Editorial

Trump, la realidad y la burbuja

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Por Emiliano Cotelo ///

Debo confesar que para mí hubo algo cautivante, extrañamente cautivante, incluso divertido, en la madrugada del miércoles pasado cuando sobre las 5.00 hora de Uruguay escuché a Donald Trump haciendo su primer discurso como presidente electo de EEUU.

En contraste con la preocupación generalizada, y en buena medida justificada, que dominaba los primeros comentarios que fueron apareciendo ese día, la victoria sorprendente del candidato republicano me llegó como un revulsivo, un nuevo motivo para aprender, corregir y mejorar.

La verdad es que Donald Trump nos “mojó la oreja” a casi todos. A Hillary Clinton, a Barack Obama, a las encuestadoras, a la intelectualidad norteamericana, a los grandes medios de comunicación de su país y del mundo, a la mayoría de los tertulianos y colaboradores de En Perspectiva y a mí mismo.

Y con la oreja empapada, uno puede adoptar la actitud de regocijarse en el dolor del orgullo herido, o recoger el guante. Voy a elegir este último camino.

RECOGIENDO EL GUANTE

Esa noche, mientras estaban procesándose todavía los resultados, un oyente, Gustavo, nos mandaba un email en el que, muy respetuosamente, cuestionaba la falta de equilibrio de la cobertura que habíamos desarrollado en este programa sobre la campaña electoral que acababa de culminar.

Y, pensándolo bien, tenía razón. De algún modo, y, por supuesto, sin restar mérito a quienes pasaron por estos micrófonos, nos volcamos en exceso a la acumulación de los horrores que supondría la victoria de Trump. No era difícil terminar yendo por ese lado. El propio empresario contribuyó con sus exabruptos -y sin ruborizarse- a construir esa imagen de sí mismo que le valió ser considerado un hombre racista, misógino, clasista, xenófobo, bruto, abusador y de dudosa fe democrática. Sin embargo debimos haber puesto más empeño en entender por qué semejante personaje tenía chances reales de convertirse en el próximo presidente de los EEUU. Nos faltó hacer muchas preguntas. Y esa carencia fue volviéndose cada vez más grave a medida que la candidatura de Trump iba ganando fuerza.

LA AUTOCRÍTICA

No fue un defecto solo nuestro. Incluso nosotros podríamos excusarnos alegando que mirábamos los hechos desde lejos y de manera indirecta; pero, ojo, en ese caso el problema puede haber sido en qué colegas nos basábamos. En este enfoque incompleto incurrieron muchos de los grandes medios del planeta y en particular los de EEUU. Por ejemplo, el miércoles mismo The New York Times, iniciaba la autocrítica. El columnista Jim Rutenberg  planteaba la paradoja de que, pese a contar con todas las maravillas de la tecnología, el big data y los modelos sofisticados, una vez más los periodistas habían interpretado mal a la sociedad de su país, una vez más habían sido sobrepasados por la historia.

Es que este martes 8 de noviembre no fue la primera vez en 2016 en que la “intelligentsia” occidental quedó azorada ante comportamientos electorales que no veía venir: ya estuvieron el Brexit (o sea, el Sí a la salida del Reino Unido de la Unión Europea) y el No a los acuerdos de Paz en Colombia firmados por el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC. Por eso ya es tiempo de reaccionar. Como planteaba en estos días Cecilia Ballesteros, en El País de Madrid, “no podemos seguir pensando que la realidad se equivoca”.

OTRA VISIÓN

También es cierto que no todos cayeron en la miopía. Hubo quienes abrieron este debate hace meses. En The Guardian, de Londres, ya formulaban la advertencia en marzo pasado. En marzo, cuando EEUU recién estaba en la etapa de las primarias de los partidos, Thomas Frank escribía una columna alarmado porque para el establishment en general, y los medios de comunicación en particular, los partidarios de Trump no solo eran “incomprensibles” sino que realmente “no valía la pena llegar a comprenderlos”. Por lo visto, decía, era más fácil imaginarlos así: racistas, brutos, antidemocráticos. Sin embargo, este analista proponía otro encare. Había dedicado varias horas a repasar pacientemente cantidad de discursos de aquella época de la campaña de Trump. Y había visto que la frases y los gestos chocantes de Trump aparecían, sí, pero que el candidato dedicaba buena parte de su tiempo a los acuerdos de libre comercio y los impactos negativos que –según Trump– ellos tienen en la clase trabajadora  estadounidense, un asunto que, agregaba el autor, podía ser considerado de izquierda y que, sin embargo, no formaba parte de la agenda del Partido Demócrata.

Decía Frank:

"El comercio es un tema que divide a los estadounidenses en función de su estatus económico. Para la clase media, que incluye a la amplia mayoría de estrellas mediáticas, los economistas, los altos cargos federales y los demócratas poderosos, lo que denominan ‘libre comercio’ es algo tan obviamente bueno e incluso noble que no requiere explicación o consulta, ni siquiera que se piense mucho en ello. Los líderes republicanos y demócratas están de acuerdo en esto a partes iguales, y nada puede hacerles salir de su modelo económico soñado.

Para el resto, el 80 % o el 90 % de EEUU, el comercio significa algo muy diferente. Hay un video que recorre Internet en los últimos días que muestra una sala llena de empleados en una fábrica de aparatos de aire acondicionado en Indiana a la que un gerente informa que esa planta se va a trasladar a Monterrey, México, y que todos van a perder sus puestos de trabajo".

Y en otro momento de su nota añadía, sobre los simpatizantes de Trump:

"Muchos de sus seguidores son fanáticos, no hay duda, pero muchos más probablemente están entusiasmados con la perspectiva de un presidente que parece decir lo que piensa cuando critica nuestros acuerdos comerciales y promete acabar con el empresario que te despidió y que destrozó tu ciudad, no como Barack Obama y Hillary Clinton".

(…)

"El partido de izquierdas en EEUU –uno de los dos del duopolio– eligió hace tiempo dar la espalda a las preocupaciones de estas personas, convirtiéndose en el estandarte de la clase profesional ilustrada, una "clase creativa" que hace cosas innovadoras como los derivados financieros y aplicaciones para smartphones. Los trabajadores por los que el partido se preocupaba antes no tienen otro sitio dónde ir".

(…)

"Sin embargo, aún no podemos afrontar esta realidad. No sabemos admitir que nosotros, los de ideas progresistas, tenemos alguna responsabilidad en el ascenso de Trump, a causa de la frustración de millones de personas de clase trabajadora, de sus ciudades arruinadas y sus vidas en caída libre. Es mucho más fácil burlarse de ellos por sus almas retorcidas y racistas, y cerrar los ojos ante la evidente realidad de la que el “trumpismo” es sólo una expresión vulgar y cruda: que el neoliberalismo ha fracasado por completo."  

Repito: Esta nota fue publicada hace ocho meses. Yo la descubrí esta semana. Y me pareció muy interesante. Porque, se lo comparta o no, incluía un empeño genuino por comprender qué estaba pasando, tanto por el lado de la astucia de Trump como de la torpeza del Partido Demócrata.

EL SAYO

El oyente Gustavo, que mencioné al principio, señalaba: “Los votantes de una de las más grandes y antiguas democracias del mundo no son niños tontos que se dejan llevar por un discurso efectista”.  En la misma línea, la periodista española Cecilia Ballesteros alertaba: “Los periodistas estamos acostumbrados a trabajar con lo racional, a seguir las encuestas, a no salir de nuestra zona de confort, a pensar que del razonamiento A necesariamente se pasará al B (…), a que la gente al final es sabia y razonable, a juntarnos o a pensar que todo el mundo es como nosotros y tienen que optar por el progreso, la ciencia y el avance. A vivir en una burbuja y, en los últimos tiempos, a alejarnos de lo que piensa la gente real”.

Son planteos muy frontales y provocativos. Como el mensaje de otro amigo de En Perspectiva que, a partir del resultado en EEUU, sentenciaba: “Los políticos tienen que olvidarse de los medios un poco, y estos (los medios) deben dejar de pensar que marcan agenda, como antes”.

Sí, el triunfo de Trump es un gran llamado de atención a varias bandas, incluidos una enorme cantidad de diarios, canales de televisión, radios, portales de internet y periodistas que quedaron en offside.

Al que le quepa el sayo, que se lo ponga.

Yo me lo pongo.

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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 11.11.2016, hora 08.05