Editorial

Pancho coloquios

Por

Facebook Twitter Whatsapp Telegram

Por Rafael Mandressi ///

Un presidente no debería decir esto. Ese es el título de un libro de Gérard Davet y Fabrice Lhomme, periodistas del diario francés Le Monde, que salió y se puso a la venta la semana pasada. Se podría agregar un tercer autor, ya que la frase del título está entrecomillada y pertenece a François Hollande, cuyas confidencias constituyen la materia prima de este libro de más de 600 páginas. Se trata, según el subtítulo, de los “secretos de un quinquenio”, que Davet y Lhomme recogieron de boca del propio presidente francés a lo largo de su mandato, que concluirá en mayo de 2017.

Casi un quinquenio pues, durante el cual el presidente y los periodistas se reunieron unas sesenta veces – es decir aproximadamente una vez por mes – para mantener conversaciones de dos o tres horas cada una. La iniciativa de llevar a cabo esta operación, cuyo propósito, desde un comienzo, era la producción de un libro, correspondió a los periodistas, que pusieron además sus condiciones. Nadie debía acompañar al presidente – ningún asesor, ningún secretario, nadie –, todas las entrevistas debían ser grabadas, de manera de tener un respaldo para blindar la futura publicación, y no habría relectura: François Hollande no podría leer y mucho menos enmendar lo que los periodistas decidieran escribir.

El presidente aceptó, los años pasaron, los periodistas escribieron y, al fin, publicaron, a pocos meses de unas elecciones a las que Hollande no parece haber renunciado a presentarse en busca de un segundo mandato, a pesar de los resultados raquíticos que su candidatura recoge sistemáticamente en las encuestas de intención de voto.

De manera que hoy, a cinco días de la publicación del libro de Davet y Lhomme, muchos se preguntan qué quiso hacer François Hollande, qué pasó por su mente cuando aceptó prestarse al ejercicio que le proponían los periodistas, o, para decirlo más crudamente, qué tenía en la cabeza. La cabeza es lo que se agarran sus allegados, entre estupefactos, furiosos y desalentados, al ver que el presidente se despacha sin filtro y hace estallar un cúmulo de pequeñas bombas que no hacen sino dinamitar, quizá definitivamente, una candidatura para la que esos mismos allegados estuvieron trabajando durante meses, tal vez años, y siempre cuesta arriba.
Sin filtro: el Poder Judicial es una “institución de cobardes”, con altos magistrados que juegan a ser virtuosos y que a la hora de la verdad se esconden, los futbolistas tendrían que tener sesiones de “musculación de cerebro”, varios de sus exministros son lisa y llanamente “traidores”, otros no dieron la talla, y así. Naturalmente, el libro contiene muchas otras cosas, y junto a las frases asesinas contra sus adversarios o las consideraciones referidas a su vida privada, aparecen la política exterior, las decisiones económicas, el ejercicio del poder hecho de tácticas, estrategias, maniobras y límites.

Lo que queda, sin embargo, son las flechas envenenadas, los comentarios despectivos, las apreciaciones lapidarias, y una sensación de no saber quién es exactamente el individuo que ocupa la presidencia, un hombre afable, altamente inteligente, con convicciones a menudo difíciles de descifrar, un señor misterioso detrás de una superficie lisa, un desconocido, en definitiva, que dice cosas que un presidente no debería decir, como recoge el título del libro de Davet y Lhomme.

Solo que las cosas que no deberían ser dichas tal vez no sean las que han causado revuelo, las que han indignado a algunos y consternado a otros. Un par de lugartenientes del presidente han salido a combatir el incendio de la pradera haciendo el elogio de la transparencia. Quizá el propio François Hollande haya estimado que la empresa en que aceptó embarcarse era hacer gala de transparencia, y que sería recompensado por ello. Pero no. Ser transparente no paga, y debería pagar menos aún, ya que la factura, para Hollande, contiene apenas un puñado de opiniones condimentadas con alguna maldad que otra. Pinceladas coloridas pero accesorias, después de todo, comparadas con otro tipo de confidencias, que revelan resortes de la acción de gobierno respecto de los cuales las virtudes de la transparencia son harto dudosas.

A fuerza de querer escribir su propia historia, un presidente narra los entretelones de su política al tiempo que la pone en práctica, y sus dichos se dan a conocer mientras aún está en funciones. Esa desnudez, que siempre es obscena, pulveriza su mandato, del que ahora se sabe demasiado como para confiarle otro esperando algo distinto. He ahí un gobernante que efectivamente se volvió transparente; tanto, que ya no se lo ve.

***

Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 17.10.2016

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.