Por Silvia Bartram ///
“El único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio”, dice Albert Camus, “Juzgando que la vida merece la pena vivirse o no, se responde a la cuestión fundamental de la filosofía. Lo demás, viene después.”
El proyecto de eutanasia y suicidio médicamente asistido presentado por varios diputados de Ciudadanos ha despertado mucha polémica.
Eutanasia viene del griego “buena muerte”, por lo cual, si nos guiamos por la etimología, todo el mundo estaría de acuerdo. ¿Acaso alguien puede estar a favor de una mala muerte?
¿Una muerte llena de dolor, una larga agonía como la pasión de Jesucristo según describen los evangelios?
Lo que realmente despierta el rechazo de los opositores al proyecto es la asistencia al suicidio que actualmente está considerada un delito por nuestro código penal: art. 37 “homicidio piadoso” y art. 315 “ayuda al suicidio”.
Para un liberal, la vida pertenece a cada persona. Para los creyentes, la vida pertenece a Dios y sólo Él puede quitarla. Para otros pertenece a la Revolución, a la patria, a un líder, o a alguna causa que haya abrazado, por lo que un individuo no tiene la libertad de disponer de su propia vida y debe esperar a que causas ajenas a su voluntad determinen cuándo y cómo morir.
Esa es, en definitiva, la cuestión.
Estas posturas filosóficas son respetables y cada uno puede tener la suya, pero lo que realmente importa es lo que desea la persona que está sufriendo.
Un paciente que no tiene perspectiva de cura y que está agobiado por dolores físicos o morales, puede decidir poner fin a su vida.
La palabra “terminal” a veces no corresponde, porque por ejemplo una persona paralizada o mutilada, o un gran quemado, cuya vida depende de otros hasta para los mínimos cuidados, puede seguir viviendo muchos años y no sentir dolor. Pero una vida como esa casi nadie la desea.
Sin embargo, ocurre que muchos pacientes no pueden o no saben cómo suicidarse. Temen fallar en su propósito y hacer algo que les cause sufrimientos mayores. Tampoco quieren recurrir a algún método sangriento o brutal que deje un horrible recuerdo a sus seres queridos. Por eso la excepción en la figura del médico.
Los argumentos contra el proyecto son muchas veces falaces: falacia de falsa oposición o “falacia del hombre de paja”, que atribuye al opositor malas intenciones. Hasta se ha llegado a decir que el médico o la institución “elige” la eutanasia para ahorrar en cuidados paliativos.
El centro del asunto es la persona sufriente. El médico no “ofrece” la ayuda al suicidio. Es el paciente quien la suplica, y el médico puede acceder o negarse, según sus convicciones.
Este proyecto es humanista y propende a la libertad, la autonomía y la dignidad. Es un derecho humano que faltaba.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, viernes 21.08.2020
Silvia Bartram es médica y graduada en Filosofía.
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Imagen: Wikimedia Commons.