Editorial

Antisemitismo en Uruguay: Releyendo datos y palabras

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Por Rafael Porzecanski ///

Las lógicas periodísticas buscan ávidamente la primicia, la novedad impactante, aquella que los escuchas, televidentes o lectores consumirán vorazmente y que permitirá que siga girando la industria de la noticia. A veces, no siempre, esa lógica se choca de bruces con la fotografía menos escandalosa y más compleja de la realidad. Días atrás, varios medios de la prensa uruguaya nos dieron su versión sobre un informe de la consultora Radar en torno a los uruguayos y su aceptación de diferentes minorías étnicas. El dato más destacado del mismo es que a un 8 % de los uruguayos le molestaría “mucho” contar con un integrante judío dentro de su familia y que a otro 11 % le molestaría “algo”. Por arte de magia, rápidamente algunos titulares de prensa transformaron a un quinto de la población uruguaya en antisemita, mediante la simple adición de los mencionados porcentajes.

Rompiendo con esa lógica periodística dentro del mismo mundo del periodismo, permitámonos hilar más fino. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que es harto discutible la pertinencia de agregar a quien dice que los judíos le molestan “mucho” y a quien dicen que le molestan “algo”. ¿Cabe, por ejemplo, considerar como aficionados al futbol tanto a quienes dicen que les gusta “mucho” y a quienes declaran que les gusta “algo”? Sigamos hilando más fino: permitámonos hablar de grados de antisemitismo en lugar de establecer dicotomías simplificadoras de sí o no. Si lo hacemos, entonces podremos concluir que un 8 % de la población uruguaya tiene niveles de antisemitismo fuertes en la dimensión de las relaciones familiares mientras que un 11 % lo tiene pero en grado moderado.

Continuando con nuestro hilado, apreciemos que la encuesta de Radar más que concluir, sugiere y aporta pistas para entender un fenómeno insuficientemente explorado en el plano estadístico. Porque ni el antisemitismo ni el racismo se agotan en el plano de los vínculos familiares y por tanto no se pueden cuantificar solamente con una simple pregunta. Quizás, por ejemplo, los uruguayos son más racistas que antisemitas a la hora de permitir el ingreso a una discoteca de un afro-descendiente y más antisemitas a la hora de referirse a los judíos en las redes sociales. Quizás; es una hipótesis, como muchas otras factibles que deberían ser objeto de investigación en un país cuyas ciencias sociales tardíamente han apostado a descubrir primero y estudiar después la multiculturalidad uruguaya.

El informe de Radar no ha sido el único insumo que nos ha hecho reflexionar en estos días sobre la relación entre judíos y no judíos en el Uruguay contemporáneo. El suplemento Qué Pasa del Diario El País también ha dado a conocer algunas frases antisemitas producidas en nuestro Uruguay cibernético durante los últimos meses, recogiendo un trabajo recopilatorio realizado por el activista judío Carlos Kierszenbaum. Algunas de las frases seleccionadas, que por ejemplo hablan de hacer jabón y de matar a los judíos, constituyen la más pura definición de lo que se conoce en la jerga legal como “incitación al odio”. Aunque varios de los autores de estas tristes frases se dieron el gusto de odiar y sembrar el odio a cara descubierta (por ejemplo desde sus perfiles personales de Facebook), ni uno solo de ellos ha tenido que dar cuentas a la justicia por sus dichos.

Probablemente, la explicación traspase el tema de las relaciones étnicas y se vincule a una peculiar concepción uruguaya de la libertad de expresión en el mundo virtual. Se trata de una concepción que, además de amparar al segmento uruguayo más visceralmente antisemita, da luz verde a las promesas de muerte que van de una hinchada a la otra en la víspera de algún clásico o partido decisivo, a las voces desaforadas pidiendo paredón para los delincuentes de “guante negro” y también a algunos militantes políticos del ciberespacio que profesan sin tapujos (sin taparrabos como diría un actual ministro) su odio por el adversario. Parece pues que los uruguayos apoyamos que en el mundo virtual, como en el mundo del revés, el derecho de los demás empiece recién donde termina el de uno mismo.