Editorial

Las amenazas de guerra, el terrorismo, la gente

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Por Emiliano Cotelo ///

Otras dos fotos pusieron el dedo en la llaga de la tragedia siria. Paradoja: el protagonista de esas fotos es un fotógrafo, a quien un colega retrató y mostró al mundo. Se llama Abd Alkader Habak. En una de las imágenes aparece, sin su cámara, arrodillado y con la cabeza inclinada hacia el piso, llorando desconsolado. A su derecha se ve un cuerpo joven tirado boca abajo, con su ropa embarrada, aparentemente muerto. A sus espaldas, autos, camiones y buses destrozados arden envueltos en llamas y humo negro, en una esquina, en las afueras de Alepo.

La conmoción que padece ese hombre se entiende un poco mejor en la otra foto, tomada unos minutos antes, donde está corriendo desesperado mientras lleva en brazos a un niño malherido, a quien trata de alejar del amasijo de hierros retorcidos de otros vehículos alcanzados por la explosión.

Los hechos ocurrieron el sábado pasado, 15 de abril. Un convoy de 75 ómnibus transportaba centenares de civiles en un operativo de evacuación pactado entre el gobierno de Siria y los rebeldes para llevar a zonas seguras a la población de cuatro localidades. Un camión, que simulaba formar parte de una organización humanitaria, se lanzó contra la caravana e hizo detonar su cargamento de explosivos. El resultado: una masacre espantosa. No conozco los números definitivos, pero en las primeras horas ya se hablaba de más de 130 muertos, entre ellos 70 niños, y decenas de heridos, muchos de ellos gravísimos y con toda clase de mutilaciones. Imaginen el caos de los minutos inmediatamente posteriores al ataque. No había servicio médico cerca, nadie podía ayudar. Un grupo de periodistas que cubría el traslado se salvó de milagro. Uno de ellos, Abd Alkader Habak no lo dudó, hizo lo que su conciencia le decía y se dispuso a colaborar. Miró la cara de uno de los menores caídos, vio que respiraba, lo cargó y corrió con él hasta que encontró una ambulancia. Lo mismo hizo con otras víctimas. Después, agotado, se derrumbó y se lanzó a llorar.

Las fotos se hicieron virales el fin de semana pasado. Millones de personas las vimos, nos estremecimos y volvimos a preguntarnos cómo el terrorismo es capaz de alcanzar semejante nivel de salvajismo, descargado además, en este caso, contra personas comunes y corrientes que, justamente, procuraban escapar del horror que padecían si permanecían en sus ciudades, rehenes de esa guerra civil enloquecida y entrecruzada que ya lleva seis años.

Horror por un rato

Pero…¿cuánto tiempo nos duró el horror? Seguramente muy poco. Es que últimamente se suceden con velocidad arrolladora los atentados terroristas, como el de ayer en París, los bombardeos militares y las amenazas de guerras de grandes proporciones.

Trump al ataque, pese a Putin

Por supuesto que en Siria la tragedia es cosa cotidiana, pero sólo 12 días antes del ataque contra el convoy de refugiados había ocurrido otra masacre, la que golpeó a la ciudad de Jan Sheijun, que, en medio de un ataque de la fuerza aérea del gobierno, resultó afectada por una nube de gas sarín o algo similar, que dejó otro tendal de inocentes muertos o con secuelas crueles debido a la intoxicación, y que conocimos por fotos y videos, muchos de ellos de aficionados, subidos a las redes sociales y difundidos por la prensa y la televisión.

Todavía hoy no sabemos a ciencia cierta qué fue aquello: si los aviones de Bashar Al Asad ejecutaron el ataque de ese día utilizando armas químicas, o si en ese ataque aéreo las bombas convencionales hicieron detonar, sin saberlo, un depósito de gas sarín perteneciente a grupos terroristas, o si se trató, en realidad, de un gran montaje urdido por un tercero, vaya uno a saber con qué objetivos. Pero el gobierno de Donald Trump concluyó, sin lugar a dudas, que la hipótesis correcta era la primera y por eso, apenas 48 horas después, el jueves 6, en una pausa en la cena con el presidente chino, Xi Jinping, que lo visitaba en su residencia de la Florida, ordenó el castigo a Bashar Al Asad, lanzando varios misiles contra una de sus bases aéreas. Con ese paso Trump desconcertó a buena parte del mundo. No se esperaba que el nuevo presidente de Estados Unidos llegara a ese extremo en sus diferencias con el régimen sirio, chocando al mismo tiempo con Rusia, a quien parecía que venía aproximándose. Pero además ejecutó esa acción sin el aval de las Naciones Unidas, algo que, sin embargo, no les pareció mal a varios miembros del Consejo de Seguridad, como Reino Unido, Francia y Alemania, que le dieron el visto bueno, junto a otros países importantes como Japón, Israel y Turquía.

El Ping Pong con Pyongyan

Pero Trump no se quedó allí, y por esos días abrió un nuevo frente de tensión que ha derivado en una especie de ping-pong macabro con Kim Jong-un.

La Casa Blanca advirtió que está dispuesta a llegar a las últimas consecuencias para que Corea del Norte detenga sus planes de desarrollo de armamento nuclear y acate las resoluciones de la comunidad internacional, pero del otro lado le respondieron con nuevos ensayos de misiles que pusieron nerviosos a Corea del Sur y a Japón, ante lo cual Trump dispuso el envío de un grupo naval encabezado por un portaviones hacia la península de Corea, pero desde Pyongyang retrucaron con un desfile militar grandilocuente y la amenaza de “responder a una guerra total con una guerra total” y contestar “con ataques nucleares propios a cualquier ataque nuclear”. En medio de ese cruce de bravuconadas que iban de una pantalla a la otra, el viernes pasado Trump puso en escena a ”la madre de todas las bombas”, el explosivo no nuclear más poderoso que posee su Ejército, y la descargó –también televisada- sobre territorio de Afganistán a efectos de destruir una red de túneles del grupo Estado Islámico.

Preguntas

¿Cómo hay que leer este nuevo “duelo de cuatro” que se ha ido conformando en estos últimas semanas? A mí me asusta un poco este tele-drama al que asistimos, donde los protagonistas son personajes tan temperamentales, y hasta caricaturescos, como los veteranos Vladimir Putin, Bashar Al Asad y Kim Yong-un, acompañados por el debutante Donald Trump. ¿Tiene Trump una política exterior o va a andar a los bandazos siguiendo la inspiración del momento? ¿Podemos terminar metidos, efectivamente, en una nueva espiral belicista? ¿Llegarán estos “archi-rivales” al limite de las bombas atómicas? ¿O no hay que asustarse porque, en realidad, esta aceleración de gestos violentistas es artificial y va a terminar encauzándose en negociaciones civilizadas? ¿Queda espacio para la ONU y los organismos multilaterales, o terminarán cada vez más acorralados y desacreditados? ¿Quiénes son, en este cuadro, los actores sensatos que pueden contener a los matones de la geopolítica? ¿China, Alemania?

La Gente

Las preguntas, acuciantes, no son solo mías. Se las formulan hoy analistas y gobernantes de buena parte del mundo. Y tal vez varias de ellas atormentaban al fotógrafo Abd Alkader Habak el sábado pasado mientras lloraba, arrodillado, en las afueras de Alepo, cuando el atentado lo movió a cruzar la frontera entre su trabajo de periodista y la realidad, y lo impulsó a asistir, como podía, a algunos heridos, seres humanos comunes y corrientes que, al igual que tantos miles y miles de inocentes en otras partes del mundo, fueron y son, como bien sabemos, quienes terminan pagando las derivas guerreristas y/o terroristas.

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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 21.04.2017, hora 08.05