particular, parecemos tontos; es como si ignoráramos que los que entran, salen, y que solamente tres de cada diez liberados no vuelven a cometer delitos. La aritmética no es tosca, como la que pregonan los que creen que “hay que matarlos a todos”, pero es bastante sencilla: si rehabilitamos más y mejor, baja nuestra probabilidad de ser víctimas de un delito.

La eficiencia del sistema carcelario puede medirse así: si el rapiñero que me roba y amenaza o el homicida que me mata ya había estado preso, es uno de esos siete de cada diez que estuvo en la cárcel y al salir volvió a robar o matar.

Al salir esa persona es y está peor. Y con más motivos: le pegamos o dejamos que le peguen; pasó frío; estuvo sucio; tuvo que sobrevivir degradándose a la humillación y la violencia; aprendió a ser más ventajero, a no ser compasivo; y, sobre todo, sintió, durante todas las horas que pasó encerrado en condiciones infernales, que no hay salida, que está solo y no hay más esperanza que vivir y morir matando.

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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 07.12.2018