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El abandono (II)

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El abandono (II): ¿Muros que hablan?

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Por Alfredo Ghierra ///

Me gusta caminar por la ciudad mirando su arquitectura. Esto implica levantar la mirada en busca de balcones, cúpulas brillantes, bajorrelieves art déco o cualquiera de los remates verticales inauditos con los que Montevideo suele sorprender a los transeúntes.

Pero si por un momento me distraigo y la mirada recala en el horizonte de mis ojos, seguramente, sin importar donde esté, me voy a topar con una geografía casi obscena, multitudinaria y prolífica, compuesta por un alud de grafismos, escritos, pegatinas, carteles, pintadas y murales de toda índole, con la cual la ciudad viene conviviendo desde hace muchos años como quien comparte su espacio vital con algo que no pidió permiso para estar ahí ni ha puesto fecha para retirarse.

Este estado de situación, que a priori no llamaríamos abandono en términos concretos, termina de alguna manera causando una sensación general de descuido de la ciudad, una atmósfera de lugar tomado, donde queda en evidencia la dimensión de un fenómeno que colabora enormemente con la degradación general del espacio público.

Pero vayamos por partes. Lo que comúnmente llamamos graffitis es un universo complejo compuesto de mucho mas que graffitis (palabra que proviene del latín scariphare, incidir con un punzón), modalidad de pintura libre realizada en espacios públicos de manera ilegal desde tiempos del Imperio Romano y que muchas veces tiene un contenido altamente irónico acerca de los poderes de turno o la moral predominante en una época.

En las últimas décadas, algunos artistas el estadounidense Jean-Michel Basquiat, por citar solo un ejemplo han desarrollado estas intervenciones callejeras hasta transformarlas en obras de arte, tan válidas como las presentadas en galerías convencionales, al punto de pasar a ser exhibidas en esas mismas galerías.

Incluso en Montevideo proliferan estas de obras, sin duda las mejores del catálogo que se puede ver en los muros de la ciudad, con un dato positivo mas: casi siempre ocupan muros de espacios vacíos u otras superficies que no implican una intromisión en el espacio privado de otros ciudadanos.

Pero si esta fuera la norma no estaríamos hablando de este fenómeno como un problema. El asunto adquiere ribetes de catástrofe cuando advertimos que la inmensa mayoría de estos grafittis está compuesta por pintadas políticas, frases obscenas dirigidas a rivales deportivos o firmas ininteligibles (tags en inglés) a través de las cuales cientos de jóvenes dejan su marca en la ciudad.

Estos tags no aportan absolutamente nada mas que confusión al panorama general y son el resultado de la pulsión narcisista quienes imprimen su firma en cuanta superficie apta para recibirla existe en el ciudad. Semáforos, postes, columnas de luz, contadores de electricidad y agua, ventanas, cortinas de enrollar, monumentos, muros, pilastras, todo puede volverse soporte de esta modalidad que de tan común pasó a ser parte del paisaje. El mayor desafío de sus usuarios es alcanzar a firmar los lugares mas inaccesibles, cuando no emblemáticos, como los graffitis que “adornan” desde hace un tiempo las mansardas del edificio central de la Universidad de la República.

Curiosamente, si vamos al digesto departamental no hay mención alguna a este tipo de vandalismo sobre las fachadas. Sí encontraremos señalamientos acerca de vandalizar monumentos, árboles del ornato público, señales de tránsito o incluso contenedores de basura, pero nada referido a escribir sobre las fachadas. Curioso olvido para un fenómeno que no para de crecer y que rompe los ojos.

Montevideo no es la única ciudad del mundo que enfrenta este problema. Berlín ha hecho del graffiti una marca de fábrica y una atracción turística, pero las reglas de juego son claras en cuanto a dónde se puede y dónde no. Madrid también ha decidido entregar las cortinas metálicas de los comercios para el desarrollo de este tipo de expresión. Otras ciudades lo consideran falta, empleando como pena para los graffiteros encontrados in fraganti la acción de remover lo pintado usando para ello materiales que el propio infractor debe comprar de su bolsillo.

En cualquier caso, queda en evidencia que la necesidad expresiva existe y seguirá creciendo, pero mucho antes de pensar en formas de punir la insolencia juvenil, que “marca” la ciudad como táctica para delimitar sus espacios, deberíamos reflexionar seriamente sobre la responsabilidad explícita que tienen, en la degradación del paisaje urbano de Montevideo, los partidos políticos uruguayos (donde irónicamente el oficialismo gana por goleada) y los clubes deportivos, que en lugar de ser faros guía del fair play y la competencia a través de la confrontación de las mejores aptitudes, colaboran haciendo la vista gorda no solo con esta forma de degradación urbana sino también con la difusión de la xenofobia, la homofobia, el desprecio por las mujeres y todo lo que acarrea el pensamiento único que dice que viril es ser violento.

¿Cómo pedirle a los jóvenes que se entretienen firmando con sus alfabetos urbanos cada rincón de los barrios montevideanos que paren de pintarle la fachada recién arreglada a la vecina de la esquina, si son los propios políticos y directivos de los clubes deportivos los que alientan, ya sea por desidia o a consciencia, el uso del espacio público para realizar toda clase de proselitismo que bien podría hacerse de otras cien maneras? Les paso el dato, por si no lo tenían: En la era digital, para hacer llegar a miles de personas una opinión o una idea, no se precisa de ningún muro real.

Los muros no hablan, por la sencilla razón que carecen de boca. Todo lo demás es fruto de un acostumbramiento decadente que hace creer a algunos de que estamos ante un fenómeno democrático. Descaracterizar el paisaje urbano y modificar las fachadas con intervenciones privadas que podrían canalizarse por otros medios no tiene nada que ver con la democracia y sí con abuso y falta de compromiso con el espacio urbano.

Resulta difícil pensar en desalentar a los oportunistas que escriben cualquier cosa en cualquier lugar para que dejen de hacerlo cuando desde el poder político estas prácticas son comunes y encima el asunto no está ni siquiera catalogado como falta. La conclusión es que a esta ciudad no la mira nadie, o al menos los que debieran tomar cartas en el asunto no la ven.

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Nueva Troya es el blog de Alfredo Ghierra sobre la ciudad de Montevideo y su patrimonio arquitectónico. Actualiza el sábado en forma quincenal.

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