Editorial

Tras la resaca en París

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Por Susana Mangana ///

La cumbre del G20, que agrupa a las 20 economías más poderosas del planeta, culminó el pasado 16 de noviembre en Turquía con la firme voluntad de forzar la situación en Siria para que se pueda iniciar la transición política en un plazo de 18 meses. La idea suena muy bien pero resulta fantasiosa en exceso. Continúan las visiones encontradas entre el bloque liderado por Rusia, que apoya la continuidad del régimen Al Asad, y el que lidera EEUU y que incluye a Arabia Saudí, quienes preferirían que el presidente Bashar Al Asad renunciara y cediera el poder.

La magnitud del múltiple atentado en París el pasado 13 de noviembre golpeó a los líderes reunidos en Turquía y el combate a Daesh o Estado Islámico acaparó su atención así como la negociación en torno a la solución al conflicto sirio.

La oposición siria continúa terriblemente fragmentada y dividida, razón por la cual no se ha podido conformar un frente común para presentar a la comunidad internacional un plan de transición creíble. Una suma de comités, comisiones y consejos locales y nacionales compiten entre sí para derrocar al gobierno de Al Asad y por ello Arabia Saudí anunció que el 15 de diciembre celebrará una reunión para tratar de acercar posiciones de los opositores.

Sin embargo es poco creíble que grupos que no han podido consensuar una posición unida tras cuatro años y medio largos de guerra civil, puedan ahora resolver un alianza que les permita trabajar un plan de gobierno alternativo al de la familia Al Asad, culpable de haber asesinado a más de 250.000 civiles y de un rosario de violaciones graves a los derechos humanos.

Ideologías enfrentadas, falta de liderazgo y representatividad en el terreno y escasos recursos son algunas de las razones por las que la oposición no ha podido enfrentar adecuadamente al gobierno de Al Asad. Por otra parte la oposición se mantuvo siempre más activa y vibrante en el exilio ya que la tiranía del régimen, como ocurre en el resto de países árabes, no permitía crecer a los disidentes dentro del país. Incluso si se produjera la transición política hacia un gobierno de unidad nacional en el que participaran las diferentes facciones de la oposición junto a un remanente del actual régimen, no es claro que podrían luchar contra la plétora de grupos beligerantes extranjeros que guerrean en suelo sirio.

La cruenta guerra civil podría continuar por años y todo indica que, de no haber ocurrido la masacre en Francia, los países involucrados en Siria podrían haber seguido haciendo la vista gorda por tiempo indefinido. Sin embargo al conflicto político de Siria se suma ahora el combate al nuevo monstruo del terrorismo internacional, Daesh o Estado Islámico.

La respuesta militar de Francia no se hizo esperar. Entretanto y tras la resaca inicial después del fatídico viernes 13, Europa despierta de su sopor y debate cómo enfrentar el terrorismo de base islamista mientras comienza a sentirse una suerte de psicosis colectiva en la que los europeos aguardan un nuevo zarpazo yihadista.

Hollande lanza un órdago que se asemeja demasiado al de Bush tras el 11-S. Los bombardeos sobre Raqa quizás golpeen puestos de mando estratégicos de Daesh pero lo cierto es que destruyen vidas de inocentes residentes. La espiral de violencia y destrucción alimentará la maquinaria de propaganda de este grupo terrorista devenido en protoestado y cosechará indignación y críticas entre buena parte del mundo musulmán. Déjà vu.

El combate a la ideología radical requiere de un plan estratégico a largo plazo que incluya la lucha contra las vías de crecimiento y expansión del yihadismo. Esto implica controlar las mezquitas barriales donde pseudoimanes incitan al odio y la violencia, rastrear y bloquear redes sociales y material de propaganda que se utiliza para diseminar esta ideología radical y perseguir el tráfico de dinero y donaciones que particulares residentes en Europa –vale decir Occidente– envían por mensajeros privados a organizaciones con fines terroristas.

La intervención en Siria, aunque lamentable, no parece evitable hoy a la luz de la situación de beligerancia y ausencia de soluciones internas a la crisis. Pero no hay que perder de vista que Europa debe enfrentar otra crisis tanto o más grave que la siria como es la falta de inserción social y apropiación del acervo cultural de cientos de miles de jóvenes inmigrantes de tercera generación que están dispuestos a atentar.

Como evitar que estos jóvenes se sumen a la aventura yihadista constituye el desafío de sociedades marcadas a fuego por el espíritu democrático que en ocasiones no permitió ser tajante con aquellos que saben aprovecharse de las libertades que el Estado de derecho otorga para lavar cerebros y tramar ataques. Más déjà vu.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 23.11.2015, hora 08.05

Sobre la autora
Susana Mangana, doctora en Estudios Árabes e Islámicos por la Universidad Autónoma de Madrid y MBA por la Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, es docente e investigadora en la Universidad Católica del Uruguay y analista de política internacional en medios nacionales e internacionales.