Editorial

En el nombre del Mago

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Por Rafael Mandressi ///

Días atrás, en Montevideo, un taxi: “buenas tardes, a Rio Branco y Canelones, por favor”. El taxista pregunta si prefiero algún recorrido en particular, respondo que no, me lleva hasta el lugar, me deja en la esquina. Rio Branco y Canelones. Dos automatismos, el mío y el del taxista, yo al darle la indicación, y él al dirigirse hacia allí sin más, cuando en realidad esa esquina ya no existe. Sí existe la de Wilson Ferreira Aldunate y Canelones, como existen Héctor Gutiérrez Ruiz y Soriano, Zelmar Michelini y Maldonado, Aquiles Lanza y San José o Carlos Quijano y Durazno. Hubo, desde 18 de Julio hacia el sur, una calle que se llamó Ibicuy, otra Cuareim, otras dos Yí y Yaguarón, como hubo antes una calle llamada Médanos, y otra que supo ser Yaro, allí donde desde 1909 se instaló la feria que dejó de ser la feria de Yaro cuando Yaro pasó, en parte, a ser Tristán Narvaja. Más tarde, un tramo de Tristán Narvaja se transformó a su vez en Emilio Frugoni. La calle Convención, por su lado, recuperó su nombre y volvió a ser Convención cuando hace ya casi 35 años se cerró el paréntesis que había abierto la dictadura militar llamándola Lorenzo Latorre, coronel y dictador.

Así las cosas – y el inventario es incompleto –, en vísperas del centenario del nacimiento de Mario Benedetti que se conmemorará el año próximo, el intendente de Montevideo propuso que una calle del Centro llevara el nombre del escritor. Las posibilidades son dos, y los ciudadanos pueden dar a conocer su preferencia por una u otra votando en la plataforma digital “Montevideo decide”: si se alcanzan los votos suficientes, las calles Río Negro o Paraguay, siempre desde 18 de Julio hacia el sur, podrían convertirse en la calle Mario Benedetti. La iniciativa del intendente Di Candia no es del agrado de todos, y ha habido pronunciamientos en contra de ella, ya que, según se objeta, alterar el nomenclátor conspira contra la memoria de la ciudad, es andar toqueteando cosas que hacen a su identidad, sea esta lo que fuere. Tarde piaste, en todo caso, qué le hace una mancha más al tigre, siempre y cuando sea una mancha.

Pero no todo son calles. Mientras tanto, el miércoles de la semana pasada terminaba, en la Cámara de representantes, el trámite parlamentario de un proyecto de ley de artículo único, presentado en el Senado en noviembre de 2018, por el cual la represa hidroeléctrica de Rincón del Bonete deja de llamarse Gabriel Terra. El proyecto original preveía sustituir el nombre del dictador por el de Julio César Grauert, asesinado en 1933 por la policía del régimen. Sin embargo, el texto aprobado, que elimina la denominación decidida por otro dictador, Juan María Bordaberry, en julio de 1973, acabó limitándose a desbautizar a la represa, que ni bien se produzca la promulgación de la ley pasará entonces a llamarse simplemente “Rincón del Bonete”.

No es usual que alguien tome un taxi para ir hasta allí, pero de hacerlo, seguramente la indicación no habría sido “a la represa Gabriel Terra” sino “a Rincón del Bonete, por favor”. Del mismo modo, cuando se trata de tomar un vuelo y se apela a un taxi o a algún otro tipo de coche de alquiler, rara vez se pide al conductor que enfile hacia el aeropuerto General aviador Cesáreo L. Berisso. Para ello, por lo demás, el viajero tendría que saber que así se llama el aeropuerto, en homenaje a ese pionero de la aviación uruguaya que ofició además en su momento como presidente de la finada PLUNA. Tal vez algún día se considere un cambio de nombre para el aeropuerto internacional de Carrasco. En cambio, seguramente nunca se haga otro tanto para la Estación Central del ferrocarril, o lo que queda de ella, que muerta o resucitada seguirá siendo General Artigas. Artigas, como se sabe, es eterno, florece en cada primavera, y no lo toca nadie.

Queda el puerto de Montevideo. Extrañamente, hasta donde llega mi conocimiento, no tiene nombre, y en caso contrario, es un secreto bien guardado. En este punto es que quisiera hacer una modesta contribución al asunto de la nomenclatura. No habrá de incomodar a quienes estiman inconveniente introducir cambios en esa materia, puesto que, precisamente, no habría cambio. Désele al puerto el nombre de Carlos Gardel, el uruguayo que en las imágenes de su inmortalidad canta en la cubierta de un barco, y con la frente marchita adivina el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando su retorno. Llámese Gardel al puerto, y llámeselo pronto, antes de que a alguien se le ocurra hacerlo del otro lado del estuario con el puerto de Buenos Aires, y en la orilla oriental se nos sugiera adoptar el nombre de algún prócer finlandés.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 09.09.2019

Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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