Editorial

Bestias pardas

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Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

A 11.000 kilómetros de Montevideo, supe de las pintadas que por dos veces mancharon el memorial del Holocausto, en la Rambla Presidente Wilson. Supe también de la limpieza inmediata del monumento por parte de los servicios municipales, y de las medidas anunciadas por la Intendencia de Montevideo para evitar que la infamia se reproduzca. Seguí con atención, a la distancia, los debates que se dieron en torno a la aparición reincidente de tales grafitis, y tuve ante mis ojos muchas reacciones de diverso tipo y tono lanzadas al océano a veces turbio de los foros digitales. Al cabo de algunos días, creí que el episodio, como suele ocurrir, desaparecería de los radares, deglutido en la agenda de la actualidad por otros asuntos de los que ocuparse, como las negociaciones del Estado uruguayo con la empresa UPM, la huelga de futbolistas o la crisis intestinal del Partido Nacional en San José.

Afortunadamente, me equivoqué: cuando me preguntaba si una columna sobre las pintadas negacionistas no llegaría a destiempo, con el tema ya archivado en la niebla del descarte noticioso, el sitio web de En Perspectiva publicó, el viernes pasado, una nota de Rafael Porzecanski que no sólo vuelve a considerar esos hechos, sino que lo hace ofreciendo esclarecimientos indispensables sobre algunos aspectos fundamentales.

No hace falta pues retomar aquí cosas que Rafael ya ha dejado planteadas, que suscribo y que por cierto no podría yo decir con la misma propiedad. Sí quisiera subrayar la importancia de no guardar el caso de estas pintadas repugnantes en el cajón de lo anecdótico, soltando apenas un par de frases de rechazo para condenar la ignominia de un puñado de mal nacidos, y pasar luego, sin más, a otra cosa. Mientras tanto, mientras esos saludos a la bandera se acumulan en un instante para desinflarse después, el odio suave del antisemitismo vulgar sigue su curso, y a su amparo coagulan las formas más abyectas de lo que en puridad cabría llamar anti-judaísmo, que cada tanto abandonan su andar subterráneo y salen, por ejemplo, a vomitar sus ideas fétidas en los muros.

Las pintadas del memorial del Holocausto no son las primeras: se recordará quizá que hace unos pocos años quien recorriera la ruta Interbalnearia podía leer, en casi todas las paradas de los ómnibus interdepartamentales, frases como “Fuera judíos de mi país”. En su mismísima pobreza, la fórmula es por demás elocuente: los uruguayos judíos no son uruguayos.

No se trata de meros vándalos, ni de estúpidos ignorantes merecedores de una simple reprimenda. Menos aún lo son los autores de los grafitis negacionistas en el memorial del Holocausto. Llamémoslos por su nombre, ya que todo fascismo que se respete ha hecho suyas tesis semejantes. Quienes se apersonaron en la rambla Wilson con pintura negra son tal vez individuos sin cerebro, integrantes de una pandilla grotesca y embrutecida que no tiene con qué llenar sus noches, pero allí no se acaba el asunto, porque si así se lo analiza, se pasa por alto que una gavilla con ganas de saciar su sed de dudosa virilidad es en realidad el brazo tatuado de una ultraderecha de antigua prosapia, que también en Uruguay, cómo no, ha sabido abrevar en el legado de José Antonio Primo de Rivera, Francisco Franco y Adolf Hitler.

De ahí la gravedad del episodio de las pintadas en el memorial del Holocausto, que no debe ser tomado sólo como un atentado contra los judíos, ante el cual quienes no lo somos expresamos simplemente nuestra solidaridad, como si el problema fuese ajeno, como si declarásemos tomar partido en un conflicto que no nos involucra. Claro que nos involucra, salvo que en el sintagma “uruguayos judíos” le demos más relevancia a “judíos” que a “uruguayos”, y nos situemos, por lo tanto, en el mismo bando que los grafiteros.

El negacionismo, como señala Rafael Porzecanski, no es una opinión, sino la promoción deliberada de una falsedad repulsiva, inseparable de la voluntad de lavar la responsabilidad de un régimen y de una ideología intrínsecamente asesinos. Negar a sabiendas un crimen comprobado es adherir al criminal, cuyo propósito, en este caso, fue exterminar a una población entera con salvajismo industrial. Se podrá discutir sobre la mejor manera de combatir a esta escoria, pero no debería haber dudas sobre la necesidad imperiosa de hacerlo. Siempre.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 23.10.2017

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.