Editorial

La loza de la abuela

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Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

Tres días atrás, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó una resolución (*) en la que “deplora y condena la destrucción ilícita del patrimonio cultural, entre otras cosas la destrucción de lugares y objetos religiosos, así como el saqueo y contrabando de bienes culturales procedentes de yacimientos arqueológicos, museos, bibliotecas, archivos y otros lugares, en el contexto de los conflictos armados, en particular por parte de grupos terroristas”. Así reza el primero de los 23 puntos de la resolución, precedidos por una serie de consideraciones de ingrata lectura por la profusión de gerundios, en las que se expresa “grave” o “profunda” preocupación ante la “participación de agentes no estatales, en particular grupos terroristas, en la destrucción del patrimonio cultural”, así como beneplácito por el papel desempeñado por la UNESCO en la protección de ese patrimonio y “la promoción de la cultura como instrumento para lograr un mayor acercamiento entre los pueblos”.

Está muy bien. Tan bien está, que el proyecto de resolución, presentado por Francia e Italia, fue votado por unanimidad. Pero las unanimidades suelen ser sospechosas, y algún malpensado podrá decir que no costaba nada apoyar una declaración semejante. La lectura del texto confirma esas sospechas, cuando se advierte que el Consejo de Seguridad “condena”, “destaca”, “invita”, “exhorta”, “alienta, “solicita”, “insta”, “toma nota”, y solo emplea el verbo “decidir” en el último punto, donde “decide seguir ocupándose activamente de la cuestión”.

En uno de sus puntos, el número 4, la resolución se atreve a “afirmar”: según el Consejo de Seguridad, “dirigir ataques ilícitos contra lugares y edificios dedicados a la religión, la educación, las artes, las ciencias o fines benéficos, o contra monumentos históricos, puede constituir crimen de guerra”; eso sí, “en determinadas circunstancias y con arreglo al derecho internacional”. O sea, habrá que ver. Por lo demás, los ataques de marras tienen que ser “ilícitos”, con lo cual no se descarta la eventual licitud de un ataque semejante, quizá cuando lo lleven a cabo algunos de los países miembros del Consejo de Seguridad, por ejemplo.

No es difícil aunar voluntades para votar lo que a nadie compromete demasiado pero que toda persona bien nacida debería aplaudir. Sobre todo, teniendo en cuenta que se trata específicamente de pronunciarse en contra de la destrucción y el saqueo del patrimonio cultural perpetrados por “grupos terroristas”, y no cualesquiera, sino la organización Estado Islámico, Al-Qaeda y el Frente Al-Nusra. Toda gente malvada, empeñada en arrasar con todo vestigio de civilización anterior o posterior a los tiempos de Mahoma, y que de paso aprovecha, para financiarse, de la venta de objetos patrimoniales a través de canales de tráfico al parecer muy eficientes.

Por los tiempos que corren, la defensa del patrimonio y la condena del islamismo asesino son causas baratas de asumir, más aún si van juntas. ¿Quién puede oponerse? ¿Cómo no adherir a la hermosa esperanza del representante de Uruguay en el Consejo de Seguridad, Elbio Rosselli, para quien “el respeto y la protección del patrimonio cultural puede forjar la paz entre las naciones”? Una reina de belleza no lo diría mejor.

Los bárbaros hieren la sensibilidad internacional haciendo volar templos, destrozando esculturas y apoderándose de vasijas, capiteles u otros pedazos de cultura comercializables, todo lo cual estropea, por añadidura, el consumo patrimonialista de los turistas del futuro. Entretanto, los civilizados conservan celosamente sus saqueos de otros tiempos, como si pertenecieran a otro tipo de patrimonio, que sí pudo ser trasladado en retazos, a veces comprado y vendido, otras veces sencillamente tomado como quien recoge una piedra del piso, y puesto a buen resguardo.

Enredado en las ficciones de la historia y las realidades de la propiedad, el patrimonio, idea invasora que reduce la cultura a la veneración de rastros, es una arena política ideológicamente resbaladiza y moralmente dudosa. Los criminales de Al-Qaeda, la organización Estado islámico y otros grupos de similar calaña han sabido moverse en ella, tanto como el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha sabido encontrar unanimidad para escandalizarse porque hay vándalos que están rompiendo la loza de la abuela, como si la loza importara tanto o más que la propia abuela, a la que esos mismos vándalos acaban de masacrar.

(*) http://undocs.org/es/S/RES/2347(2017)

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 27.03.2017

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.