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Bitácora de la pandemia (VI): En contra de los clásicos

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Por Gastón González Napoli ///

¿Qué es un clásico?

Bitácora de la pandemia. Sexta entrada.

Le cambié el nombre de “cuarentena” a “pandemia”, porque de cuarentena ya tiene poco. La Ciudad Vieja está casi que a toda máquina, aunque las tiendas dispongan botellitas de alcohol en gel en la puerta y exijan higienizarse, y los vendedores callejeros de la peatonal Sarandí usen barbijos.

Por cierto, hay un trecho por Sarandí, entre la plaza Independencia y la Matriz, donde Montevideo se convierte en la ciudad más linda del mundo, y ni los barbijos y ni alguna que otra cortina baja logran romper el hechizo.

Me reservo un último comentario sobre la nueva normalidad, porque al final la idea de esto es documentar lo que estoy viviendo: esta semana desinfectaron la radio, un equipo de personas vestidas como para asesinar a un xenomorfo de Alien, conmigo sentado en la computadora. A veces hay que tener sentido del humor para aguantar las ganas de gritar.

Digo que es el último comentario de esta entrada en la bitácora porque pretendo hacer un paréntesis y centrarme en uno de los escasos eventos que hemos tenido en el ambiente cultural detenido en el ámbar coronaviral: la lista de los 50 mejores discos uruguayos de la historia que publicó El País. Top tres: Canta Zitarrosa, del susodicho; Mediocampo, de Jaime Roos; y Mateo solo bien se lame, de Eduardo Mateo.

Una lista siempre hace enojar, remueve, sorprende; es arbitraria, sí, y es parte de la gracia, aunque los consumidores no siempre lo comprendan.

Para mí, que en el liceo armaba listas en los márgenes de las cuadernolas, son un vicio. Y la posibilidad de leer listas sobre Uruguay, mucho más difíciles de encontrar que las angloparlantes, son un placer doble. A la de El País le cabe esa etiqueta. Pero tanto la lista en sí como la polémica, entre muchas comillas, que se generó a su alrededor, dan para pensar.

Lo primero es la falta de mujeres. Solo está Diane Denoir, parte del disco Musicasión 4 y ½; ninguna firma un álbum en solitario. El propio diario lo analizó y comentó en uno de los textos acompañantes. ¿Se debe a que las personas consultadas para armar la lista eran mayoritariamente hombres? ¿A un machismo en la historia de la música nacional que radió a las mujeres hasta bastante recientemente? Es difícil de decir cuáles son las causas, pero es notorio que -a diferencia de otros países, como España con íconos femeninos del flamenco, o EEUU con figuras como Aretha Franklin, Billie Holiday, Joni Mitchell-, en Uruguay hay buena parte del cancionero vernáculo donde aparecen escasísimas mujeres.

El cambio empieza a darse a partir de los 90, con mujeres como Samantha Navarro, Malena Muyala o con el éxito solista de Laura Canoura. Pero incluso en el boom del rock nacional, los grupos principales son casi todos masculinos. Es en la década del 2010 donde el foco parece moverse, con el surgimiento de un contingente de cantautoras que fueron cobrando protagonismo en los medios y en las grillas de festivales. Por ejemplo, en 2016 El País eligió como disco del año el Instantes decisivos de Papina de Palma. En 2015, La Diaria incluyó en su ranking anual La misión, de Laura y los Branigan, mientras que en 2017 mencionó Palabra clásica, de Florencia Núñez, y el Pactos de Alfonsina. Este último también entró en la lista de lo mejor de la década de El País.

¿Por qué ninguno de estos aparece entre los mejores de la historia? Las causas de nuevo son múltiples, pero me quiero centrar en una de ellas. Carlos Tapia, periodista de la sección Qué Pasa de El País y uno de los participantes en el armado de la lista, señaló en Twitter: “Hay más discos de hombres que de mujeres en términos históricos, y para elegir un disco como el mejor, el paso del tiempo es importante”. De la década del 2010 hay un solo álbum, Diciembra, de 3Pecados, editado en 2011.

Vuelvo entonces a la pregunta del principio. ¿Qué es un clásico? ¿Es necesariamente algo viejo? La etiqueta rock clásico es referente sobre todo al rock anglo en la franja post Beatles, pre grunge. El cine clásico, a la producción más que nada hollywoodense (en EEUU no hablan tanto de classic cinema sino de classic Hollywood) de los 40s y los 50s. Y cuando se habla de música clásica, se suele entender composiciones para orquesta o cámara, provenientes de Occidente, más que nada de Europa, entre los siglos XVII y principios del XX.

El término “clásico” en este sentido parece venir de la literatura, donde también se habla del “canon occidental” para abracar una lista más o menos similar. Harold Bloom, crítico, autor del libro El canon occidental, menciona a Shakespeare, Dante, Cervantes, Molière, Jane Austen, Walt Whitman, Tolstói, Virginia Woolf, Kafka, Borges, Neruda, entre otros.

O sea: clásico = viejo que envejeció bien.

Aunque también podemos pensar: clásico = viejo = polvoriento. Y a lo que voy con “polvoriento” es que el resaltar mucho los clásicos tiene cierto tufo de “todo tiempo pasado fue mejor”. Por eso se miran con mala cara expresiones más nuevas, por eso se tiende a hablar de que un joven tiene buen gusto musical cuando le gustan las mismas cosas que a los viejos. Por más que esas expresiones nuevas, como puede ser el hip hop o el trap o la cumbia, tengan muchísimo más peso cultural hoy que cualquier cosa que Eduardo Mateo haya grabado en su carrera.

Denostar lo nuevo por el mero hecho de serlo no solo deja mujeres afuera de la fiesta; también refuerza la percepción de que hubo una edad de oro a principios de los 70 y que nada puede igualarlo. No es un problema solo uruguayo: en EEUU, la Rolling Stone publicó a mediados de los 2000 una lista de las 500 mejores canciones de la historia donde el top cinco está conformado por temas publicados entre el ‘65 y el ‘71. Allá lo achacan a que los Baby Boomers, la generación que creció en los 60 y 70, revolucionó la cultura y se estableció a sí misma como el paradigma con el que comparar todo lo demás, cosa que ninguna generación posterior pudo cambiar. Aunque los mercados indiquen que los jóvenes y no tanto escuchan otro tipo de música, los periodistas culturales tienen un poco de miedo de admitir que quizá en su tiempo libre escuchan más a Jay-Z que a Ray Charles, y así se suceden listas donde lo nuevo siempre queda relegado ante lo viejo, por su sola condición de viejo.

Lo mismo que con los Boomers en EEUU pasó acá con la generación exiliada que volvió en la post dictadura. Movimientos culturales, políticos, sociales que habían surgido de las juventudes fueron fagocitados por los viejos que volvían. En la literatura es clarísimo, con la inoxidable Generación del ‘45 a la cabeza todavía hoy, como si en 75 años no hubiera aparecido ningún otro escritor valioso fuera de Eduardo Galeano.

La periodista estadounidense Dana Schwartz se metió en 2019 con el canon occidental, por su falta de mujeres, su poca variedad étnica y su cualidad circular: la gente que quiere ser “culta”, va a buscar los clásicos, y luego cuando arman su lista de los grandes libros, eligen los clásicos. Schwartz planteaba dejar de enseñar en los liceos por un tiempo esas obras, de manera de darle aire y espacio a otras.

Ojo, es rol del periodismo cultural también rescatar joyas olvidadas, como esta nota de La Diaria donde se recuerda Ni un minuto más de dolor, disco del trío femenino Travesía publicado en 1983. O como el libro Galemire. Su música y su tiempo, que editó Eduardo Rivero el año pasado. Ambos centrados en músicos que produjeron arte de mucha calidad que no trascendió en su momento.

Pero a veces a los periodistas se nos va la moto.

En Uruguay, esto hace que se insista con artistas que hoy a nadie le importan, aunque queda mal decirlo. A mí me dio vergüenza mucho tiempo pero finalmente lo admito: el candombe beat me parece un embole. Un sopor solo superado por el canto popular de los 70. Basta de pretender que El Kinto y Los Mockers siguen siendo fundamentales; no digo que los olvidemos, pero no pueden correr de ninguna lista a artistas más nuevos que de verdad movilizan hoy. ¿O alguien puede pretender que Musicasión 4 y ½ tiene hoy más peso cultural que el Raro de El Cuarteto de Nos?

A mí el Raro me cambió la vida. Recuerdo la primera vez que lo escuché, con 13 años, en un discman, sentado en el living de casa, una versión trucha comprada en la feria, antes de irme al primer cumple de 15 de una compañera del liceo. Pensando rápido solo hubo tres discos que me marcaron a fuego en mi infancia y adolescencia: el Back In Black de AC/DC, un compilado de lo mejor de U2 que tenía mi madre y el Raro. Lo digo sin ambages: contribuyó a mi visión del mundo, a mi propia formación como persona; ese filtro ácido y algo retorcido que la propia banda abandonó inmediatamente después, así entiendo yo en buena medida el mundo.

Pero, claro, no entró en la lista de los 50 mejores porque había que hacerle lugar no a uno si no a dos discos de El Peyote Asesino. ¡Cinco discos de Eduardo Mateo! ¡Siete de Jaime Roos! Si armás una lista de los mejores álbumes del Reino Unido, en el top 50 no entran siete ni de los Beatles. Pero cómo vamos a dejar afuera a Brindis por Pierrot, un compilado de Jaime que tiene solo dos temas nuevos. De paso, ¿por qué no metieron también En vivo en el Río de La Plata o el DVD de 3 millones?

Aprovecho la mención de los Beatles para explicarme un poco más: Paul, John, George y Ringo siguen marcando a jóvenes en todo el mundo. Es perfectamente válido incluir el Revolver todavía entre lo mejor de la música, porque sigue siendo fresco. ¿Pero cuántos jóvenes escuchan El Kinto? ¿A cuánta gente siguen inspirando?

Nótese que antes, cuando mencioné discos de mujeres, hablé de Papina de Palma, Alfonsina, Florencia Núñez, Laura Gutman: es decir, de ninguna mujer que verdaderamente haya explotado como lo hicieron las bandas de la era Pilen Rock. Sacando a la cumbia pop, que es un fenómeno aparte, nada ha explotado desde entonces en la música nacional, no solo las mujeres. Los festivales siguen teniendo como cabezas de grilla a las mismas bandas de siempre.

Y en parte es porque tenemos un canon fijo que no nos animamos a tocar.

¿No será hora de matar a los padres de una vez en este país donde está todo esculpido en piedra? ¿No será necesario quemar para que vuelva a crecer el pasto? Por tomar otro ejemplo: en la colección Discos que está sacando desde 2017 la editorial Estuario, no hay ninguno centrado en el trabajo de una mujer, ninguno sobre un álbum publicado en la última década, y hay (¡adiviná!) dos de Jaime Roos.

Una cultura tan fanatizada con el tiempo pasado va camino al muere. Y así como los medios debemos tener la responsabilidad de rescatar las joyas olvidadas, tenemos que evitar que la nostalgia impida el crecimiento de nada nuevo.

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Foto: Fragmentos de las tapas de Musicasión 4 y 1/2Brindis por Pierrot de Jaime Roos, Raro de El Cuarteto de Nos y Pactos de Alfonsina.

Etcétera es el blog de Gastón González Napoli en radiomundo.uy