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Epílogo de Sueños, segunda parte

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Por Eduardo Rivero ///

Epílogo de Sueños empezó como la historia de tres pibes que soñaban ser músicos y lo lograron. Tres pibes que en mayo de 1971 debutaron en el Teatro El Galpón con su imitación de Crosby, Stills & Nash –aunque con canciones propias– para asombro de público y colegas músicos. Sin embargo, la partida de Gonzalo Larriera puso fin anticipado a ese primer intento.

Para revivir al grupo, Jorge Galemire y yo habíamos incorporado al talentoso trompetista, guitarrista, cantante (y dentista) Gastón Contenti, músico de la Sinfónica Municipal y de jazz a la vez.

Paralelamente, en un ensayo de la olvidada pero estupenda banda Calor Blanco, conocimos al pianista, autor y arreglador Juan José Navarro. El ensayo fue en el Prado, en casa de Fernando Labrada, excelente guitarrista. Labrada tenía nada menos que una guitarra y un amplificador Fender flamantes, recién traídos por un familiar desde EEUU. Ni Galemeire ni yo habíamos visto nunca una auténtica Fender de cerca. Ese día Galemire se calzó la guitarra de Labrada y vivió su bautismo Fender con inocultable felicidad.

Para el proyecto de revitalizar Epílogo de Sueños, Juan José Navarro venía como anillo al dedo. Había sido alumno y era docente del Conservatorio Universitario de Música. De allí trajo a los ensayos de Epílogo al violinista Miguel Kolodiuk. De sus contactos en el mundo del rock y la música para teatro, Galemire invitó al grupo al baterista Julio Guglielmi, al saxofonista y flautista Raúl Lema, al maravilloso percusionista Jorge Trasante y a un flaco altísimo, casi pelirrojo, que tocaba el bajo con un criterio melódico muy a lo Paul McCartney y cuyo nombre era Jaime Roos.

Epílogo de Sueños adquiría un formato bien lejano al trío inicial y se convertía en una especie de orquesta completa.

Así, a partir de los meses finales de 1973, la historia de Epílogo de Sueños continuó en un amplio living de una amplia casa, también en el Prado, pero en la esquina de las calles Castro y Raffo, cerca del Paso Molino, donde vivía Juan José Navarro.

Surgían canciones hermosas escritas por Galmire, Contenti, Navarro, y el orquestón que iba tomando forma, con arreglos de Galemire y Navarro especialmente, empezaba a sonar en forma notable.

En los ensayos utilizamos el enorme piano de cola en el que Juan se había formado desde niño, bajo la atenta mirada del padre de Navarro, de su hermano menor Julio, de Nancy, novia de entonces de Gastón Contenti, y de un tal Fernandito, un pibe del barrio, alumno de música de Juan que tendría entonces unos 17 años, pero que por su físico menudito y su cara parecía de 12. No hace mucho me enteré, en una charla mano a mano, que el Fernandito que no se perdía un detalle de lo que allí sucedía no era otro que Fernando Cabrera.

En aquel living estaban al mismo tiempo, Jaime Roos –en ese momento solo un bajista–, Jorge Galemire –cuando ni siquiera soñaba con grabar su memorable discografía solista– y Fernando Cabrera –que se preparaba para el examen de ingreso al Conservatorio Universitario de Música con la idea de ser arreglador y que ni siquiera sabía que en él anidaba un tremendo cantautor.

Me llevaría años entender que en ese living se encontraban tres de los más grandes cantautores uruguayos de la historia, aunque ninguno de los tres lo sabía aún. Es más, ni siquiera eran cantautores todavía.

Si no sonase pomposo diría que en esas sesiones ocurrió además un hecho histórico: En un ensayo Jaime mostró tímidamente dos canciones propias: un tema basado en el poema de Julio Cortázar Las gotas de lluvia y una balada tipo Hey Jude llamada Hoy. Las dos primeras canciones propias que se le hayan escuchado a Jaime. Salí favorecido en el reparto de roles: Jaime me pidió que cantara la voz solista en Hoy, un tremendo tema que, al menos hasta ahora, su autor nunca ha grabado.

El repertorio se completaba con Romance de la buena esperanza, una música bellísima de Contenti sobre poema de Serafín J. García; El árbol, un tema de Galemire con una letra mía; Metamorfosis, un transparente poema de Idea Vilariño musicalizado estupendamente por Juan Navarro; Senderos, una suerte de chacarera instrumental también escrita por Navarro; y Baión, un instrumental con mucho jazz y mucho Brasil de autoría de Contenti.

Tres de esas canciones –Romance de la buena esperanza, El árbol y Metamorfósis aparecerían en un disco de artistas varios llamado “El” Sonido Nacional grabado en el estudio Sondor y editado en 1974 por el sello Macondo. Allí también aparecían temas del solista Yabor y los grupos El Sindykato y Bisonte.

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Portada del disco "El" Sonido Nacional. Ampliar foto (+)

En el Uruguay de aquel momento los estudios estaban muy mal equipados y el prensado de los vinilos era particularmente deficiente. El disco sonaba tan mal y con tanto soplido de cinta que Galemire, con su humor ácido de siempre, lo había bautizado El Soplido Nacional.

Esa grabación fue una de las primeras en las que Galemire y yo participamos y la primera en la que participaría Jaime.

La única presentación de esa formación de Epílogo sería en el evento de lanzamiento del disco, en el Teatro el Galpón. Para esa fecha, la grilla debió modificarse: El Sindykato estaba en vías de disolución al momento de lanzarse el disco y fue sustituido por el grupo de free jazz Expression Jazz Quartet, donde tocaba el virtuoso baterista José Luis Pérez.

Nunca habíamos sonado con amplificación y la prueba de sonido en el teatro fue una emocionante revelación. Nuestro Epílogo de Sueños devenido en orquestón sonaba increíble: tres voces, dos guitarras, bajo, batería, percusión, piano, trompeta, saxo, flauta y hasta violín… y todo eso tocado por una suerte de seleccionado uruguayo de músicos de entonces.

Esa noche Jaime llevó a un técnico de sonido amigo suyo que apareció con un enorme grabador de carrete abierto para grabar directamente de la consola. Era un pibe rubio, que también parecía de 12 años, llamado Luis Restuccia, y que luego grabaría muchos de los discos más célebres de Jaime Roos.

Ya arriba del escenario, la chacarera de Navarro, Senderos, levantó desde el público una ovación increíble. La tocaban en cuarteto Navarro en Piano, Galemire en bombo legüero, Kolodiuk en violín y Roos en bajo. Esa noche se estrenó la primera canción de Roos tocada en público, Hoy, que yo canté siguiendo las detalladas instrucciones de Jaime, quien fue durante semanas a mi casa a ensayarla mano a mano para que saliese como él quería. Su legendario perfeccionismo ya estaba presente en aquella época.

Existe, entonces, una grabación de la que hay muy pocas copias pero que testimonia lo que era esa banda en vivo, que sonaba, dicho sea de paso, muchísimo mejor que en aquel disco colectivo pobremente grabado.

Al bajar del escenario, tras la actuación, Jorge “Choncho” Lazaroff nos abrazó uno por uno. Recuerdo que me dijo al oído: “Era como un ferrocarril que se te venía”.

Lamentablemente, esa integración “macro” de Epílogo de Sueños no era en absoluto viable y no pasaría de esa inolvidable noche en El Galpón. Pudo –y debió– ser algo muy grande en la música uruguaya, pero Galemire tocaba ya con el grupo de Carlos “Pájaro” Canzani, Contenti estaba cada vez más metido con el jazz, la Sinfónica Municipal y la odontología, Navarro con el Conservatorio Universitario y Jaime se iría a Europa pocos meses después.

La curiosa foto de tapa del disco “El” Sonido Nacional me sigue emocionando. Nos citaron a todos los músicos de todas las bandas cerca del Estadio Centenario y nos sacaron una foto sentados en una escalinata.

Bien arriba, con la cabeza tocando la nube y abrazado de su novia Nancy, está Gastón Contenti. Abajo, hacia la derecha, un Galemire vivo y joven mira fijo a la cámara. Algo más arriba y hacia la derecha, Juan Navarro, de remera azul y lentes de sol, hace lo propio. Y yo aparezco un par de escalones más arriba de Galemire, y el que está recostado con la cabeza apoyada en mis rodillas es Jaime, pero sin su emblemático bigote. Estuve allí. Claro que estuve allí, me digo una y otra vez, todavía sin creerlo del todo.

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Urquiza esq. Abbey Road es el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net. Con esta columna se despide de los lectores hasta febrero de 2017.