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Nueva Troya
Ich bin ein Berliner*

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Por Alfredo Ghierra ///

Berlín tiene mas de 800 años y 3,4 millones de habitantes. Ocupa un área enorme, seis veces mayor que la de París, pero con una densidad de población mucho más baja y un gran porcentaje de su mancha urbana ocupado por gigantescas áreas verdes y lagos.

Berlín ha sido escenario central del siglo XX: las dos Guerras Mundiales, la Guerra Fría, la caída del socialismo real y la unificación europea. Todas estas instancias la han tenido como epicentro y como actor de primer orden. Sin embargo creo que hay factores mas que numerosos como para pensar que Montevideo y Berlín se parecen más de lo que uno podría imaginar a primera vista.

Le comenté esto último a un berlinés y me dijo, con una sonrisa, que todo el mundo se siente en casa cuando está en su ciudad. Como montevideano me toca relacionar lo que encontré de familiar en la ciudad que hoy es la capital económica y cultural de la Unión Europea. A veces estas relaciones se producen por similitud, otras veces por factibilidad.

Para empezar, Berlín luce innumerables vacíos en su trama: agujeros que, como dientes faltantes en una boca, aparecen por todos lados marcando la ausencia de un edificio que debería estar allí, pero que seguramente fue uno de los que formaba parte del 75 % de ciudad que quedó destruida luego del bombardeo aliado al final de la Segunda Guerra. Montevideo parece imitarla, con la diferencia de que nuestras ausencias edilicias son fruto no de una guerra sino de otra barbarie conocida como ignorancia. O desidia, o especulación sin reglas, o como quiera llamarse a ese fenómeno que hace parecer a Montevideo, en ciertos barrios, como una ciudad salida de una hecatombe bélica de grandes proporciones.

Para colmo en Berlín, el fruto de esa barbarie se ha ido convirtiendo con el tiempo en modernos edificios, espacios públicos, medianeras ciegas que albergan murales artísticos, pequeños jardines recoletos, huertos comunitarios y otras mil formas de ocupación del suelo urbano. En Montevideo mientras tanto, tenemos que alegrarnos si el baldío en cuestión no está cerrado a cal y canto y alberga al menos un estacionamiento privado a cielo abierto.

Berlín no es la ciudad luz, de hecho es un tanto oscura, como Montevideo, y sin embargo jamás uno se siente en peligro, ni siquiera pasando por debajo de un viaducto en plena noche o visitando el Tiergarten a la luz de la luna con amigos. Probablemente el secreto sea que los berlineses ocupan su ciudad con alegría, especialmente cuando el invierno se termina. Y una ciudad de la cual sus habitantes se sienten dueños es una ciudad segura.

A los berlineses les encantan sus parques, y los utilizan de manera intensiva y multitudinaria. No es raro encontrarse con picnics que duran todo el día y que incluyen, sí señor, parrillas al carbón donde se cocinan carnes y embutidos. A Montevideo no le faltan las áreas verdes, por el contrario, la ciudad tiene 250.000 árboles que conforman su ornato público y parques, algunos de ellos centenarios, que no tienen nada que envidiarle a los de Berlín. Sin embargo, no es raro verlas vacías al caer las tardes, abandonados ante el temor, real o exagerado, de los montevideanos que los consideran, en su mayoría, zonas rojas.

Berlín en verano recuerda un poco a Rocha. Sí, a Rocha. Es que los berlineses desestimaron hace tiempo aquello de “vestirse para la ocasión” y andan a sus anchas vestidos con lo que les quede mas cómodo, sin perjuicio de que esa comodidad sería tendencia de moda en cualquier lugar del mundo. En Berlín la gente, y obviamente estoy generalizando, al cruzar las miradas se sonríe. Nadie piensa que esa sonrisa sea el preámbulo de irse a la cama ni que esa mirada lleve implícita la pregunta “qué mirás imbécil”.

En Berlín hay mugre en las veredas (a veces mucha mugre, según el barrio). Los peatones cruzan con luz roja si no vienen autos y los ciclistas se creen los reyes del mambo, y no dudan en lanzar improperios si nos cruzamos en su camino. Es que Berlín no es estrictamente Alemania: Berlín es Berlín, una de las capitales del mundo.

Berlín puede dar clases a otras ciudades acerca del patrimonio intangible y la memoria colectiva. Los innumerables testimonios de las atrocidades del pasado se cuentan por miles en todos los rincones de la ciudad: placas de bronce en el piso de los portales de muchísimas casas con los nombres de los judíos arrastrados a la fuerza a una muerte atroz en los campos de exterminio; círculos metálicos en el pavimento en todo el perímetro del antiguo muro donde se recuerda, a veces sin saber sus nombres, a los desesperados que quisieron cruzarlo; cruces planas en mármol con otros tantos mártires de otras tantas tragedias.

En Montevideo, algunos episodios de la reciente dictadura cívico militar no tienen mejor recordatorio que unos desangelados artefactos de hormigón basto ubicados en las veredas con los que las personas de baja visibilidad deben lidiar para no darse un porrazo.

Mencionábamos que Berlín es muy extendida y poco densa, al igual que Montevideo. La diferencia es que esa extensión está cruzada en todas direcciones y en varias dimensiones por un sistema de transporte público de una eficiencia y una cobertura extraordinarias. No pude menos que pensar que hace 50 años Montevideo también tenía, como hoy Berlín, trenes, tranvías, trolleys, ómnibus, taxis e incluso un vaporcito para ir al Cerro desde el Centro. Hoy nos tenemos que conformar con una red de ómnibus lenta, centralizada, monopólica, privada y por si fuera poco subvencionada por todos los montevideanos.

Esta gracia de vivir de los berlineses no significa que la ciudad no tenga enormes problemas, conflictos y tensiones. La convivencia de innumerables minorías raciales y nacionales no es una tarea que se resuelva de una día para otro, si es que un día se resuelve. Tampoco es soslayable el hecho de que la gentrificación está expulsando de las áreas centrales, el Ring o primer círculo de la ciudad, a muchísimos berlineses que no pueden pagar los precios que alcanzan los inmuebles de sus barrios una vez que los millonarios rusos, indios, chinos, americanos o de donde sean, compran esas propiedades como otra forma de tener guardado su dinero, ocupándolas apenas durante un par de semanas al año.

Berlín es la ciudad de los graffitis artísticos, pero no al nivel que tenía hace diez años. Berlín está llena de gente hurgando en los tachos de basura por si encuentran envases de vidrio para vender. Berlín está erizada de grúas, fruto de una política de obras públicas monumentales y especulación inmobiliaria internacional. En Berlín se pueden ver homeless durmiendo en los bancos públicos al borde del Spree mientras en frente se observan las arquitecturas de fábula de las modernas sedes del Gobierno alemán, que parecen por momentos los edificios sede de un poder galáctico.

En Berlín hay máquinas expendedoras de palitas de cartón reciclado para levantar la caca de los perros, abastecedores de electricidad en la vereda para enchufar tu auto eléctrico, antiguas bombas de agua a la manera de fuentes de agua potable para beber. Todas cosas que Montevideo podría tener sin mayores trámites.

Tienen una feria de Tristán Narvaja en medio del Mauer Park y usan los cuadrados de tierra alrededor de los árboles públicos para plantar flores o tomates y encima les construyen un banquito para los paseantes. Los carteles de los comercios muchas veces están pintados a mano, con discreción y buen gusto, y ninguna bebida cola regala a los baristas mesas y sombrillas de plástico como quien hace un favor y no una campaña de publicidad gratuita en la vía pública.

En Berlín, quizás porque era verano, la gente parece dueña del espacio público. Los bares arman livings en sus terrazas con muebles idénticos a los de cualquier casa de remates montevideana y el control para entrar a las estaciones de metro es inexistente, o mejor dicho: cada uno es su propio control.

En Berlín, luego de la Segunda Guerra, tuvieron que reconstruir a toda prisa para tener casas donde alojar a los sobrevivientes. No había tiempo ni dinero para restauraciones ni ornamentos. La arquitectura surgida de ese período es racionalista, prefabricada y práctica. A los edificios que quedaron en pie se le “afeitaron” los adornos.

En Montevideo mientras tanto, tal vez por la costumbre de imitar todo lo que viene de Europa, no tuvieron mejor idea que deshacerse de la arquitectura de preguerra y sustituirla por otra mas funcional, más moderna. En el experimento perdimos barrios enteros, como el antiguo Pocitos, que parece, visto desde el presente, una quimera. Lo mismo pasa con las decoraciones cementicias en fachada de innumerables edificios de la ciudad que cuando empiezan a deteriorarse, casi siempre se las termina por desmantelar del todo, por las dudas, porque es mas barato y sobre todo, porque a nadie parece importarle demasiado.

Pensé mucho acerca de los acontecimientos impresionantes que vivieron Berlin y sus habitantes: es evidente que marcaron tanto a varias de sus generaciones que el nivel de convivencia y cultura cívica al que han llegado tiene sus bases en haberlo perdido todo y tener que haber comenzado todo de nuevo varias veces. No se andan con nimiedades, piensan en grande y en conjunto, tienen claro lo que significa realmente la palabra “problema”.

En Montevideo mientras tanto, se desvanece más y más la trama de la convivencia que alguna vez nos caracterizó como sociedad. Eso trae como consecuencia la desconfianza hacia “el otro”, el descuido del espacio público por no sentirlo propio y la falta de un proyecto común de ciudad. Sería muy penoso tener que pasar por las desgracias que tuvieron que sufrir los berlineses para finalmente aceptar que somos una sociedad conviviendo en este espacio complejo llamado Montevideo. Y sería realmente una pena no poder aprender de los errores y los dolores de otros humanos, aunque estén a 15.000 kilómetros y hablen en alemán. Todos podemos ser berlineses.

* Ich bin ein Berliner, "soy un berlinés"

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Nueva Troya es el blog de Alfredo Ghierra sobre la ciudad de Montevideo y su patrimonio arquitectónico. Actualiza el sábado en forma quincenal.

Sobre este blog
Montevideo vive en el presente un asedio muy particular, similar a los que supo resistir durante el siglo XIX, que la enclaustraron e impidieron por décadas su normal desarrollo extramuros. Pero el de hoy tiene un signo muy diferente en cuanto a la naturaleza de sus sitiadores: mientras que en el pasado los enemigos eran “los de afuera”, en el presente parecen ser muchos de sus propios habitantes y el sitio que sufre, lejos de ocurrir al aire libre, se desarrolla subrepticia pero incansable en una mente colectiva que no logra verse en el espejo de la realidad.

Sobre el autor
Alfredo Ghierra (Montevideo, 1968) es artista visual y desarrolla desde el año 1994 permanente actividad en Uruguay y el exterior. Sus obras a lápiz y tinta son las mas reconocidas, pero trabaja también la animación, el ensamble de objetos, la pintura al óleo y la fotografía. Desde 1995 es director de arte para el medio audiovisual. Sus campañas performáticas como el personaje Ghierra Intendente han unido arte y política en un colectivo de creadores que trabajan por la ciudad.