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Turismo para la audiencia

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Foto: Pxhere

Por Gastón González Napoli ///

“Señora, está trancando todo”.

La mujer acomoda a los nenes y responde enojada: “¡Estoy sacando fotos!”.

"Sí, ya vi", pienso mirando el trípode.

No soy el primero esperando poder pasar; ojeo por encima de mi hombro que la fila ya ha dado la vuelta en el recodo de la pared y que sigue llegando gente. Todos esperando la foto. Las fotos.
Estamos, por cierto, llegando al Patio de los Leones de la Alhambra, en Granada, uno de los lugares más visitados de toda España, cumbre de la arquitectura andalusí (de la época en que los árabes todavía tenían reinos en la península ibérica, hablando en criollo).

Pero no puedo pasar, no puedo llegar a ver el Patio de los Leones, porque la señora está sacándose una foto atrás de la otra en una habitación anterior.
Me harto, ¿qué es esta pavada europea de ser tan tolerantes?, han ido a la guerra por menos ustedes. Me harto y le paso por adelante, entre ella-y-los-nenes y la cámara, la canilla se abre y otros me siguen.

La mujer se abre de brazos, la furia notoria a pesar del tapabocas, los nenes inquietos. Que no la dejamos sacar fotos, se queja. Como si la Alhambra fuera suya y todos tuviéramos que esperar a que la toma quede perfecta. Te espero, cómo no, mi reina, total a qué vinimos acá si no a sacar fotos.

Exacto. ¿A qué vinimos a la Alhambra, a Granada, a España, a Europa? ¿A ver, a conocer? ¿O a sacar fotos?

Las fotos antes uno las revelaba y, a lo sumo, aburría a las visitas que cometían el error de pedir para verlas y tenían que sentarse con una sonrisa forzada y bancarse la galería entera soltando algún que otro “¡qué divino, me alegra que hayan pasado bárbaro!”. Los revelados eran caros, igual que los rollos: menos tomas posibles, menos perfección. Son para que las vea yo en unos años y me despierte la nostalgia: ¿qué importa cómo está compuesta?

Hoy las fotos van a Instagram y entonces la perfección no solo importa: la perfección es la clave.

                     

La bloguera inglesa Tania B en Estados Unidos y la francesa Meryl Denis en Bali

Las fotos no son para que las revisites en unos años, sino que están ahí para competir con las de los otros. Mostrás dónde estás para que tus amigos y familiares sepan de tu vida, sepan en qué andás; mostrás dónde estás también buscando validación popular. Que te contesten “qué fotón” y que una cuenta de viajes te escriba a ver si la puede compartir. Aparece por ahí la esperanza ínfima de que la cosa se mueva y termines convirtiéndote en un travel influencer, cómo no.

Instagram nos ha entrenado que mostrarnos pasándola bomba y en una felicidad constante da más recompensas, así que las fotos que publicás también un poco pretenden que tus amigos y familiares te envidien, ojerosos, al cruzarse desprevenidos con una story tuya en bikini mientras ellos van en un bondi abrigados y con los lentes empañados por el barbijo.

Para despegarse de lo que están haciendo los demás, las fotos tienen que ser en lugares espectaculares, bien encuadradas, bien iluminadas y editadas lo justo y necesario. La foto en los Dedos de Punta del Este o la Calle de los Suspiros de Colonia del Sacramento tiene menos likes que una en una cala de aguas turquesas en las islas Baleares, así que elegir a dónde ir también está pautado por cuánto jugo se le va a sacar en Instagram.

Pero para ganar la competencia, para que tu foto sea la foto, además del lugar espectacular, hay que salir divino y divina. Los nenes tienen que salir sonriendo y no haciendo caras. Vi a una chica en el Patio de los Naranjos de la Mezquita-Catedral de Córdoba, Andalucía, un sitio hermoso pero también sagrado para religiones varias, en medio de una ciudad con una historia inmensa, una chica que le alcanzó el celular a su madre y luego se paró de espaldas a ella, el mentón apoyado en el hombro, una pierna flexionada, como si la imagen fuera a editarse a página completa en Vogue y no fuera a morir en un posteo.

La cultura de los influencers embebida hasta el fondo. De vacaciones somos todos influencers, la mayoría de nosotros con menos likes y menos publicaciones con #ad, pero las fotos idénticas. De vacaciones todos postureamos.

El palo de selfie desapareció, su espíritu vive entre nosotros.

¿Para qué viajamos, entonces? ¿Por la experiencia, o por la audiencia? ¿Para ver o para mostrar que estuvimos?

Yo, cuando puedo viajar, viajo por la experiencia. O eso me digo a mí mismo. Me cuesta admitir que me crece como un virus -no ese, otro- las ganas de publicar una foto, una cosquillita de decir “miren dónde estoy” sin decirlo, quizás sin pensarlo realmente, y aun siendo consciente de que en parte lo hago por eso, para posturear, igual me crecen y me crecen las ganas hasta que me permito subir una, una sola, pero la subo, me convierto en lo que odio.

Le voy a echar la culpa a Instagram.

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Etcétera es el blog de Gastón González Napoli en radiomundo.uy