Por Rafael Mandressi ///
Un afiche electoral enteramente negro llama la atención. El texto, en letras blancas, dice: “No queremos ver la muerte de Roma” y, debajo, aparece un nombre: Iorio.
El próximo domingo hay elecciones en la capital italiana. Sus habitantes deben pronunciarse por alguno de los candidatos que compiten para alzarse con la Alcaldía, en una ciudad gobernada administrativamente por un comisario designado por el Gobierno tras la renuncia, en octubre de 2015, de Ignazio Marino, que había sido electo en 2013.
Iorio, Alfredo Iorio, es pues uno de los candidatos a ocupar el Campidoglio, la sede la Alcaldía de Roma. Tiene, al parecer, muy pocas chances de lograr su propósito, pero consiguió, al menos, unificar en torno a su nombre lo que la prensa italiana llama la “galaxia negra”. Negra como el afiche, negra como las camisas del uniforme fascista. En esa “galaxia” hay grupos y grupúsculos, algunos más abiertamente fascistas que otros, retoños en su mayoría de formaciones que, años atrás, se autocalificaban como “post-fascistas”. El “post” ha desaparecido, y con él los intentos eufemísticos: brazo en alto, cachiporras, y ganas de tomar las calles al grito de “dios, honor y patria” para que Roma “resucite”.
Como se da por descontado que Alfredo Iorio y la “galaxia negra” no van a ganar estas elecciones, se podrá hacer lo de siempre: observar el fenómeno con preocupación, pero sin alarma, y esperar los resultados para retomar, al día siguiente, la rutina de partidos y gobiernos más o menos incoloros, inodoros, intercambiables, ineficaces, pero inofensivos.
Sería olvidar que, en Europa, allí donde la ultraderecha no tiene un presente puede tener un futuro. Los austríacos acaban de demostrarlo: Norbert Hofer, candidato del ultraderechista Partido Liberal a la Presidencia de la República, obtuvo el 35 % de los votos en la primera vuelta, y perdió en la segunda por apenas algunas décimas de punto. En el anca de un piojo. Pero Hofer perdió, y todos quienes habían contenido la respiración hasta conocerse los resultados definitivos, suspiraron aliviados, y en el suspiro decía: todo sigue igual.
En Francia nadie duda que el Frente Nacional estará presente en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2017. Se supone que su candidata, Marine Le Pen, será derrotada, y por lo tanto se especula sobre quién logrará ser su oponente en esa segunda vuelta, puesto que suya será, se presume, la Presidencia de la República francesa. En otras palabras, el partido se juega en la primera vuelta. Tranquilos, muchachos, la ultraderecha no va a conquistar el poder. Habrá un pequeño susto, pero apenas al estilo de las películas de terror cuando se sabe cómo terminan y los protagonistas simpáticos sobreviven. Ya vendrá el momento, quizá, de preguntarse por qué el 80 % de los obreros franceses votan por la ultraderecha.
Con impotente calma pues, las esferas políticas y sociales tradicionales europeas asisten a la formación y a la expansión, en casi todos los países del continente, de movimientos como Alternativa para Alemania, los Verdaderos Finlandeses, el Interés Flamenco, el Partido para la Independencia del Reino Unido, el Jobbik húngaro, el Partido para la Libertad en Holanda, los Demócratas Suecos, tan decididamente neonazis como el Amanecer Dorado griego, y así.
Galaxias negras, pardas o, en todo caso, teñidas de oscuro, aglutinadas detrás de águilas imperiales o de la llama eterna de naciones puras, marchan sedientas de regímenes férreos y aventuras endogámicas, clamando la necesidad de limpiar Europa, de hacerla volver a lo que llaman sus “raíces cristianas”, de expulsar extranjeros, cerrar fronteras, restablecer el orden moral y poner en su sitio a los inferiores.
La otra Europa, mientras tanto, finge creer que son solo erupciones circunstanciales y se acaricia en el sentido del pelo diciéndose que lo peor no puede pasar, que siempre a último momento ganan los buenos y que la calma sucede a la tormenta, pero no al revés. Optimismo de avestruz, que no quiere enterarse, hasta que un día quizá llegue en que no pueda volver a sacar la cabeza de la tierra.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 30.05.2016
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.