Concurso de Cuentos

Concurso de Cuentos
¿Qué es la literatura?, por Felipe Flores Silva

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Por Felipe Flores Silva ///

Nadie creerá que después de 28 siglos de iniciada nuestra civilización judeo cristiana occidental, y greco y latina, faltaba más, yo me desperté esta mañana con ganas de responder esta pregunta, por una vez y para siempre. La bibliografía ha de ser infinita y mucho más concienzuda y fundamentada que mi modesta opinión. Sé que Hegel tiene un ensayo sobre estética, sé que Bergamín recomendaba leer a Simmel como el non plus ultra de la filosofía del arte, y que Lacan hasta intentó traducir a las matemáticas los efectos psicológicos que producía en las personas este consumo de buenas historias bien escritas. Es decir, estoy llegando a la fiesta cuando la fiesta ya se acabó, y para sacar de la cocina un sandwichito voy munido de un tenedor de plástico que precavidamente supe portar en uno de mis bolsillos. Pero, como una vez una de mis hijas me preguntó si acaso descubrir algo que ya se había descubierto, tenía valor de descubrimiento, yo me voy a tirar al agua con mi versión única e irrepetible de las cosas. Por supuesto que colocado –como corresponde– un escalón por debajo de todo hipotético lector, aunque más no sea para darle oportunidad de que me refute con ganas. Dejo de lado todos los encares místicos. No porque no crea en ellos, sino porque no soy predicador. Me refiero a que muchos dicen que el arte (básicamente la música y la poesía) es el camino más directo para aproximarnos a Dios, etc. Algo habrá, porque el sentimiento de felicidad y elevación del espíritu, y hasta del físico, que produce la conclusión de la obra en el artista, solo es comparable con aquello que para quienes lo han vivido produce el advenimiento del verdadero amor, que como todo el mundo sabe es una de las formas de la epifanía.

Debo de hacer antes una precisión, para no asustar a nadie, en la hipótesis de que me cruce con alguno que desea hacer sus primeros pininos. Yo voy a dar una idea de la cosa, que es la válida para mí, pero no es excluyente. La valoración de un texto es eminentemente subjetiva, en primer lugar por una razón necesaria: si todos los lectores fuéramos a reaccionar igual no seríamos otra cosa que robots, y la literatura se parecería más a una aspirina que a una disciplina artística. En segundo lugar, por una razón que marca la pragmática: si tomásemos a los cien escritores más reputados de la actualidad y les pidiésemos que hiciesen una lista de sus diez escritores predilectos, ninguna lista se repetiría. A lo sumo podríamos encontrarnos con dos listas con los mismos autores, pero jamás puestos en el mismo orden. Es más, estoy seguro de que la mayoría no pondría a Homero en el primer lugar, lo cual para mí es una herejía tan grande como la de no poner al Sargento Pepper, Revolver y Abbey Road como los tres primeros álbumes mejores de todos los tiempos, en ese exacto orden.

Lo que quiero decir es que más allá de lo que aquí se indique a modo de nociones básicas, lo más importante es no perder el ánimo. La práctica es imprescindible, y Mario Vargas Llosa dice, en Historia secreta de una novela, que para llegar a ser un escritor es necesario escribir doscientos renglones diarios, sea de lo que sea. La cifra, para mi gusto, es un poco exigente de más y tal vez esa sea la razón por la que no me gusta tanto como autor: que sobrecargó los músculos. Pero es indudable la importancia del ejercicio, de soltarse. Es la única forma de que la autodidáctica y la autocrítica funcionen. Decía don Pepe Bergamín que el tamaño de un escritor es directamente proporcional al tamaño de su papelera. Bien, a mí me parece que uno de los primeros problemas que enfrentan quienes intentan escribir y no tienen los estudios académicos suficientes (que no es para nada un prerrequisito, en todo caso me parece más un prerrequisito tener un mínimo de lecturas hechas, hasta para no tener faltas de ortografía, y tener parámetros donde mirarse, y gustos más o menos definidos), decía que uno de los primeros problemas es no tener claro qué es y qué no es literatura.

Para aproximarme a la respuesta a esta pregunta, me voy a basar en el esquema de Jakobson, lingüista ruso (integrante del movimiento de los formalistas rusos), fundador de la Escuela lingüística de Praga y de la Asociación Internacional de Semiótica. Seguidor del legado de Ferdinand de Saussure, es junto al antropólogo Claude Lévi Strauss, fundador del estructuralismo, que es un método de análisis que marca un antes y un después en la historia de la crítica. Pero, necesito hacer antes un breve rodeo. La literatura es la primera fuente de conocimiento a la que accede el hombre sobre la tierra. En nuestra civilización nace en el siglo VIII antes de Cristo, un siglo antes de que naciera la filosofía, que en los primeros filósofos, de los cuales se conocen pocos fragmentos escritos (hoy día llamados presocráticos), se englobaban todas las ciencias. La filosofía nace como el enfrentamiento del “logos” (razonamiento a partir de la observación) al mito. Todo conocimiento anterior era de carácter mitológico. Y cumplía harto bien su función (es más, se cuestiona hoy día si los espacios oscuros que ha dejado la ausencia del mito, no provocan deficiencias en la visión de la realidad, por ejemplo la no completa comprensión de la categoría de lo contingente). Escuchando los poemas homéricos, la gente (en ese entonces, la nobleza) se contestaba todas las preguntas. Todo tenía una lógica y una moral, aunque los dioses fuesen caprichosos (que eso también es parte de la vida). El hombre siempre aprendió del relato, los niños aprenden de los cuentos de los padres. El mitólogo y filósofo Joseph Campbell encontró un hilo común en mitologías comparadas e incomunicadas entre sí. Lo llamó el monomito, a partir del cual nacen todas las historias. Profundizador de Jung, de alguna forma estableció la necesidad del hombre de contarse siempre el mismo cuento. Lo mismo hace el psicólogo francés Bruno Bettelheim en su Psicoanálisis de los cuentos de hadas y Vladimir Propp, formalista ruso, extrae 31 funciones comunes a todos los cuentos populares de su tierra, en su obra Morfología del cuento (aclaro que cuando mencioné a la literatura como primera fuente de conocimiento y la situé en el siglo VIII antes de Cristo, obviamente no estaba afirmando que antes no hubiera conocimiento: estaba el mito, al que hice referencia como enfrentado por el nacimiento de la filosofía; lo que intenté expresar es la existencia no de un conocimiento dado, sino de un sistema de formación de conocimiento, y siempre hablando del plano abstracto; en ese sentido, la literatura es dinámica, como la filosofía y luego la ciencia, que se separa de ésta, al acumular la experiencia acaecida).

Si el consumo de literatura es entonces una necesidad del hombre, todo lo que no cumpla esa específica necesidad, no sería en principio literatura. La literatura puede ser buena o mala, lo que no puede es no ser literatura. Las novelas de caballería eran mala literatura y de ellas se rió largamente Cervantes, remedándolas. Hoy podríamos hablar de los teleteatros, que ocupan los horarios centrales de la televisión y son pésimos. La gente consume historias, como sea, incluso en chistes o chismes, géneros a los que solo separa una letra. Ya Aristóteles habló de catarsis, en su definición de tragedia (hablamos del teatro griego), que era la forma de purgar el alma por parte del espectador. También los espectáculos de fútbol producen catarsis y García Márquez se encargó de narrárnosla genialmente. Son la historia de una batalla, la de un cuadro contra otro. Y hay héroes, como el últimamente fallecido Alcides Edgardo Ghiggia. En el caso del buen cine, tenemos buena literatura. Y en el momento en que el audiovisual parecía tragarse a la palabra escrita, aparece la democratización de la escritura, que es internet.

Es muy curioso y por lo mismo sintomático, que un proceso casi igual se dé en la Edad Media. Yo no sé si la gente concientiza que ya tuvimos “un día después de” y no me refiero al Diluvio Universal. Las invasiones bárbaras barrieron con todo. Por donde pasaba Atila, no volvía a crecer el pasto. Fueron "extraterrestres" que tuvieron el buen gusto de mezclarse y de la mezcla de sus distintas lenguas con el Latín, pasaron a crearse las lenguas romances. El castellano que hoy hablamos es mezcla de latín con visigodo. El francés de latín con franco, y así el italiano, el portugués y el rumano. Todos nosotros tenemos una gota de Atila en la sangre. Con la excepción del breve imperio carolingio, la Alta Edad Media, que va desde el año 476 después de Cristo (caída del imperio romano de occidente) hasta aproximadamente el año 1000, en que hay un resurgimiento económico y cultural, es de un oscurantismo total. Desaparecen los estados, se instaura el feudalismo que es la explotación del hombre por el hombre más grosera. El único valor lo da la tenencia de la tierra y los campesinos tienen que labrarla para que se les permita vivir en ella, quedarse con una mínima porción de su producido y hasta  aceptar la esclavitud, consistente, por ejemplo, en que el señor feudal tenía el privilegio de pasar la primera noche de la boda de la campesina y el campesino, con la novia.

Bien, si en el siglo VIII antes de Cristo, Homero crea la Ilíada y la Odisea, tal vez con una diferencia de treinta años entre la primera y la segunda, y refiere a hechos de una época dorada ocurrida cuatro siglos antes (la guerra de Troya fue en el siglo XII AC), de la misma manera, en el siglo XII después de Cristo, el cantar del Mío Cid se escribe refiriéndose a hechos acaecidos cuatro siglos antes, en el siglo VIII DC. Ambas literaturas son orales y épicas, es decir con temas elevados. Es curioso que la literatura empiece en ambos ciclos con un género tan difícil, porque la narración requería del verso. Si en la antigüedad existieron los Aedos, que eran quienes componían las historias, y los Rapsodas, que eran quienes las recitaban en las cortes, en la Edad Media existieron respectivamente los juglares y los trovadores. Yo no sé si Nostradamus lo dijo, pero no dejaría de tener lógica que en el siglo XXV la civilización tal cual la conocemos se destruyera, y en el siglo XXXV volviese otra cumbre, tal vez con el reflotamiento de la Atlántida y el encuentro del acervo cultural pasado enterrado en los Andes. Mientras tanto, en el siglo XXXII resurgiría una literatura oral y épica, como única y primera manifestación artística y revalorizadora del Areté de los Aedos y la Honra de los juglares.

La función poética del lenguaje

Roman Jakobson, partió del esquema básico de la comunicación “Emisor/mensaje/receptor”, para establecer seis funciones diferentes del lenguaje. Iremos rápidamente por las cinco funciones que no interesan al aspecto literario y nos detendremos luego en la función Poética. Para definir las funciones, Jakobson definió primero los factores que intervienen en una comunicación, algunos obligatorios, otros ocasionales, todos casi siempre mezclados. Se parte de un factor imprescindible, cual es el emisor. Hablamos de signo lingüístico y no de otro tipo, como los síntomas (el relámpago es síntoma de que tronará). Para que un signo lingüístico o un sintagma (que es la sucesión se signos en un discurso) ocurra, debe de haber un emisor. Ese emisor dirá algo (oral o escrito) a lo que se llama “mensaje” y se supone que el mensaje tiene un destinatario. La hipótesis del discurso interior tiene como destinatario al propio emisor, así como el diario personal. La hipótesis del sobreviviente del día después o la del que va hablando solo por la calle, también. Jakobson agregó tres factores más: el contexto, es decir el marco de referencias común que tienen los comunicandos, el código y el canal. A cada factor, cuando el énfasis en la comunicación está puesto en sí, le corresponde una función. Cuando el énfasis está puesto en el emisor, se habla de función expresiva del lenguaje. Para ir rápido, pondremos los ejemplos más puros, aunque no los más comunes. Si alguien se golpea por accidente largará una puteada. Está usando el lenguaje únicamente en función expresiva, expresiva de un dolor o una crítica a sí mismo. También hay función expresiva, aunque mezclada con la respuesta que se busca obtener del receptor, cuando uno declara su amor. Cuando uno manda a un perro a que se quede quieto, está usando el lenguaje en función apelativa pura, solo busca la reacción del destinatario del mensaje. También hay un componente grande de función apelativa en la publicidad. El énfasis está en obtener una respuesta, en este caso de compra, por parte del receptor. Pero, si la publicidad es buena y hay énfasis en la forma del mensaje, podríamos hablar también de función poética ahí. Cuando solo se trata de transmitir una información (el caso típico es el noticiero), el énfasis está en el contexto y hablamos de función referencial del lenguaje. Es largamente el uso más común, desde la charla en la feria o en el boliche, hasta la charla de los alumnos en el recreo o en la propia clase. Cuando se habla del código, el lenguaje mismo –esta nota podría ser el caso- decía Jakobson que usábamos el lenguaje en función metalingüística. Y cuando se usa el lenguaje meramente para mantener el canal de comunicación abierto o para chequearlo, hablamos de función fática. El ejemplo clásico es el de la charla mínima con el taxista sobre el clima. No tiene ningún sentido comentarle al taxista el frío que hace, ni la respuesta del mismo, la que repetirá cincuenta veces en el día. Solo se hace por una cuestión de cortesía, la de no despreciar la presencia de un congénere.

Finalmente llegamos a la función poética del lenguaje, cuyo énfasis está en el mensaje mismo. Aquí lo que importa es la forma del mensaje. El contexto es subsidiario y sirve de plataforma. Se trata de hacer arte, de crear algo bello, que produzca placer en quien lo consuma. Estamos ante la catarsis de Aristóteles y la necesidad de los niños de consumir cuentos de hadas. El placer estético es muy difícil de definir, pero todos sabemos de lo que hablamos, cuando hablamos de ello. Hasta donde queremos llegar, el que se plantea escribir narrativa debe de contar algo que provoque interés en el lector. Ya sea por la buena historia, ya sea por la inteligencia con que se cuenta, la sorpresa que produzca en el lector el acierto sintáctico, el acertado uso de figuras literarias, el ritmo. El lector debe de quedar complacido. Aunque nadie lo vaya a leer a uno, tiene que haber un “tú lector" hipotético en la mira. Lo cual no significa caer en concesiones o demagogias. Tal vez lo mejor sería decir que el propio autor debe de quedar complacido con su obra, saber que sacó algo de sí que vale por sí mismo. Que luego no lo valga es otra cosa, pero la búsqueda debe de ser ésa. Y nunca perder de vista que la literatura es fuente de conocimiento, por algo quienes más leen, más sabios son, y nunca dejan de tener presentes sus lecturas, que los acompañan como pedazos de sus almas. Así que quien se plantee escribir tiene que estar dispuesto, obligado, a tratar de dejar algo de sí en el otro.

Todo esto que por momentos parece de Perogrullo, sirve de fundamento a la lista de errores que –para mí– no hay que cometer a la hora de escribir un cuento, e irá en la continuación de esta nota.

Continúa en…
Errores que no hay que cometer a la hora de escribir un cuento

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