Editorial

Puertas adentro

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Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

Extranjeros, migrantes y refugiados han estado repetidamente en el centro de la atención desde hace dos o tres años, con su cortejo de imágenes dramáticas y de debates sobre las fronteras y la integración. Construcción de muros y vallas, barcazas de fortuna convertidas en féretros, deportaciones, tráfico de personas, clandestinidad, y un largo etcétera de fenómenos y episodios, más o menos puntuales, más o menos recurrentes, más o menos estruendosos, pintan la cara de un grueso problema planetario, con algunos puntos calientes.

Los movimientos de población no son nuevos, y ni siquiera es seguro que hayan crecido muy significativamente en los últimos tiempos respecto de épocas pasadas, aunque hay quien pronostica que probablemente se acentúen en las décadas venideras, entre otras cosas a causa del cambio climático. En cualquier caso, el asunto está allí, no solo en la cresta de la ola noticiosa, sino también en la agenda política de unos cuantos países, y muy notoriamente en Europa y Estados Unidos.

Desde Uruguay, como sucede a menudo, el tema se balconea, a veces con interés, otras veces con consternación pasajera ante la desgracia que golpea a esas masas migrantes allá en el mundo, ancho y sobre todo ajeno. Sin embargo, y mal que les pese a los cultores de la insularidad, Uruguay está en el mundo. Tiene además una vieja y densa historia de experiencias migratorias – “país de inmigrantes”, según la expresión consagrada, país de emigrantes, también –, y nuevos extranjeros están comenzando a llegar, de manera todavía tímida en los números, pero lo suficientemente visible, al parecer, como para despertar preguntas.

Cuáles son, por ejemplo, las “actitudes de la población nativa hacia inmigrantes extranjeros y retornados”, tal como indica el subtítulo de un informe producido en mayo de este año por el Programa de población de la Facultad de Ciencias sociales de la Universidad de la República. Firmado por los investigadores Martín Koolhaas, Victoria Prieto y Sofía Robaina, el informe, cuyo título es “Los uruguayos ante la inmigración”, expone y analiza los resultados de una encuesta diseñada por el Grupo de Estudios Migración e Integración en Uruguay (GEDEMI) (*) y aplicada por la empresa Equipos Mori entre diciembre de 2015 y enero de 2016.

No es posible reseñar en pocos minutos el conjunto de informaciones que el documento ofrece, y la acumulación de cifras es ingrata en radio; por lo demás, el texto, con las fundamentaciones que llevaron a efectuar el estudio, la descripción de la metodología, los resultados y las referencias bibliográficas, está disponible en línea. (**) Sí se puede, en cambio, hacer algunas consideraciones, necesariamente generales y rápidas, a cuenta quizá de un peinado más fino en el futuro. Lo primero, de todos modos, es saludar la existencia de un informe que no tiene antecedentes en Uruguay, que por lo tanto pone por primera vez esas cartas sobre la mesa, y que vale la pena leer in extenso.

De esa lectura se desprende una imagen no muy halagüeña, que algunos porcentajes en particular dibujan con nitidez: el 45% de los encuestados estima que la inmigración no es positiva para el país, el 23% cree que los inmigrantes inciden en el aumento de la delincuencia, el 43% los rechaza porque competirían con los uruguayos por puestos de trabajo, el 70% cree que en un contexto de crisis los uruguayos deben tener prioridad en el acceso al empleo frente a los extranjeros, el 60% extiende esa prioridad al acceso a la vivienda, y casi la mitad lo hace también respecto de los servicios de salud y de educación.

Las cifras no son mejores cuando se trata del perfil de los eventuales inmigrantes, así como de las exigencias que se les debe hacer cumplir, como condición para ingresar y una vez que se hayan instalado. He ahí algunas pinceladas de un retrato que puede no gustar. Más claramente y en primera persona: no me gusta, me descorazona y hasta me repugna, cuando pienso, por ejemplo, que Marine Le Pen tendría bastantes más chances de ganar una elección presidencial en Uruguay que en Francia. Pero no se trata de desenfundar sin más el anatema de la xenofobia, que de nada sirve si lo que se quiere es combatirla. Más productivo es intentar comprender, y para ello es preciso, ante todo, conocer. Con este estudio, y ése es su mérito al fin de cuentas, somos menos ignorantes que sin él. Ojalá sirva, aunque más no sea para disolver los lugares comunes de la autocomplacencia.

(*) https://gedemi.wordpress.com/
(**) https://gedemi.files.wordpress.com/2017/05/los-uruguayos-ante-la-inmigracic3b3n-2017-informe-final1.pdf

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 12.06.2017

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.