Editorial

Los dos cuerpos de Manu

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Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

El video dio la vuelta al mundo. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, asiste a la conmemoración del 78° aniversario del llamado del general De Gaulle, desde Londres, a continuar la lucha contra la Alemania nazi después de la invasión de Francia en 1940. Al terminar el acto, el presidente se acerca a las vallas de seguridad para saludar al público que allí estaba, y un adolescente, tras entonar el comienzo de La Internacional, le devuelve el saludo con un “¿qué hacés, Manu?” La réplica del presidente no se hizo esperar: “No, no, no, no”, cuatro veces no, y el reto que se hizo viral: “estás en una ceremonia oficial, te portás como se debe. Podés hacerte el payaso, pero hoy es la Marsellesa, el Canto de los partisanos, y me decís señor presidente de la República, o señor, ¿estamos?”.

El muchacho se disculpa, pero el presidente sigue: “Hacé las cosas en el orden que corresponde: el día que quieras hacer la revolución, conseguí primero un diploma, aprendé a ganarte la vida, y después vas a darle lecciones a los demás”. Horas más tarde, la propia cuenta de Twitter del señor Macron difundía una versión más larga del video, en la que el intercambio prosigue entre el presidente y el joven. Hablan de los estudios, de la necesidad de superarse, de ser ejemplar y de preparar el futuro. Junto con el video, un puñado de caracteres: “El respeto es lo mínimo en la República”, dice el tweet, “pero eso no impide tener una conversación distendida”.

Si el episodio rebotó en las redes sociales, fue objeto de reacciones y comentarios dentro y fuera de Francia, y el señor Macron creyó oportuno contribuir a amplificarlo, tal vez sea menos trivial de lo que parece. En lo doméstico, un par de cosas están claras. El presidente hace política, dirigiéndose al electorado que le interesa conquistar o retener. Después de una campaña electoral en la que hizo caudal de ser a la vez de izquierda y de derecha, prometiendo caminar en el gobierno con las dos piernas, la pierna izquierda resultó ser de palo. Ya no era necesaria, puesto que la socialdemocracia estalló en vuelo. La otra pierna, en cambio, sigue siendo útil para sacarle todo el oxígeno posible a lo que queda de la derecha tradicional y terminar de asfixiarla. El presidente quiere ocupar todo el espacio entre la ultraderecha carnicera y la izquierda testimonial y gritona. Así las cosas, no está de más darle señales a quienes creen que el respeto por la autoridad se ha ido desflecando y reclaman su restauración firme.

No es lo único, sin embargo. Más allá de las pequeñas maniobras, el señor Macron tiene una idea muy definida sobre lo que representa su investidura y cómo ejercerla. Vertical, “jupiteriana”, como él mismo la calificó en su momento, es decir acorde con las instituciones de la Quinta República francesa, tanto en su letra como en su espíritu. El presidente de Francia, se suele decir, es un monarca republicano. Ningún otro jefe de Estado en Europa tiene poderes tan siquiera comparables a los suyos, ningún otro es elegido por sufragio universal directo, sin vicepresidente, y oficialmente sin partido. La elección presidencial francesa, según una fórmula que pretende resumir su naturaleza, es “el encuentro de un individuo y un pueblo”.

Emmanuel Macron, cuyo gesto inaugural, la noche en que ganó hace poco más de un año, fue atravesar solo y durante largos minutos la explanada del Louvre para dirigirse a sus partidarios con la pirámide a sus espaldas, quiere encarnar esa presidencia en las cumbres, volver a impregnarla de la dignidad simbólica que sus predecesores estropearon: Sarkozy, agitado y grosero, Hollande, bonachón y amorfo. Macron quiere ser Mitterrand, el último rey de Francia. Quiere tener dos cuerpos, como los monarcas medievales, según teorizó en 1957 el historiador Ernst Kantorowicz: un cuerpo carnal, terrenal, mortal, y otro inmortal, político, en el que se aloja el cuerpo del reino y asegura su continuidad. El cuerpo de Manu, y el cuerpo del señor presidente de la República, que no es sino el cuerpo de la institución, es decir el de la República misma.

No se trata, como podría parecer, de un mero delirio de grandeza del señor Macron, sino de la búsqueda de una sintonía con parte de la cultura política francesa. No en balde se reprochó a Sarkozy y a Hollande la “desacralización” de la función presidencial. El problema, que tal vez haya pasado inadvertido al ver el video de marras, es, como decía Alberto Olmedo, que “si lo hacemos, vamos a hacerlo bien”: un rey, o un presidente, no tutea a sus interlocutores en público. Aunque el interlocutor sea un adolescente.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 25.06.2018

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.