Editorial

Temporada de incendios

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Por Rafael Mandressi ///

Supongamos que uno tiene un vecino desagradable. No saluda salvo de vez en cuando y con un gruñido, suele vociferar palabrotas en el ascensor, destrata a los muchachos que le traen las empanadas y la cerveza a domicilio, fríe cebolla todos los días con la puerta abierta, tira la basura por la ventana al pozo de aire, y saca a sus mascotas a hacer caca a la vereda. Uno se lo tiene que aguantar, incluso cuando baja en pijama a las reuniones de copropietarios y amenaza, con la vista clavada en el celular, entre carcajadas y eructos, con no pagar los gastos comunes.

Para algunas cosas, uno puede apelar al reglamento de copropiedad, que prohíbe usar el taladro a las cinco de la mañana o amontonar bártulos en los espacios comunes – aunque se resista, el vecino indeseable va a tener que sacar, tarde o temprano, el bidet que dejó en el palier. También se puede intentar una denuncia cuando uno sospecha que los maullidos infernales que se escuchan a media tarde se deben a las patadas que reciben los gatos del vecino porque así es como el señor se divierte, se saca el malhumor o transita sus borracheras.

Es una pesadilla, una desgracia inmobiliaria que envenena la existencia cotidiana de todo el condominio, contra la que poco se puede hacer: el infame vecino es propietario de su apartamento, no hay manera de echarlo, y en su casa, como responde siempre ante cualquier recriminación o protesta, él hace lo que quiere. Tanto es así que un buen día se le antojó instalar un medio tanque en el dormitorio para hacer sus asaditos, y al poco tiempo agregó otros dos, uno en el comedor, sobre la alfombra, y otro cerca de la ventana, pegado a las cortinas. Leña, brasas, tres asados simultáneos si viene gente, y un secador de pelo para avivar el fuego.

Es su casa, y él hace lo que quiere, aunque en cualquier momento salte una chispa, ardan la alfombra y las cortinas, tras ellas el apartamento, después el de al lado, tal vez el edificio entero y con él parte de la cuadra. Pero es su casa, y él hace lo que quiere. Si usted está preocupado, cómprese un extinguidor, o múdese. Solo que uno no puede mudarse, de manera que no le queda otra que pegar un papel en la puerta de la heladera con el número de teléfono de los bomberos, dormir con un ojo abierto y preparar un bolsito para rajar escaleras abajo a la voz de aura. Porque en su casa, el detestable e irresponsable vecino hace lo que quiere. Es, por así decir, soberano.

Soberanos, en principio, son también los Estados y también, fronteras adentro, hacen lo que quieren. Allí está, estos días, el vecino desagradable, jugando con fuego como quien desmaleza un baldío, y si a uno no le gusta, mala suerte. Esto es Brasil, y si se nos canta ver cómo se incineran pedazos enteros de la Amazonia, es asunto nuestro. ¿Te llega el humo? Cuánto lo lamento. ¿Te complico todavía más el tema ése del cambio climático? Problema tuyo si te creíste el cuento ambientalista. ¿Se carboniza una parte de la biodiversidad del planeta? No nos vamos a poner sentimentales porque se pierdan algunas especies de plantitas y animales improductivos, cuando yo tengo amigos que van a darle un buen uso a esas hectáreas deforestadas. ¿Te preocupan las comunidades que viven ahí? Son indios, sabrán adaptarse. En cualquier caso, repito, por si no quedó claro: esto es mío, hago lo que quiero, y que nadie se meta.

El execrable vecino tendría razón si dijera que no es el único ni el primero en tolerar, fomentar o ejecutar acciones que han ido mutilando la Amazonia, aunque el daño sea mayor ahora que antes y el vecino sea, por añadidura, un bocón provocador que lo relativiza. Pero el problema principal no es ése, sino que un vecino, cualquiera sea, pueda disponer de manera irrestricta de un bien cuya suerte afecta a otros. A todos, en este caso, ya que el vecindario de la Amazonia es tan grande como la Tierra, y ahí sí que no hay mudanza posible. Dicho de otro modo, se trata de reexaminar el asunto de la soberanía, para establecer mejor a quiénes corresponde detentarla en ciertas situaciones. Habrá quienes perderán una parte, y está muy bien que así sea, siempre y cuando se la redistribuya con cuidado, no sea cosa que otro vecino venga de pesado a sacar provecho y se termine simplemente cambiando de depredador. Tal vez sea ingenuo pensar que se resuelve con un nuevo reglamento de copropiedad, pero más vale por lo menos intentarlo, porque se nos quema el rancho.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 26.08.2019

Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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