Editorial

Esperando a los reaccionarios

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Por Emiliano Cotelo ///

Todos estamos pendientes de Brasil. ¿Cómo eludir el tema?

Empiezo con algo que a estas alturas parece excepcional; cito a quienes se dedican profesionalmente a estudiar los temas políticos con rigor técnico: “Incluso si [Fernando] Haddad consiguiera revertir a su favor todos los votos en blanco, nulos e indecisos, [Jair] Bolsonaro ganaría estas elecciones. El mercado electoral disponible para Haddad es muy pequeño; solo le queda buscar realmente al electorado de Bolsonaro”. Esto lo dijo el politólogo Jairo Pimentel, investigador del Centro de Política y Economía del Sector Público, de la Fundación Getulio Vargas.

En síntesis: el candidato del PT solamente tiene oportunidad de ganar si muchos electores ya decididos a votar por Bolsonaro se dan vuelta. Y eso eso es poco probable a diez días del ballotage, incluso si ocurren imprevistos graves.

Perplejidad

En la fiebre de estas últimas dos semanas han corrido ríos de tinta. Y, obviamente, en la mayor parte de los casos, las tintas están cargadas de prejuicios, desesperación y maniqueísmo.

Es que, más allá de facilismos, nadie en su sano juicio puede creer que todos los que apoyan a Bolsonaro (casi 6 de cada 10 brasileños mayores de 18 años, según las últimas encuestas) quieren volver a una dictadura militar y son racistas y homofóbicos. Ni tampoco puede creerse que todos los votantes de Haddad (4 de cada 10 ciudadanos, según los mismos sondeos), son radicales prestos a promover una revolución de corte marxista.

Ni siquiera cabe otra de las simplificaciones en uso: la interpretación según la cual el alud de votos a candidatos de derecha y ultraderecha es una respuesta de péndulo a prácticas gubernamentales de extrema izquierda; no, ninguno de los tres últimos presidentes -Fernando Henrique Cardoso, Lula y Dilma- pueden definirse como extrema izquierda. Con muchas y notorias diferencias entre ellos, podemos ubicarlos a los tres en la centroizquierda o izquierda moderada, según las definiciones tradicionales. No califican como radicales.

En todas las tiendas políticas hay de todo: corruptos y decentes, estatistas, liberales y pragmáticos. Y, por cierto, también hay autoritarios de diversa adscripción e intolerantes de cualquier tipo y color.

De este lado

En medio de este ambiente que exacerba y tolera los eslóganes, nosotros, ubicados en este lado uruguayo de la frontera, podemos y debemos pensar con algo más de calma. Con tranquilidad, pero sin ignorar los sacudones que puede depararnos cada gesto del vecino gigante.

En ese sentido, el gobierno, sus jerarcas y hasta los precandidatos presidenciales de partidos con oportunidad real de ser gobierno en 2020, todos, tienen que recordar que, más allá de sus posturas y pensamientos políticos, en Brasil es la voluntad popular la que está eligiendo quién va a gobernar. Y que esa muchísima gente, con sus ilusiones y decepciones, tiene la libertad de acertar o equivocarse, para su propia suerte o desgracia … y para la nuestra, porque Brasil es el segundo destino de las exportaciones uruguayas. Por ejemplo, el año pasado nuestras exportaciones de energía eléctrica se duplicaron, superando los 141 millones de dólares. Y eso se debió, fundamentalmente, a las ventas a Brasil a través de la interconexión inaugurada hace poco tiempo. O sea que, seguramente, este vecino que nos compra más del doble de lo que exportamos a Estados Unidos, va a estar presidido por un señor al que nuestro ministro de Relaciones Exteriores le deseó públicamente la derrota electoral.

Si la injerencia del canciller Nin, la vicepresidenta Topolansky y la ministra Kechichián hubiesen sido defensas genéricas de la convivencia pacífica, la democracia representativa, el sistema republicano y las garantías individuales, podrían haberse pasado. Pero no, fueron planteos políticos específicos. Es que, sencillamente expresaron sus malos deseos según sus pareceres personales. Yo creo que no deben hacer eso: son gobernantes y sus opiniones constituyen hechos políticos que comprometen al país. Eso mismo piensa, por lo visto, el presidente Tabaré Vázquez, que sugirió mesura y ordenó callar y ver. Afortunadamente alguien antepuso los intereses comerciales y geopolíticos del Uruguay a su propio sentir.

Qué es eso

Mientras tanto, los que no gobernamos ni representamos al Uruguay podemos, y a veces debemos, expresar en público lo que pensamos.

En ese sentido digo: Bolsonaro no es igual a la mayoría de sus votantes, es peor.

Él reivindica la tortura y la represión sin demasiada contención, aunque dice que respetaría la Constitución.
Sus electores, que están asustados y furiosos ante la delincuencia y la violencia, quieren soluciones ya. A él le gustan mucho los militares ordenando. Y decenas de millones de brasileños extrañan el orden, incluso si se parece a aquel orden impuesto. Y, claro, los militares nostálgicos de la dictadura y los policías de gatillo fácil toman nota, se anotan y obtienen respaldo en las urnas.

Él es homofóbico, machista y misógino. Y en la sociedad brasileña la mayoría conservadora y buena parte de la moderada se han sentido avasalladas por la minoría homosexual, la trans y la feminista, más allá de la legitimidad o excesos de sus reclamos.

Los brasileños están casi un 10% más pobres que hace cinco años, cuando ya eran bastante pobres, y soportan lo mal que anda la economía, además de convivir desde siempre con inequidades lacerantes.
Y a esta lista hay que agregar la corrupción rampante de grandes empresarios y cantidad de políticos de muchos partidos, el más simbólico de ellos el PT, que para buena parte de la población supo ser la última esperanza. Ese cáncer de la corrupción fisuró las normas de convivencia democrática, desalentando a todos.

Muchos padres

¿Alguien piensa todavía que Bolsonaro, que hace cuatro años no llegaba al medio millón de votos en un país de 142 millones de habilitados y ahora tiene más de 50 millones de votantes es solamente un producto de las redes sociales? No, como acabo de resumir, esta criatura tiene varios padres, unos cuantos.

La decadencia de la democracia se gesta diariamente, cuando se alienta su desvalorización o se olvidan o ningunean sus pocos principios básicos. Bastan algunos años de barbaridades más o menos chicas para estimular barbaridades mayores. Y entonces aparece la reacción, que llega como un impulso de brutal ferocidad.

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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 19.10.2018