Por Emiliano Cotelo ///
¿Conocen la serie estadounidense The Blacklist? Aquí en Uruguay puede verse en televisión abierta, pero también está disponible, por ejemplo, en Netflix. En realidad, la serie en sí misma no viene al caso ahora, pero sí uno de sus capítulos, que apareció mencionado –y nos dejó pensando– en una reunión del equipo de En Perspectiva donde comentábamos algunas noticias que hemos tratado en nuestra agenda periodística esta semana.
En este episodio de The Blacklist (Temporada 2, Capítulo 4), agentes del FBI investigan una serie de asesinatos que son cometidos por gente común, individuos corrientes que, intempestivamente irrumpen en lugares concurridos de público y provocan pequeñas matanzas.
Con la siempre invalorable ayuda de Raymond Reddington (un criminal que vale la pena conocer), los policías descubren que esos casos, sin conexión aparente, en realidad están mucho más vinculados de lo que podía preverse. Es que todas esas personas participaban sin saberlo de un experimento socio-psicológico clandestino.
La cosa era así. Un psiquiatra identificaba entre sus pacientes a quienes tuvieran un determinado gen, el MAO-A2R, también conocido como el “gen del guerrero”, que –según estudios científicos– ha demostrado dotar a quien lo posee de un comportamiento agresivo y antisocial. Y el experimento consistía en someter a los pacientes que reunían esta característica a una serie de frustraciones cotidianas (como perder el empleo, la casa, los amigos, la pareja) hasta que el cúmulo de fracasos los condujera a un irrefrenable deseo de agarrar un arma y dispararle a todo lo que se cruzara en el camino.
Me gustaría tomar esta idea del “gen del guerrero” como una metáfora, y no como si literalmente habláramos de material genético. Pregunto, entonces: ¿Cuál es el detonante que nos lleva, ante determinada situación, a reaccionar de la peor manera? Creo que ese encare podría resultarnos útil para analizar algunos hechos graves que tuvieron lugar en los últimos días.
Por ejemplo… este capítulo de The Blacklist me llevó a pensar en Barack Obama y esa triste rutina que él mismo denunció el 1º de octubre a raíz de la masacre de Oregon, donde un joven entró a los balazos en una universidad y mató a una decena de personas. EEUU se ha llenado de historias trágicas de este tipo. La exclusión, el racismo, la intolerancia y por supuesto la violencia, parecen estar enquistadas en el material genético de la sociedad estadounidense, generando un ambiente extrañamente propicio para estos baños de sangre. Quizás por eso, Obama eligió apuntar con aquel discurso al congreso de su país, para exigirle que apruebe de una vez las restricciones al uso de armas de fuego que él tanto ha reclamado. Pero… ¿y por casa cómo andamos? Lamentablemente esta semana también tuvimos nuestra propia tragedia. Podríamos decir que un sereno fue víctima del gen del MAO-A2R y que un compañero de trabajo fue víctima, a su vez, del sereno.
¿Conocen lo que ocurrió? Un empleado del área informática de una empresa volvió a su lugar de trabajo fuera de horario “porque se había olvidado de algo” y terminó asesinado por el encargado de la seguridad del lugar. Una fatalidad, sí. Pero que no nos exime de examinar el hecho con la misma objetividad con que podemos escandalizarnos con la espectacularidad de las masacres norteamericanas.
Este hombre no solo no pensó en la posibilidad de que la persona que ingresó al local a esas horas podía no ser un delincuente. Sino que además, ante esa suposición equivocada, tampoco se le ocurrió reaccionar de otra manera que no fuera disparando su revolver. Entonces… ¿Cuál es nuestro MAO-A2R, el gen del guerrero? ¿Cuál es el mal que tenemos nosotros, enquistado hasta la médula y que nos lleva a vivir episodios como este? Lo pregunto en plural porque creo que la respuesta nos involucra a todos.
Mi primera hipótesis es que allí medió el miedo. Y no utilizo esta expresión con un fin político partidario. Más bien todo lo contrario. En este caso, mi hipótesis es que entró en juego un miedo que no se desprende de los índices de violencia y criminalidad. Un miedo que, en definitiva, es tan irracional como quizás también lo es el hecho de que Uruguay sea uno de los países cuyos habitantes se sienten más inseguros en la región, aunque tengamos uno de los mejores índices de seguridad ciudadana del continente.
Allí quizás reside nuestro MAO-A2R. El mismo que en 2011 llevó a un padre a matar a su hija por error dentro de su propia casa en Carrasco, por confundirla también con un ladrón.
Todos tenemos allí una responsabilidad para abordar con cuidado los temas vinculados a la seguridad.
Para empezar, nosotros, los medios de comunicación, que debemos evitar el sensacionalismo y ofrecer siempre información debidamente contextualizada.
Luego, el sistema político también tiene su cuota de responsabilidad. Tanto por el lado del oficialismo, que es quien debe dar las respuestas en el combate a la delincuencia, como por la oposición, que debe evitar la tentación de exprimir el tema de la seguridad ciudadana con fines proselitistas.
Pero también, la responsabilidad es de los ciudadanos comunes y corrientes, que en sus charlas cotidianas se vuelven los principales generadores de opinión en su entorno, y en ocasiones también son portadores de armas y de miedo…una combinación que, ya sabemos, no es buena.
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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 9.10.2015, hora 08.05