Editorial

La vida verde

Por

Facebook Twitter Whatsapp Telegram

Por Rafael Mandressi ///

Desde el lunes pasado, representantes de 195 países, organizaciones no gubernamentales, movimientos ecologistas, asociaciones filantrópicas, fundaciones y empresas transnacionales están reunidos en París, negociando el clima. Hay tiempo hasta el viernes de la semana que viene para llegar a un acuerdo y parir un documento que dé por lo menos alguna señal, que abra expectativas razonables sobre las probabilidades de evitar las catástrofes anunciadas si las cosas siguen como hasta ahora. Si eso ocurre, si ese acuerdo se consigue, se tranquilizará sin duda un poco el ánimo de quienes han visto y oído repetidamente imágenes, anuncios y advertencias que auguran un futuro sombrío, caótico, violento.

Junto con ese relato de un apocalipsis posible que se avecina por culpa de la acción humana, circula su contracara: lo que la acción humana puede provocar, puede evitarse también por medio de la acción humana. De ahí el discurso de la sensatez, que aconseja pensar a largo plazo y actuar de inmediato, si se quiere salvar a la humanidad del desastre en ciernes. El paso siguiente consiste en establecer el repertorio de acciones a emprender. En otras palabras, los deberes que hay que hacer para que el calentamiento global sea menos caliente de lo que se teme y se prevé. El cambio climático no solo produce pues un alza de las temperaturas, sino también un discurso normativo.

Frente a un problema global, se requiere una solución global, que resulta de la composición de acciones locales, particulares, incluso individuales. Se trata de modificar comportamientos, integrar la necesidad de restricciones, cambiar modos de vida y de consumo, aceptar o reclamar nuevas orientaciones y nuevas políticas. Después tal vez vengan las listas negras de personas o entidades culpables de no plegarse a los mandamientos, y quizá llegue el momento en que cada quien se transforme en una suerte de policía verde oficioso, atento a la conducta de propios y ajenos, infractores en potencia del deber ser ambiental.

Es preferible, por cierto, habitar un mundo en el que no se produzcan las consecuencias del cambio climático que en uno donde se haya desatado la espiral de calamidades que se pronostica. Tampoco se trata de exagerar el escepticismo respecto de la exactitud del pronóstico ni de ignorar las bondades de lo que se ha dado en llamar el principio de precaución, que viene a ser otra manera de decir que en la duda más vale abstenerse.

El asunto incómodo es otro. Es ver cómo se pone en marcha la máquina de fabricar consenso que termina siendo coercitivo. Así como ha ido creciendo una nueva forma de moral sanitaria que apela a la autoridad de la medicina, una moral ambiental, igualmente teñida de órdenes, prescripciones y prohibiciones, balbucea ya, apelando a la autoridad de la ciencia. Así, en singular: “la” ciencia, para reforzar la idea de una instancia poco menos que trascendente, a la que se echa mano para alimentar decisiones políticas que descienden del cielo estrellado y límpido donde piensan los expertos.

Pero los expertos no piensan en el cielo, sino en la mismísima Tierra que se está recalentando. En esta Tierra se negocia, incluso el conocimiento científico, que no por ello es menos interesante, útil y legítimo. Salvo cuando oficia de revólver en el pecho para conminarnos sin más a aceptar una moral y una política que se pretende haber deducido de esa ciencia que supuestamente dice que no hay más remedio, ni hay alternativa. Vivamos en todo caso una vida verde, que a muchos nos gusta más que una vida marrón, pero no a prepo.

***

Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, jueves 3.12.2015, hora 08.05

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.