Editorial

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Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

Es la historia de un matrimonio aberrante y de un crepúsculo en las cloacas. Son dos historias, en realidad, que a primera vista tienen poco en común, pero que se pueden contar juntas. Dos historias europeas, entrelazadas por la coincidencia en una misma semana. La primera transcurrió en Italia. Allí se trataba de formar gobierno después de las elecciones legislativas del 4 de marzo pasado. El parto fue lento y difícil, hasta que dos socios improbables dejaron atrás sus compromisos anteriores y cambiaron figuritas para completar un álbum que no existía. La Liga, con el señor Matteo Salvini a la cabeza, y el Movimiento 5 Estrellas, liderado por el señor Luigi Di Maio, llegaron pues a un acuerdo: yo te doy mano dura con los inmigrantes, vos me das renta básica, y vamos armando un programita juntos, aunque vos hayas roto la alianza con la que te presentaste a las elecciones y yo haya roto la promesa de no aliarme con nadie.

Los viejos separatistas del norte se avinieron a marchar en yunta con las huestes antisistema encabezadas por un napolitano, tapándose la nariz seguramente, ya que sus cánticos aludían hasta no hace mucho al supuesto hedor de los meridionales. Los Cinco Estrellas, autoproclamados portavoces de la bronca popular, no le hicieron asco al abrazo con la ultraderecha representante de los intereses patronales norteños. Y así, consumada la cópula, los señores Salvini y Di Maio, un barrabrava del Milan y un ex agente de seguridad del estadio San Paolo de Nápoles, se apersonaron ante el presidente de la República, Sergio Mattarella, para presentarle el equipo que debía tomar las riendas del país bajo la conducción de Giuseppe Conte, un ignoto jurista cuyo currículum, por lo demás, tenía al parecer algunas líneas ficticias.

Pero Mattarella dijo no. Había un nombre que no le gustaba, el del futuro ministro de economía, Paolo Savona. Ocurre que Savona ha sido desde siempre un opositor a la moneda única y preconiza la salida del euro. Al democristiano Mattarella le pareció inaceptable una cosa semejante – qué iban a decir los mercados –, pero no la xenofobia grosera y la política de palo y palo. Con eso se podía transar. Tanto es así que después de un breve interludio en el que el presidente llamó a un exfuncionario del FMI para hacerse cargo del gobierno, los coaligados aceptaron desplazar a Savona a otro ministerio, el de asuntos europeos, Mattarella les dio luz verde, y Matteo Salvini será ministro del Interior, un cargo propicio para intentar cumplir la promesa liguista de echar a patadas a medio millón de inmigrantes.

La otra historia es ibérica. Mariano Rajoy, como se sabe, volcó al volante de la barométrica del Partido Popular, y desde el sábado lo reemplaza, en la presidencia del gobierno español, quien fuera el promotor de la moción de censura que lo tumbó en el Congreso de los Diputados. Se trata de Pedro Sánchez, secretario general del Partido Socialista Obrero Español, una organización que hace tiempo ya que no es obrera ni socialista.

El señor Sánchez se comprometió a aplicar el presupuesto al que su partido se opuso en el Parlamento hace apenas unos pocos días. Los cinco votos del Partido Nacionalista Vasco, movidos por los más altos ideales, dependían de que no se tocara la plata que habían obtenido para Euskadi. El nuevo presidente español también se comprometió a dialogar con los independentistas catalanes, aunque en octubre del año pasado el PSOE haya aprobado la intervención de Cataluña. Pero a Pedro Sánchez no lo asustan las contradicciones. Con esas formaciones, se apresta a conducir el tren fantasma en el que viajan además Podemos, Izquierda Unida y una decena de partidos y partidúnculos más, dispuestos a atar sus vagones al de una socialdemocracia muerta. Ya llegará, para muchos de ellos, el momento de detenerse a examinar qué tiene para ofrecer la derecha de Ciudadanos, mejor peinada que los brontosaurios del Partido Popular.

Ambas historias, la italiana y la española, serían sólo episodios de la crónica roja de la política, forúnculos que cada tanto estallan, si no hubiera fundadas sospechas de que pertenecen a una historia mayor, que las conecta entre sí y con muchas otras, en Europa y más allá. Una historia que parece estarse escribiendo sin que por ahora se sepa muy bien cómo termina, pero que al acelerarse despide el olor inconfundible de la descomposición. La sensación, difusa, es que a caballo de la ansiedad algo está llegando a su fin. Un diario italiano titulaba, por estos días, “abróchense los cinturones”. De acuerdo, pero ¿qué tal si no quiero volar?

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 04.06.2018

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.