Editorial

La hostilidad como reacción a la globalización

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Por Susana Mangana ///

Que el mundo es un pañuelo no es novedad. Esa locomotora arrolladora llamada globalización acorta distancias y traspasa fronteras. Sin embargo abundan las contradicciones. Hoy es sencillo aprender un idioma en línea, leer diarios extranjeros o visitar virtualmente afamados museos. No obstante, se siguen levantando muros y barreras para separar poblaciones e impedir el paso de personas percibidas como una amenaza o una carga para otras.

Europa continúa a la deriva en materia de integrar a los miles de migrantes que intentan alcanzar su sueño de establecerse en suelo europeo y dejar atrás años y kilómetros de angustias, penurias económicas o violencia física. Italia se ve desbordada por las pateras y otras embarcaciones que cruzan subsaharianos, Grecia asiste impotente a la llegada de refugiados sirios y otros desesperados mientras Hungría levanta vallas con Serbia para evitar el ingreso de los “sin papeles”.

El racismo y la xenofobia, lejos de ser un mal recuerdo y un fantasma del pasado continúan creciendo en el viejo continente, al amparo de discursos rancios de extrema derecha que han encontrado en el acoso y demonización del inmigrante, especialmente si es musulmán, una cabeza de turco útil a la hora de cosechar votos de un porcentaje de la sociedad que prefiere estigmatizar a valorar positivamente la diferencia y la diversidad.

Pero no sólo Europa trastabilla. Estados Unidos continúa dividida entre aquellos que toleran pero no aceptan que buena parte de su progreso económico es fruto del trabajo sacrificado de millones de inmigrantes, la inmensa mayoría hispanos que realizan tareas que el norteamericano medio de origen caucásico declina. Por otro lado, la discriminación racial con la población afrodescendiente sigue latente tal y como nos recuerdan episodios recientes como los de Ferguson o los abusos policiales contra jóvenes de esa etnia.

El fundamentalismo religioso aunque asociado en la actualidad con el extremismo de base islamista no es exclusivo de esa fe sino que existen otros grupos religiosos en los que el cáncer del fanatismo ha hecho estragos. ¿Acaso no es extremista quemar cultivos y viviendas produciendo la muerte a bebés y niños? ¿Será que no se los considera personas? o simplemente sujetos de derecho como uno.

Puesto que el fenómeno de la globalización es imparable debiera ser tarea de todas las sociedades educar en la diferencia, mostrando a sus integrantes que la flexibilidad y apertura a otras ideas redunda en un enriquecimiento colectivo. Todo lo rígido tiende a romperse. Los cambios son cada vez más rápidos y bruscos y por ello resulta imperativo desarrollar la habilidad de adaptarse. En el mundo actual las tendencias se tornan globales casi al instante y como con otras especies antes, el futuro será para aquellos capaces de adaptarse y disfrutar la diversidad.

No es de recibo que ante crisis humanitarias y conflictos varios que devastan países y atenazan regiones de África y Oriente Medio, por citar algunas, los países más desarrollados y con un acervo cultural basado en el respeto y defensa de los derechos humanos opten por blindarse y echar cerrojos. Las guerras por los recursos no son responsabilidad de un solo país.

Ante el avance del consumismo surgido del modelo capitalista reivindicar la solidaridad, el amor al prójimo y la tolerancia parece un sermón surgido de una clase de catecismo. Sin embargo, si de verdad buscamos un proyecto de sociedad en el que todos podamos crecer en plenitud, es importante recuperar la capacidad de diálogo en especial con el otro, el diferente. La vida humana exige coexistir con diferentes dimensiones, lo cotidiano y lo absoluto y definitivo. Está en nuestra raíz judeocristiana buscar esa coexistencia y conectarse al ancho mundo y sus problemas.