Por Rafael Mandressi ///
Éramos pocos y parió la nona. Después de la FIFA, como si no alcanzara con las corruptelas de Blatter y su barakutanga, ahora le tocó el turno al atletismo. Dos meses después de haber abandonado su cargo de presidente de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF), el senegalés Lamine Diack aparece implicado en un caso de sobornos para ocultar varios casos de dopaje de atletas rusos. Además de Diack, su asesor jurídico Abil Cissé y el exdirector de la comisión antidopaje de la IAAF, Gabriel Dollé, también tienen los pies en el barro. Los tres están procesados por un juez francés, que les imputó los cargos de corrupción pasiva y blanqueo de dinero.
La información que condujo a iniciar la investigación y el proceso judicial provino, principalmente, de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), que tras cartón dio a conocer el lunes pasado un informe de 323 páginas en el que denuncia las prácticas de dopaje sistemático en el atletismo ruso. El informe, elaborado por una comisión independiente dirigida por el canadiense Dick Pound, da cuenta de múltiples infracciones, cometidas al calor de la corrupción imperante en la federación rusa de atletismo y en la federación internacional. Algunas cabezas ya empezaron a rodar: la del presidente de la federación rusa, Valentin Balajnichev, y la de Pape Massata Diack, hijo de don Lamine, que renunció a su cargo de ejecutivo de la empresa de marketing de la federación internacional. A todo esto, el juez francés Renaud Van Ruymbecke ordenó allanar el martes la sede de la federación internacional en Mónaco.
Pero el informe Pound dice más: el dopaje institucionalizado y fuera de control en el atletismo ruso, con su cortejo de coimas y extorsiones que salpican a deportistas, entrenadores y dirigentes, no habría podido existir sin el aval del gobierno ruso. La AMA no solo pide que se suspenda a la federación rusa de todas las competencias, sino que hace además una serie de recomendaciones para asegurar la independencia del programa antidopaje en ese país, incluso respecto de los servicios secretos. Al parecer, agentes del Servicio Federal de Seguridad (FSB), retoño postsoviético de la vieja KGB, frecuentaban asiduamente los laboratorios donde se efectuaban los controles.
Así pues, el dopaje de Estado habría vuelto por sus fueros, como en los viejos tiempos del comunismo atlético, a la manera de la antigua República Democrática Alemana. Los atletas rusos podrían llegar a perder unas cuantas medallas, y un nuevo escándalo, uno más, agita las aguas turbias del deporte de alta competencia, ese que funciona bajo el lema citius, altius, fortius: más rápido, más alto, más fuerte, y que logra despertar interés por cosas tan insignificantes como las diferencias de fracciones de segundo en el tiempo que a un grupo de individuos les lleva recorrer una distancia de 100 metros.
Al igual que en otros escándalos del mismo tipo, se oyen los lamentos indignados del infaltable coro de vírgenes, que nada sabían ni nada sospechaban. Tanto desgarro de vestiduras sería simplemente ridículo si no fuera porque conduce a plantearse una pregunta simple y aparentemente ingenua: si todo el mundo sabe que todo el mundo se dopa, ¿por qué se prohíbe el dopaje? El único argumento de recibo podría ser el de la protección de la salud de los deportistas, pero solamente vale cuando se los obliga a doparse y no cuando cada atleta decide hacerlo por voluntad propia.
El otro argumento que suele usarse, el de la igualdad de condiciones y la moral deportiva, no tiene mucho peso, sencillamente porque es circular: el dopaje está prohibido para que no se haga trampa, pero solo puede hacerse trampa si existe una prohibición. En otras palabras, si se permite el dopaje, se acabó la ventaja indebida que aporta la dopa. Después de todo, un gran atleta dopado sigue siendo un gran atleta, como un gran ciclista sigue siendo un gran ciclista aunque use una bicicleta con cambios, que en su momento fueron cuestionados también, porque introducían una ventaja indebida. La guerra contra el dopaje, a todas luces fracasada, no parece servir más que para poner coimas en los bolsillos de los que supuestamente deben conducirla.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, jueves 12.11.2015, hora 08.05
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.