Tiene La Palabra

Mi Buenos Aires querido

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Por Rafael Mandressi ///

Carlos Gardel murió en Medellín el 24 de junio de 1935. De eso no hay dudas. Dónde y cuándo nació, en cambio, son preguntas abiertas, para las cuales hay dos respuestas: la tesis oficial, según la cual Gardel nació en Toulouse, Francia, el 11 de diciembre de 1890, y la tesis uruguayista, que sostiene que Gardel nació en Tacuarembó algunos años antes, en 1887 o, quizá, en 1883. Hijo de Berta Gardès, planchadora francesa, o de Carlos Escayola, coronel uruguayo. Huérfano de padre o hijo bastardo, tal vez incluso incestuoso, del jefe político de un departamento del Uruguay profundo. Historia triste pero trivial en un Río de la Plata lleno de esas historias de inmigrantes, o historia sórdida, truculenta, feudal, parida por el vientre violento de la “tierra purpúrea”. Melodrama o tragedia. O ambas cosas.

A falta de pruebas concluyentes, se seguirá debatiendo durante mucho tiempo, quizá para siempre, a favor y en contra de una y otra tesis. Hay quienes piden un análisis de ADN, pero no es seguro que con eso se pueda zanjar la disputa. Salvo que aparezca ADN Escayola, la duda puede no disiparse, porque ¿quién puede asegurar que los restos que están en el cementerio bonaerense de La Chacarita son todos de Gardel? El ala del avión que chocó contra el que llevaba a Gardel y a sus músicos seccionó el fuselaje a media altura y destrozó a los pasajeros. Después vino el fuego, y en medio del horror y el desorden hubo que identificar lo que se pudiera.

Si no fuera porque en Argentina muchos prefieren que Gardel haya nacido en Francia antes que en Uruguay, se podría abandonar el asunto y vivir tranquilos con la ambigüedad. Al fin de cuentas, el lugar de nacimiento tiene poca importancia. Tampoco importa mucho el lugar donde murió: fue Medellín, podría haber sido en cualquier otra parte. Lo único que realmente importa es lo que ocurrió en el medio, entre el nacimiento y la muerte, y en ese lapso Gardel no fue francés, ni uruguayo. Tampoco argentino, aunque haya obtenido la naturalización argentina en 1923. Para lo que efectivamente cuenta, Gardel era porteño. Como Francisco Canaro, que nació en San José, o, mucho más tarde, Julio Sosa, nacido en Las Piedras.

En el negocio del espectáculo a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, ser porteño era ser también un poco montevideano, tener su cuartel general en el Buenos Aires querido y un pie en la orilla de enfrente. Dos ciudades, un vapor de la carrera, y una sola contabilidad. Aunque no guste, habrá que aceptar que para ciertas cosas y en esa época, Montevideo no era sino un satélite de la antigua capital virreinal. Dicho de otro modo: para ciertas cosas y en esa época, también Montevideo era porteña, como Gardel.

A las dos tesis en pugna desde hace décadas puede así agregárseles otra, que nada tiene que ver con documentos de autenticidad dudosa, testimonios interesados o inexactos, ni voluntad alguna de apropiarse del nacimiento de un cadáver. Gardel no canta cada día mejor, ni es indispensable escucharlo a las horas pares, no tiene una biografía completa, no es una persona. Es un personaje. Un personaje porteño, oscuro y excesivo, como Eva Perón, Gatica o Maradona, que no nació ni en Toulouse ni en Tacuarembó ni en ninguna otra parte y que, como queda demostrado cada 24 de junio, tampoco murió en Medellín.