Por Rafael Mandressi ///
Se acabó la Copa América. Se acabó para la selección uruguaya, es decir para todos los uruguayos a quienes les interesa solo la selección, y no especialmente el fútbol. Gracias a este final precoz, quedó atrás un torneo berreta, en el que el himno uruguayo fue sustituido por el chileno, a este último lo condimentaron con un rap, la bandera de Bolivia fue izada al revés y en los afiches de la empresa Adidas para promocionar las camisetas de la selección de Colombia, el nombre del país apareció transformado en “Columbia”. Una copa desprolija, organizada en el país equivocado por una confederación turbia. Penoso centenario.
Del otro lado del Atlántico, empezó la Eurocopa. Se juega en Francia, donde sigue vigente, desde noviembre, el estado de excepción, y donde las marchas y los paros contra la ley de reforma del código laboral no ceden. Pero esto es fútbol, pasión de multitudes, y el gobierno tiene por delante un mes para que Ronaldo, Ibrahimović, Podolski, Iniesta y otros saturen la agenda.
La otra saturación está a cargo de la policía. La que se ve, con uniformes y cascos, la que intenta no ser vista, y la que no se ve, porque está en las oficinas adonde llegan las imágenes de las cámaras de seguridad. Muchos policías, franceses por supuesto, pero también de otros países europeos. Ingleses, sobre todo, que llegan siguiendo la pista de esos hinchas que gustan de cometer desmanes. Fieles a su reputación, ya los estaban cometiendo antes del comienzo del torneo. Esto es fútbol, y alcanza con algunos hectolitros de cerveza para que la tribu ponga primera y salga a combatir, primero contra nadie, o contra todos, y después contra otra tribu, rusa, también alcoholizada y también integrada por unos 300 individuos.
Se teme que haya varias batallas campales más, en ocasión de partidos de riesgo, pero se presume que también habrá que usar las tanquetas con cañón de agua y los gases lacrimógenos cuando no haya partido alguno. Como esto es fútbol, el honor nacional y la virilidad bien entendida se deben defender siempre, en cualquier circunstancia, a las trompadas, a las pedradas, a los fierrazos y con botellas partidas.
Además de la Copa América y la Eurocopa, se jugó no hace mucho una tercera: la Copa del Mundo de la Conifa, es decir la Confederación de Asociaciones de Fútbol Independientes, disputada entre el 28 de mayo y el 5 de junio en Abjasia. Participaron, entre otras selecciones, las de Padania, Laponia, Chipre del Norte, Recia, Armenia occidental, el archipiélago de Chagos, el Punyab, Coreanos unidos de Japón, los kurdos de Irak, y los locales abjasios, por supuesto, a la postre ganadores del torneo. Por penales, contra la selección del Punyab.
Un Mundial paralelo, en suma, que reúne equipos de Estados no reconocidos, movimientos separatistas y minorías. Un Mundial para mostrarse como lo que esas entidades quieren ser: naciones soberanas provistas de un estado independiente, al igual que las 211 que tienen un lugar en la FIFA. Plantemos bandera, elijamos el color de la camiseta, hagamos sonar los himnos, representemos el carácter de nuestra gente, custodiemos su orgullo, honremos su nombre y, de ser posible, ganemos.
Esto es fútbol: no un simple deporte, sino un lugar de hipertrofia paroxística de las adhesiones, un aglomerado de frenesíes gregarios, tan desproporcionados como el lenguaje hiperbólico que habla de “gloria”, invita a alentar el “sueño”, celebra la “gesta”, la “hazaña” y los “héroes”, invoca a “todo un país” y emplea el “nosotros” para referirse a un equipo de fútbol en el que no jugamos.
Uruguay no quedó eliminado en EEUU, ni va primero en la Eliminatoria; la que perdió en un caso y encabeza la tabla en el otro es apenas la selección, un grupo de muchachos habilidosos con la pelota, y no la encarnación de la patria en armas.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 13.06.2016
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.