Por Emiliano Cotelo ///
Dramaturgo, periodista, ensayista, abogado, un apasionado de la historia, empresario de la construcción, docente, autor de letras de canciones, guionista, director de cine… Todo eso ha sido Carlos Maggi. Pero yo quiero destacar hoy a Carlos Maggi como hombre de radio.
El guionista de humor
Fue guionista en El Espectador y en Carve, alrededor de 1950, en aquellas épocas de oro de la radio, cuando se libretaba buena parte del contenido, en audiciones cargadas de actores y de locutores. Él contaba que los intelectuales de entonces lo miraban “con desprecio”; la radio no tenía demasiado prestigio en ese círculo. Pero –agregaba- se equivocaban de medio a medio. No se daban cuenta de que él tenía la oportunidad de probar sus libretos dos o tres veces por semana en la fonoplatea, y así podía observar de cerca las reacciones del público ante tales o cuales recursos, con lo cual, sobre todo, aprendió “a medir los tiempos, que son tan importantes en el teatro”. Así que en realidad aquel desprecio fue de muy corto plazo. Llegado el momento, él pudo escribir teatro mucho mejor que otros, porque el suyo “era un teatro eficaz y no tan literario”.
¿Qué tipo de guiones escribía para radio? Eso puede sorprender a muchos de sus lectores y oyentes de los últimos tiempos. Eran sólo guiones de humor. ¿Por qué? Él lo confesaba sin vueltas: “Porque eran los que se pagaban más”. Él ha contado que en esa época ganaba muchísimo dinero. Dijo una vez: “Me pagué todos los estudios, me casé, vivía en Pocitos con auto, y mi entrada fundamental provenía de Radio El Espectador”. ¿Qué tal?
En Sarandí, al aire y en silencio
Más tarde fue un protagonista importante en aquella legendaria Radio Sarandí, que creó y dirigió Jorge Nelson Mullins. Muchos deben recordar su voz, alrededor de 1985, cuando Carlos era columnista de Revista Sarandí, el programa vespertino que conducía Lil Bettina Chouhy, donde se dedicaba a divulgar sus investigaciones sobre Artigas, los charrúas, “el caciquillo”, etc.
Pero diez años antes, en esa misma emisora, Carlos tiene un antecedente más solapado, por no decir clandestino. Maggi, que por entonces estaba prohibido por la dictadura, se alió con su gran amigo Rubén Castillo para pergeñar una maquinación genial que sacudió las tardes de Discodromo. Un día, sorpresivamente, Rubén leyó al aire un texto que había llegado de manera anónima a la radio, que estaba firmado por un tal Jorge, que llevaba por título Objeto: Silla y que pertenecía a una serie llamada Traducciones del alemán.
Era un escrito breve y fascinante, lleno de humor, que precipitó una gran curiosidad en la audiencia. Con el correr de los días, cada tanto llegaba otro texto, se leía en Discodromo, y volvían a arreciar las especulaciones sobre quién podría ser ese autor joven tan capaz que tenía a todos en vilo… Los oyentes terminaron saliendo a la búsqueda de ese misterioso Jorge; algunos aportaban pistas seguros de que era alguien que ellos conocían, otros tejían hipótesis sobre quién podría ser, otros se preguntaban por qué no se identificaba.
Así, durante varias semanas, Carlos (desde lejos) y Rubén (en el micrófono) fueron construyendo una enorme expectativa, a partir de la cual tomó forma El libro de Jorge, que todos querían tener, y que terminó siendo el volumen inaugural de aquella colección que se llamó El Club del Libro, que durante meses y meses llegó a las casas de miles de seguidores de Radio Sarandí con literatura de muy alta calidad, una de tantas acciones de resistencia cultural en aquellos tiempos de oscuridad y represión, pero también una buena fuente de trabajo para un grupo de amigos de Carlos y Rubén, que se encargaban de toda aquella logística.
La Tertulia de los Viernes
Y, claro, en este lado radiofónico de Carlos Maggi puedo hablar también en primera persona, a propósito de la experiencia de La Tertulia, de la cual Carlos fue uno de los miembros fundadores, y donde siguió, tan campante, genio y figura, encabezando junto a Mauricio La Mesa de los Viernes hasta el mismo día de su fallecimiento: se convirtió en toda una tradición, con solo seis o siete ausencias en 14 años.
Cuando en el año 2001 lo llamé para invitarlo a ser parte de ese nuevo espacio que estábamos pensando crear dentro de En Perspectiva, no lo dudó un segundo. Aceptó al instante. No existía eso en la radio uruguaya, pero él se animó, porque era un hombre esencialmente abierto a la innovación y a los desafíos, pero además porque de tertulias, de las de verdad, de las originales de los cafés de Montevideo, él conocía y mucho, a partir, justamente, de sus encuentros de tantas noches, durante tantas décadas, con los nombres más prestigiosos de la cultura de nuestro país, pero en particular de quienes le dieron forma a la “Generación del 45”.
Desde entonces, Carlos fue un puntal de las tertulias de En Perspectiva, empezando por aquel período de lujo, cuando casi sin querer quedó conformado el dúo inolvidable de Carlos (“Carlitos”) con “Claudito”, José Claudio Williman, otro de sus amigos del alma, con quien se reencontró en aquellas mañanas de radio. Valía la pena observarlo en ese papel de tertuliano, porque decía mucho sobre su personalidad y sobre su lugar en la vida intelectual del Uruguay.
En este espacio Carlos ha sido un agitador permanente. Aportando ideas sobre temas a discutir pero también participando proactivamente en la producción del día previo, cuando evaluábamos la agenda a tratar. A veces rechazaba terminantemente algún asunto, y polemizaba con nosotros de manera muy enriquecedora… hasta que, una de dos, o ganaba y el tema quedaba afuera… o lo convencíamos y se sumaba con fervor porque le había encontrado una vuelta que no había visto antes.
En los debates al aire tenía una gran capacidad para descolocar a todos (apareciendo con planteos imprevistos, muchas veces impactantes, que le pegan un vuelco a la charla) o, al revés, manteniendo durante meses o años posiciones muy firmes en algunos temas (tres o cuatro) que eran sus caballitos de batalla, con los cuales llevaba adelante campañas culturales y/o políticas que dejaron una huella firme en la sociedad uruguaya.
Pero además de ser un agitador y hábil declarante, con su galera llena de trucos, Carlos era muy bueno cuando leía frente al micrófono. Lo ha demostrado, incluso, cuando traía documentos del Archivo Artigas; lo demostró en los últimos años cuando presentaba los cuentos que él prefería de los enviados por los oyentes al concurso de relatos breves; o, mejor todavía, cuando ha venido con obras de sus compañeros de la Generación del 45. Yo recuerdo en especial el cariño y la convicción con que leyó trabajos de Onetti, de Ángel Rama, de José Pedro Díaz o, algo que fue magnífico, poemas de Idea Vilariño.
Con los jóvenes
Hablando de capacidad de comunicación, me parece notable cómo se conectaba con los jóvenes, incluso con los adolescentes. Lo comprobé cada vez que instalamos la mesa de los viernes en liceos o escuelas. Era un gran “demagogo” que se las ingeniaba para tirar frases u opiniones que sabía que iban a llamar la atención de los botijas, y que a veces lanzaba aunque no compartía. Los hacía entrar, los enganchaba, los movía a participar y pedir la palabra… y después, perfectamente, podía llevar el discurso para otro lado, desconcertando un poco a los chicos que habían entendido otra cosa, pero a los cuales había sacado de la indiferencia para hacerlos pensar. No sé cuántas veces se tomó fotos con esos estudiantes al final del programa, porque venían encantados a posar con él, para tener el recuerdo de aquellos tiroteos y mostrarle después la imagen a sus padres.
En movimiento
Y, a propósito de esas salidas con las mesas, Carlos fue desde el primer día el menos perezoso de todos los tertulianos. Siempre que manejamos la idea de una emisión desde exteriores él estuvo dispuesto, ya fuera en Montevideo, ya fuera en el interior, en el departamento más alejado. Carlos no faltó nunca en esas movidas. Siempre acompañó encantado, lo que nos permitió además a los integrantes del equipo otro de los privilegios de estos años: compartir con él largas conversaciones antes y después de la salida al aire, en el almuerzo, en la cena o en el auto, en la ida y en la vuelta.
Claro, esa inquietud de Carlos era algo constante en él. No sólo con nosotros se movía. Permanentemente estaba viajando al interior, para dar conferencias en cuanto lugar lo invitaban, siempre con el mejor talante, siempre interesado y siempre aprendiendo de los pueblos a los que llegaba y de la gente que lo recibía.
Los cuentos breves
Por último, y muy relacionado con todo lo anterior, otro ejemplo de la actitud de Carlos, siempre receptivo a las ideas nuevas. Él mismo ha hecho sugerencias muy interesantes para las mesas y para En Perspectiva, y nosotros nos hemos beneficiado con su creatividad y su generosidad. Pero, al mismo tiempo, ha sido siempre permeable a las ideas que nosotros le planteábamos a él. Ya mencioné la alegría con la que se sumó al proyecto mismo de La Tertulia, cuando lo lanzamos en 2001. Pero, para ir a la otra punta de la historia, agrego un episodio del año 2012, cuando le planteé, muy en borrador, la posibilidad de organizar un concurso de relatos breves entre nuestros oyentes, una posibilidad que no necesariamente tenía que incluirse dentro de La Tertulia, pero que él, junto a Rosencof, Juan Grompone y Matilde Rodríguez Larreta, pero sobre todo él, adoptaron “al toque”, locos de la vida, como quien se topa con un juguete nuevo. ¡Y eso que se estaban embarcando en una faena bastante más pesada que la de las mesas habituales…!
Lo tengo muy presente. En cinco minutos Carlos propuso las reglas básicas y, sobre todo, insistió en que los cuentos debían ser cortos. Dos o tres días después me mandó un primer texto del reglamento. Pero no se quedó allí, también remitió una cantidad de cuentos de muestra. En un ratito había preparado 15 o 20, algunos de ellos brevísimos, todos geniales. ¡Otra vez nos había sorprendido, dando más de lo que esperábamos de él…! Al viernes siguiente, los leyó al micrófono, haciendo docencia, con los otros tertulianos, para que la gente se animara a participar. Ese día Carlos era una especie de ametralladora. Estuvo casi media hora lanzando sus minicuentos, la mayor parte humoradas, con “la bicicleta” como tema. ¿Qué pasó? Al terminar el espacio ya teníamos el primer correo con el primer concursante. Y se desató el torrente. En cuatro días recibimos 550. Y así se puso en marcha aquel certamen, que prendió fenomenalmente bien en la audiencia y que se constituyó en una de las señas de identidad más estimulantes que el programa ha tenido en los últimos dos años.
Una prueba más de que Carlos tenía un olfato aparte en materia de radio: intuía cuáles eran los proyectos que andarían bien y sabía cómo darles forma.
La radio uruguaya agradecida
Por eso creo que no solo En Perspectiva sino la radio uruguaya en general debe reconocer a Carlos Maggi como uno de sus máximos exponentes y, además, agradecerle por todo lo que le aportó, demostrando el potencial que tiene este medio de comunicación, y siempre a partir de algunos principios muy firmes: la calidad, la imaginación y el respeto por el público.
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