Editorial

Amigos de lo ajeno

Por

Facebook Twitter Whatsapp Telegram

Por Rafael Mandressi ///

Mientras en Uruguay la Cámara de Senadores, por unanimidad, daba media sanción a la llamada “ley de fotocopias”, en EEUU la Corte Suprema desechaba definitivamente y tras diez años de litigio una demanda del Sindicato de Autores de ese país contra el proyecto de “biblioteca universal” de la empresa Google.

El proyecto de ley aprobado por el Senado uruguayo introduce, como se ha sabido, una serie de cambios a la ley de “Propiedad literaria y artística” de diciembre de 1937. El más polémico de esos cambios es el que dispone uno de los numerales añadidos al artículo 45 de la ley de 1937: el numeral 15, concretamente, que declara lícita “la reproducción hecha por cualquier medio, sin autorización del autor o titular, de una obra o prestación protegida, ordenada y obtenida por una persona física, en un solo ejemplar para su uso personal y sin fines de lucro”.

Ante una disposición semejante, el resto del proyecto de ley parece casi innecesario, ya que la licitud estipulada es tan amplia que, de hecho, en materia de reproducción se autoriza todo. La iniciativa de esta enmienda legislativa y su impulsión correspondieron a la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU), con el Centro de estudiantes de derecho (CED) a la cabeza. Puede entenderse que los estudiantes de derecho estén hartos de verse obligados a abultar las sumas que perciben sus propios docentes por concepto de derechos de autor, cuando de una edición a la siguiente los textos que esos docentes publican solo difieren en la reescritura de un puñado de párrafos.

Mercado cautivo de los catedráticos, chantajeados por lo que habrá de exigirse en el próximo examen, esos estudiantes reclaman fotocopia general e irrestricta ya, sin preocuparse mucho por las credenciales de sus compañeros de ruta. Así, se dejan asesorar por gentes de Creative Commons, una asociación sin fines de lucro creada en California en 2001, que milita en favor de una causa tan loable como el libre acceso a la cultura y el conocimiento.

La empresa Google, en cambio, sí tiene fines de lucro, y no se le conoce otra militancia que la del provecho propio. Ello no impidió que Creative Commons saludara, en su cuenta de Twitter, el fallo de la Corte Suprema de EEUU que selló la victoria judicial del mastodonte transnacional contra el Sindicato de Autores estadounidense el 18 de abril pasado. Años atrás, en 2011, la misma Creative Commons había unido su poder de presión al de las empresas Facebook, Twitter, eBay y la propia Google para oponerse a un proyecto de ley promovido por el Gobierno de EEUU contra la piratería en Internet.

¿Qué ha hecho Google, con el apoyo explícito de Creative Commons y, desde hace algunos días, con el aval jurídico de la Corte suprema estadounidense? Nada menos que digitalizar, desde 2004, 20 millones de libros que pone a disposición de los internautas a través de Google books. Lo ha hecho, es cierto, con el acuerdo de 22 bibliotecas estadounidenses y 7 europeas, pero sin el consentimiento de los autores ni de los editores. Google digitaliza primero y pregunta después, sacando de paso para sí un buen beneficio gracias al trabajo ajeno.

El negocio, basado en la apropiación indebida, es redondo, y lo adorna un discurso amable que tanto la Corte Suprema de EEUU como el Senado uruguayo parecen haber comprado: “cultura para todos”, es decir una engañapichanga populista que consiste en hacer pasar por democratización lo que no es sino una patente de corso para el pillaje y luz verde para que una empresa glotona haga su agosto con un patrimonio intelectual y artístico que no le pertenece. Tal vez sea eso, al fin de cuentas, lo que llaman “uso privado”.

***

Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 2.05.2016

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.