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La ciudad de las puras palabras

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Por Daniel Supervielle ///

El senador del Partido Independiente Pablo Mieres debió tener su día de furia, pero no lo tuvo. Se privó de convertirse en un rebelde justiciero defensor de los oprimidos vecinos. No quiso sembrar la violencia y el pánico por las calles de Montevideo ante la injusticia de unas reglas absurdas ejecutadas por la burocracia municipal.

La historia es conocida: Fue interceptado por policías de tránsito en la Avenida Batlle y Ordóñez y multado por exceso de velocidad un domingo a las diez de la mañana. Ante la impotencia de haber sido registrado por un radar unos pocos kilómetros por encima de la velocidad permitida, los siempre implacables inspectores de tránsito de la capital procedieron a efectuarle una boleta que deberá pagar como cualquier hijo de vecino.

Pero no solo lo multaron sino que además, en clara acción de mala fe grabaron el diálogo mantenido con el siempre políticamente correcto excandidato a presidente de la República quien, durante unos inmortales segundos, perdió precisamente el recato que lo caracteriza.

La situación signada por un tono de voz impropio según lo que se pudo apreciar en un video que circuló por redes sociales, revela la impotencia y rabia contenida del legislador ante el absurdo que estaba viviendo.

Imagino a Mieres con el corazón a varias revoluciones retirándose del lugar recordando la madre de los inspectores y mordiendo el polvo de la impotencia que genera este cuerpo de blandengues de la comuna; siempre implacables a la hora de multar en lugares donde no hay peligro ni para peatones ni para vehículos.

Ahora: ¿quién les pasa la factura a los burócratas de gris por la enorme cantidad de accidentes en Montevideo? ¿Quién les recuerda que lamentablemente la principal causa de muerte de jóvenes en Uruguay es precisamente por accidentes en el tránsito que ellos deberían evitar? ¿Quién les recuerda la existencia de las motos de los delivery a contra mano sin luces los sábados de noche? ¿O acaso son ciegos y no los ve? ¿O los carritos a tracción equina desperdigando estiércol por las calles, sin respetar semáforos ni carteles de PARE?

Nadie. Lo de Mieres quedó ahí.

Porque a fin de cuentas los montevideano somos un poco cobardes. Seres que criticamos lo que después avalamos con nuestro silencio cómplice. Esto lo aprendí de los argentinos que viven en Montevideo: “no entiendo como no se quejan, como bancan calladitos la prepotencia de la burocracia, son demasiado corderitos¨

Algo de razón deben de tener. Siempre tenemos lista la voz para criticar con vehemencia y virulencia todas las cosas que pasan acá, allá, en Argentina, en Estados Unidos, pero somos incapaces de sacar nuestro cómodo trasero del sillón para provocar un cambio. En especial en el tema del tránsito. Montevideo se ha vuelto una ciudad infernal. El crecimiento de la flota de autos y motos se ha multiplicado por varios números en los últimos años y el sistema de nuestro tránsito, de su transporte público y sus accidentes mortales o con heridas para siempre son cada vez peores.

Por eso en parte –solo en parte– me solidarizo con el senador Mieres. Lamento que su día de furia, durase tan solo un par de segundos y fuese solo eso.

Imagino que recuperadas las pulsaciones, respiró profundo y volvió a su compostura de senador independiente, siempre en el medio de la balanza. La medianía del uruguayo medio obtuvo un nuevo triunfo: Todo retornó a su cauce.

El senador debe haber vuelto a su oficina y los inspectores a su ronda de mate, palpando el bolsillo del pantalón el talonario lleno de facturas firmadas con multas a ciudadanos que salían a pasear con sus familias.

Todo siguió como siempre en la apacible aldea donde probablemente desde el incidente de Mieres alguien haya perdido la vida o lesionado para siempre en un accidente de tránsito.

Y esta anécdota pronto olvido será. Nada va a cambiar. Todo seguirá igual, como siempre pasa en Montevideo, la ciudad de las puras palabras.