Por Rafael Mandressi ///
Faltan pocos días para las elecciones presidenciales en Estados Unidos. El martes de la semana próxima se sabrá quién sustituirá a Barack Obama a partir de enero de 2017, y la ventaja parece estar del lado de la señora Clinton. Si ese favoritismo se confirma y se convierte en victoria electoral el 8 de noviembre, la candidata demócrata volverá a la Casa Blanca, donde ya estuvo durante ocho años encarnando esa institución bizarra llamada “Primera dama”. Cuando la señora Clinton dejó la Casa Blanca en 2001, al cabo de dos mandatos de su marido Bill, quien ocupó su lugar fue Laura Bush, esposa de George W., quien también cumplió dos mandatos presidenciales.
Ese George Bush había sido precedido en la presidencia de la Unión por otro, su señor padre, vicepresidente primero y sucesor después de Ronald Reagan. A diferencia del hijo, Bush padre no logró ser reelecto: lo derrotó Bill Clinton en 1992. Hay otro Bush, Jeb, hermano menor de Bush hijo, que este año intentó sin éxito acceder a la candidatura presidencial por el Partido Republicano, después de haber gobernado el Estado de Florida entre 1999 y 2007, así como su hermano mayor gobernó el Estado de Texas entre 1994 y su acceso a la presidencia, en sustitución de otro exgobernador, del Estado de Arkansas en este caso, Bill Clinton.
Entretanto, la señora Clinton se desempeñó como senadora por el Estado de Nueva York, y luego como Secretaria de Estado de Barack Obama en su primer mandato. Si, como parece probable, acaba convirtiéndose en la 45ª presidente de Estados Unidos, la familia regresará a la Casa Blanca, esta vez con Bill como primer caballero. De Chelsea, la hija de ambos, se dice que quizá algún día tome la posta.
Los Bush, los Clinton, antes los Kennedy – John el presidente, Bob el fiscal general, Ted el senador –, familias en el poder o cerca de él durante décadas, siempre dispuestas a quedarse o prontas para volver sin haberse ido del todo, transmisión de una generación a otra, o enroques matrimoniales, como en el caso de los Clinton, a la manera peronista, que dejó a Isabelita en el sillón de Juan Domingo, y a Cristina en el de Néstor.
Nada, sin embargo, que pueda impresionar demasiado en Uruguay, país de larga tradición de dirigencia política endogámica. En estos días, a raíz del deceso del expresidente Jorge Batlle, se dijo abundantemente que con él había muerto el último representante de una dinastía que había dado cuatro presidentes: Lorenzo, entre 1868 y 1872, José por dos veces a comienzos del siglo XX, Luis algunas décadas después y por último Jorge, que terminó su mandato ya en este siglo. Solo que la presencia del apellido Batlle no se agota en las presidencias; ha estado y está, portado por padres, hijos, primos hermanos, primos segundos, nietos o sobrinos, en las cámaras legislativas, en el Consejo nacional de gobierno, en los ministerios, en los bancos y las empresas estatales.
Muchos también, y aún más antiguos, son los Herrera, desde Nicolás allá en tiempos de la Patria Vieja y los primeros años del Estado independiente, su hijo Manuel Herrera y Obes, y su nieto Julio, presidente de la República en 1890, así como también son numerosos y antiguos los De Herrera, desde Luis y su hijo Juan José en el siglo XIX, su nieto Luis Alberto, el nieto de éste, Luis Alberto Lacalle y su hijo, Luis Lacalle Pou. Sumemos otros nombres: Heber, Gallinal, Posadas, Penadés, Pacheco, Bordaberry, y, en la izquierda, Arismendi, Michelini o Sendic, esperando quizá a Alvaro Vázquez, para componer apenas un reducido repertorio que podría ampliarse y, sobre todo, densificarse extraordinariamente si se estudiara con peine fino y voluntad exhaustiva la formación de redes de parentesco por la vía de alianzas familiares cruzadas, y su composición o recomposición en clanes, a veces añejos, a lo largo del tiempo.
Tradición familiar, tradición política, tradición uruguaya. ¿Los Clinton, dijo? Unos aprendices.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 31.10.2016
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.