Editorial

En Primera Persona
Uruguay en el Consejo de Seguridad: ¿Estábamos prontos como país?

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Por Emiliano Cotelo ///

Uruguay ingresará en enero al Consejo de Seguridad de la ONU como miembro no permanente para el período 2016-2017. Después de largas gestiones que se iniciaron al final del primer mandato de Tabaré Vázquez, el 15 de octubre la candidatura de nuestro país fue aprobada en la Asamblea General de Naciones Unidas con un amplísimo respaldo. Entre nosotros todos los sectores políticos saludaron la noticia. Mientras tanto algunos dirigentes y la prensa comenzaban a especular sobre la agenda que deberá encarar la delegación compatriota cuando comience su gestión.

La conversación venía bastante tranquila y navegaba entre el orgullo por la nueva responsabilidad y los desafíos que implicaba para una estructura diplomática relativamente pequeña como la nuestra. Pero de golpe las cosas se complicaron.

El quiebre se dio el 27 de octubre, cuando el canciller Rodolfo Nin Novoa anunció que, como nuestro país se ha mostrado siempre en contra de todo tipo de terrorismo, apoyaremos a una coalición internacional destinada a combatir militarmente al grupo Estado Islámico.

Este es un tema que no está todavía en el orden del día del Consejo de Seguridad. Pero además la postura comunicada por Nin no se había debatido dentro de fronteras, ni con la oposición ni al interior del partido de gobierno. Por si lo anterior fuera poco, esa decisión implica el riesgo de que Uruguay sufra represalias violentas. Y, para completar el cuadro, el ministro dio a conocer esta línea desde Francia, un país que viene llevando adelante acciones militares aéreas tanto en Irak como en Siria. Estos cuatro ingredientes encendieron las alarmas: ¿Esto es el primer ejemplo de las concesiones que debe hacer en el Consejo de Seguridad un país pequeño como el nuestro, debido a las presiones de las grandes potencias?

En este nuevo tono que adoptó el debate resonaron fuerte casi todos los sectores del Frente Amplio, que ahora esperan el regreso de Nin para exigirle explicaciones. Pero a mí me llamó la atención, sobre todo, otro enfoque que aportó Álvaro Diez de Medina, que fue embajador en EEUU durante la segunda presidencia del doctor Sanguinetti. En la nota, publicada el lunes en El Observador, Diez de Medina evocó un hecho no muy conocido: “En 1997, el Departamento de Estado de EEUU sondeó a la embajada uruguaya en Washington respecto a la posibilidad de proponer la candidatura del país a integrar el Consejo en carácter de miembro no permanente”. Según Diez de Medina, ”no le tomó al presidente Julio María Sanguinetti sino minutos el rechazar la oferta”.

El miércoles El Observador agregó que Sanguinetti ya había descartado tal posibilidad durante su primera administración (1985-1990), cuando, luego de recuperada la democracia, varias naciones hicieron saber su disposición a votar para que Uruguay alcanzara aquella posición.

¿Y por qué Sanguinetti optó dos veces por el rechazo? Diez de Medina explicó que “el precio de presentar ante la opinión pública uruguaya un supuesto logro internacional de su administración sería el de someter al país a incesantes presiones, inquinas, trapisondas y, sobre todo, incursiones en imprevisibles conflictos siempre ajenos al interés nacional, y no estaba dispuesto a pagarlo”. El autor agregaba que “así es como algunos gobiernos asumen sus responsabilidades en silencio, por omisión y prudencia” y ponía como contraste el caso de México, que en 2002 incurrió en la “falsa ilusión” de ingresar a “las grandes ligas” y al año siguiente se vio obligado a apoyar la “desastroza autorización” de la invasión estadounidense de Irak.

Este planteo, tan lapidario, realizado por un ex embajador e invocando a un ex presidente me impresionó. Yo no recordaba que en los últimos años hubieran surgido este tipo de cuestionamientos al camino que venía recorriendo Uruguay.

Hicimos, entonces, algunas averiguaciones. Por un lado, encontramos que el diputado socialista Roberto Chiazzaro, un hombre cercano en su momento al fallecido canciller Reinaldo Gargano, coincide plenamente con la visión expresada por Diez de Medina. Chiazzaro remarca que la idea de buscar el acceso al Consejo de Seguridad se puso en marcha cuando Gargano ya no era ministro y había sido sustituido por Gonzalo Fernández. Destaca que con el viejo líder socialista nunca se había hablado del tema y cuenta que su opinión era que Uruguay, como país chico y de escasa influencia internacional, “debía protegerse y trabajar con la región”.

Por otra parte, consultamos a Daniel Peña, del Partido Nacional, presidente de la Comisión de Asuntos Internacionales de Diputados. Según Peña, para la oposición el ingreso al Consejo de Seguridad de la ONU siempre fue visto como una "jugada de riesgo", justamente por las presiones que se puede llegar a padecer y de las que habla Diez de Medina, pero, pese a ello, se prefirió encarar el proyecto con un talante constructivo, con la creación de un grupo de amistad interpartidario que va a apoyar a la delegación uruguaya en la ONU y que comenzará a trabajar en 30 días.

Ojalá que ese grupo plural opere como un canal fluido de intercambio. Aunque me parece que hace falta algo más. Porque la forma sorpresiva en la que Nin Novoa hizo su anuncio y las reacciones que provocó (incluida la discrepancia pública que hoy mismo plantea en la prensa el ex presidente José Mujica) me hace dudar de que Uruguay esté realmente preparado para el baile en que nos metimos.

Tanto desde la cancillería como desde el Frente Amplio, se había celebrado la llegada al Consejo de Seguridad porque le daría visibilidad al país, que podría tratar de incidir en temas y conflictos importantes, basándose en los principios de respeto del derecho internacional que desde siempre han caracterizado a nuestra diplomacia. Esto de “incidir” es muy discutible y para algunos directamente una utopía. Pero lo que sí es seguro es que en cada pronunciamiento Uruguay va a quedar mucho más expuesto que hasta ahora. Se trata de algo elemental pero, por lo que estamos viendo, no fue asumido con claridad por todo el espectro político.

Pero además, aparentemente, muchos no confían en que seamos capaces, como país, de soportar imposiciones de Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido y Francia, que son los poderosos que “cortan el bacalao”. Y hasta se cuestiona si no estaremos siendo, simplemente, un elemento decorativo que con su presencia valida una integración anacrónica e injusta del Consejo de Seguridad. Es raro. Pero estas preguntas, que tuvieron tiempo de sobra para debatirse a fondo, recién empiezan a instalarse con fuerza ahora, cuando surge la primera papa que quema.

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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 6.11.2015, hora 08.05