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Autodestrucción, un retorno improbable y una pregunta sobre el legado: El retorno improbable de AC/DC, parte 6

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Por Gastón González Napoli ///

Cuando parecía acabada definitivamente, AC/DC retornó con un nuevo disco, Power Up. Eso motiva este extenso repaso por su obra para explicar por qué tienen tanto peso en el universo rock (y por qué vale la pena escucharlos aunque se diga que hacen siempre lo mismo). La primera parte, sobre los orígenes del grupo, puede leerse aquí; la segunda, sobre los discos de los años 70 que construyeron el mito de su primer cantante, Bon Scott, aquí; la tercera, sobre sus años dorados, marcados también por la tragedia, aquí; la cuarta, sobre el bajón en calidad y ventas que vivieron en los 80, aquí; y la quinta, sobre su reconversión en una máquina de greatest hits, aquí.

La semilla de esta extensa saga repasando la carrera de AC/DC está en que quien escribe pensó que la banda estaba acabada a mediados de la década del 2010. Y probablemente ellos también lo pensaron: en 2016, al terminar la gira del Rock or Bust, el guitarrista Angus Young se encontró con que era el último miembro oficial de la banda que seguía integrándola.

Pero en un año de pandemia en que los veteranos de casi todo el mundo se han guardado, se han aburrido, han sufrido, estos tigres bien entrados en su tercera edad ejecutaron una muy profesional campaña de expectativa y volvieron con un disco que era justo lo que necesitaban los fans del rock clásico.

Para cerrar, hoy toca recorrer ese camino de tragedia.

El final del camino

En 2014, AC/DC editó Rock or Bust, seis años después de Black Ice y a dos del disco y DVD Live at River Plate. Pero el disco llegaba luego de una noticia dura: Malcolm Young, motor de la banda y uno de sus fundadores, junto con su hermano menor Angus, había sido internado en una institución mental, aquejado por demencia senil.

Primero trascendió que estaba recibiendo tratamiento, pero en el mismo mes de lanzamiento del nuevo álbum se confirmó que el retiro de Malcolm era permanente y no una etapa, como cuando atravesó un período de rehabilitación a fines de los 80. Tenía solo 61 años.

Entre que no es el estilo de AC/DC y el Rock or Bust ya estaba compuesto, ese golpe no se nota en la música. Es un disco más en la línea tardía del grupo: divertido, sin mucha sustancia. Pero sí se sentía, aun sin saber lo que había ocurrido con Mal, como un punto final. Como que habían gastado la fórmula, estirado el chicle hasta quitarle el último resto de gusto.

Es, en mi opinión, el más flojo de los trabajos de la banda post The Razors Edge (1990).

El tema homónimo, la apertura del disco, es una puesta en práctica al pie de la letra de la antedicha fórmula de AC/DC: el riff que se puede corear, la batería firme de Paul Rudd, el bajo para sacudir la cabeza de Cliff Williams, el solo de Angus, los coritos gruñidos, el estribillo repetido una y otra vez sin variantes. Se deja escuchar, es entretenido, pero es notorio el agotamiento, reforzado por ese estribillo de in rock we trust: “En el rock confiamos”. ¿A dónde más pueden ir los más fieles defensores del rock una vez que destilaron tanto su esencia?

“Rock The Blues Away” (canción número dos en el tracklist con “rock” en el título) es la canción de fiesta, “Miss Adventure” es la canción sobre una mina que sacude tu mundo (en la que reciclan un verso de “Hard As a Rock” del Ballbreaker), y cuando llega “Got Some Rock & Roll Thunder” (tercera con “rock” en el título) ya parece un poco autoparódico.

Sin ánimo alguno de romper convenciones, el alegre corte de difusión “Play Ball” se siente un poco menos cansado, aunque uno se la olvida al ratito. “Dogs of War” es el tema más heavy, más oscuro, con un buen estribillo, aunque quedan un montón de dudas: ¿es anti bélica o pro militar? Está como subdesarrollada.

 

 

Prefiero la segunda mitad del álbum: “Baptism By Fire”, “Rock The House” (cuarta con “rock” en el título, eso sí…), no tanto por lo imaginativos, aunque sus riffs son algo menos simplones, sino por la indiscutible fuerza cruda de su sonido. “Sweet Candy”, sobre una bailarina de caño, agrega humor y modifica apenas la estructura clásica. El cierre con “Emission Control” suena como si hubiesen estado escuchando a Zeppelin y se beneficia por ello, además de lograr un juego de palabras con motores encendidos que podrían tanto estar refiriendo a sexo como a levantar a la gente en un concierto (“no podés estar acá y tener timidez”).

El disco tiene la ventaja de la brevedad: con 35 minutos, es el más corto de la carrera de AC/DC. Pero parecía -alguno pensará “por fin”- que los estaba atrapando la propia sencillez de su encare. Si uno no se renueva, más cuando se ha convencido de que lo que la gente quiere es únicamente escuchar los clásicos, llega un punto en que ya no hay a dónde ir.

La gira desastrosa del Rock or Bust cimentó esa sensación.

 

El desarme

No fue un tour desastroso porque sonara mal, sino porque la banda fue perdiendo integrantes por el camino, tomando decisiones raras y alienando a parte de los fans.

Empezó ya en la grabación del disco con la salida forzosa de Malcolm, a quien sustituyó, como ya había hecho en los 80, su sobrino Stevie, que es solo un año menor que Angus. Con él en la guitarra rítmica, no se notaba la diferencia.

Ni siquiera habían llegado a poner el disco a la venta cuando el batero Phil Rudd fue detenido en su vivienda en Nueva Zelanda, luego de que un allanamiento encontrara marihuana y metanfetaminas. Se lo acusaba de intento de contratar un sicario y de amenazas de muerte contra un empleado. La acusación de sicariato se dejó de lado rápidamente, pero Rudd confesó por los otros cargos y fue condenado a ocho meses de prisión domiciliaria.

No la debe de haber pasado tan mal, ya que vive en una mansión y se dedicó a plantar chile picante y convertirlo en salsa, pero la situación lo alejó de la banda. “Se ha dejado ir, no es el Phil que conocemos”, dijo Angus a la prensa.

Lo suplantaron por Chris Slade, que ya había ocupado la batería de AC/DC en la etapa de The Razors Edge, y salieron a la carretera por todo lo alto con un show en el enorme festival de Coachella. Sin embargo, en marzo de 2016 anunciaron que Brian Johnson, cantante desde 1980, dejaría la gira por problemas de audición. Se estaba quedando sordo, le costaba oír a sus compañeros sobre el escenario, los médicos le ordenaron parar si no quería perder el oído por completo.

Y el comunicado oficial causó mucho ruido entre los fans: no solo se aplazarían algunas fechas de la gira, sino que se adelantaba que probablemente tocarían esos conciertos con otro cantante. Más impacto todavía tuvo el comunicado siguiente, en abril, en el que le agradecían los servicios prestados a Johnson sin ningún cariño y anunciaban que Axl Rose cantaría en su lugar.

Sonaba a fracaso asegurado, siendo Rose un tipo famosamente problemático, pero además sonaba a insulto contra un tipo que había cantado durante 36 años para AC/DC. Johnson se calló la boca en ese momento, pero en 2019 confesó que sintió como si le hubieran dado un tiro en el campo de batalla, y que en su casa “enterró la cabeza en una botella de buen whisky”. Angus le dijo a la Rolling Stone este 2020 que no tenía muchas opciones, y que Rose se ofreció él mismo.

La apuesta con Rose salió bastante bien, e incluso le dio la posibilidad a Angus de tocar con los reunidos Guns ‘N Roses. Pero al colgar el bajo al terminar la gira, Cliff Williams anunció su retiro. Le dijo también a Rolling Stone que tenía problemas de salud, aunque es difícil de creer que la montaña de problemas no tuvo que ver en la decisión.

 

 

Quedaba solo Angus. Se fue a su casa de Australia y se puso a revisar la pila de canciones inéditas que habían compuesto con Malcolm, la mayoría en sesiones para el Black Ice.

En 2017 murió George Young, hermano mayor que produjo la primera tira de discos de la banda y los posteriores Blow Up Your Video y Stiff Upper Lip. Tres semanas después, Malcolm lo siguió. Por si faltaba algo. Angus quedó devastado.

Pero la tragedia terminó por volver a encontrar a AC/DC con sí misma.

Suban la llave general

El funeral de Malcolm juntó en Australia a los sobrevivientes. Fue la primera vez que Angus volvía a ver a Phil Rudd y lo vio bien, yendo a terapia, más sano.

Rudd le dijo a un diario neozelandés que había abandonado “las locuras”, que le había costado admitir que tenía problemas pero que el psiquiatra lo había ayudado mucho, y que en los meses de encierro se había pasado tocando la batería hasta el punto de sentir que nunca había tocado mejor. Resultó que Brian Johnson estaba trabajando con un especialista en audición que probó un tratamiento experimental con él, y todo indica que hizo magia. Lo que parecía irreversible se estaba dando vuelta. Y con ellos dos de regreso, no costó convencer a Williams de volver.

Además, tenían un propósito: un homenaje a Malcolm.

2020 nos trajo Power Up. Un disco anunciado en redes con una campaña de expectativa perfectamente ejecutada para satisfacer a la fanaticada. Y lo mismo hace el álbum en sí, que no busca innovar en forma alguna sino reconfortar en que hay cosas que no cambian. Que no está mal que no cambien. Lo considero al menos su mejor disco desde el Stiff Upper Lip.

 

 

Por tercera vez seguida trabajaron con el productor Brendan O’Brien, y la base es esa tanda que compusieron con Malcolm en la época del Black Ice, por lo que los dos hermanos vuelven a firmar todas las canciones. Eso hace que definitivamente Power Up suene a despedida: si Malcolm era el motor no solo rítmico si no también en buena medida creativo, pues Angus no ha compuesto nada sin él, parece ser el final del camino para AC/DC.

No es sin embargo un álbum en modo alguno reflexivo. No se aparta de la fórmula e incluye algunas de las letras más “sucias” del período reciente del grupo, sobre todo en “Money Shot”, en la que un doctor recomienda como antídoto para una fiebre rocanrolera tener sexo tres veces por día (“o cuantas veces quieras”).

Pero así como Back in Black comienza con unas campanadas que le dan un aire elegíaco, lo que hace imposible no pensar en Bon Scott aunque el disco en sí nunca le haga una despedida explícita, en la letra de “Through The Mists of Time” no hay cómo no ver el fantasma del finado Young. “Mirá las sombras oscuras/En la pared/Mirá las fotos/Algunas cuelgan, algunas se caen”. En el estribillo podríamos leer entre líneas a una banda mirando hacia atrás, a su propia superviviencia: “A través de las nieblas del tiempo/En un viaje mágico”. Angus dijo a la Rolling Stone que la letra tiene que ver con que al seguir apegados al rock, siente como si su música tuviera una cualidad de museo (“Pinturas como la Mona Lisa son atemporales. Así me siento con esa canción”).

Es AC/DC: no se precisa mucho más para hablar de mayor sentimiento del habitual. Y lo refuerza un juego más gentil de las guitarras y el bajo, por más que la batería de Rudd te pueda romper el cráneo como acostumbra.

 

 

El resto del Power Up no es ninguna maravilla, pero sí que es una alegría, más en el 2020. El corte de difusión fue “Shot In The Dark”, un tema que no ganará ningún adepto nuevo porque tampoco lo pretende; lo que sí hizo: le pintó una sonrisa en la cara a cualquier fan. La fórmula es tan exacta que las piezas caen en su lugar pase lo que pase.

“Realize”, la apertura, arranca en un tempo sorprendentemente más lento, con mucho eco y unos coros épicos. Una vez que mete segunda, ya estamos en el ritmo típico de AC/DC, muestra de que Johnson tendrá ya más de 70 y los demás no mucho menos, pero no tienen ganas de aflojar. Lo mismo en temas como “Kick You When You’re Down”, un highlight del disco con esos coros de “oh, no” que ya se pueden oír gritados por una cancha llena de gente, o en la veloz “Demon Fire”, una digna entrada en el cancionero demoníaco de la banda.

Tanto en esa última como en “Wild Reputation” hay fragmentos en los que Johnson baja el tono y canta en su versión más grave, lo que da ganas de que probaran hacer algo así. Sería interesante un disco en plan blues tardío, quizás sería un camino a explorar.

 

¿Un legado complicado?

Luego de todo el repaso, conviene cerrar con una mirada macro.

AC/DC es una banda fácil de entender tanto sonora como letrísticamente, lo que explica en parte su éxito mundial. Es un grupo que encontró una fórmula básica de rock que consideró perfecta y de la que nunca se apartó en líneas generales, aunque este repaso sí note variantes en el sonido, sobre todo de la mano de productores, y el más que evidente cambio en la calidad de las letras luego del fallecimiento de Bon Scott.

En sus letras originales tenían mucho de crónica de la pueril vida de excesos de los rockeros, materia prima del hard rock en todas sus iteraciones (lo fue luego, de una manera bastante más grosera, del hip hop). Pero también, y esa era la pluma de Scott, contaban el otro costado, el cansancio de las giras, el largo camino a la cima. Post Scott, se quedaron con los excesos, casi que exclusivamente los alcohólicos, y con el sexo; a la fórmula le agregaron el amor por el rock en sí mismo. No debe de haber otro artista con más canciones con “rock” en su título.

Se los puede defender por su origen fabril. Son la banda de clase trabajadora por excelencia. Y saben lo que su público quiere. ¿Se precisa más?

La otra cuestión es más espinosa.

Fuera de la falta de creatividad, o tal vez, podría argumentarse, esa confianza ciega en el lema “si no está roto, para qué arreglarlo”, un buen número de canciones de AC/DC están impregnadas de algo que no puede calificarse de otra forma que de misoginia. No hace falta buscar más allá de Power Up y “Rejection”, con su estribillo: “Si me rechazás, agarro lo que quiero” (If you reject me, I take what I want). ¿No suena a violación?

Lo habían hecho antes en “Let Me Put My Love Into You”, de Back In Black: “No te resistas, no pelees, no te preocupes que esta noche es tu turno” (don’t you struggle, don’t you fight, don’t you worry ‘cause it’s your time tonight).

No hay que llegar a tanto para hablar de machismo, claro. De prostitutas, cosificación y retratos de mujeres “fáciles”, la discografía de AC/DC está recargada. Esta columna de Vulture, por ejemplo, se vale de la debacle de 2016 para darle con un caño a la banda por anticuada y de a ratos directamente “censurable” (aunque cuenta que los fue a ver en vivo con Axl y se sorprendió del altísimo nivel, hasta preguntarse si AC/DC debería parar algún día siempre y cuando Angus mantenga su energía sobre el escenario).

No tengo una respuesta para esta cuestión. Me atendré a citar a la periodista británica Fiona Sturges, que escribió una columna para el Guardian discutiendo la contradicción entre sus posturas feministas y su amor por el tanque australiano. La conclusión a la que llega es interesante: los critica obtusos y perpetuamente adolescentes, pero también reconoce que en canciones como “Whole Lotta Rosie” y “You Shook Me All Night Long” son los personajes femeninos los que llevan la batuta sexual.

Para juzgarlos, no queda otra que escucharlos. Por suerte es un ejercicio tan disfrutable.

 

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Etcétera es el blog de Gastón González Napoli en radiomundo.uy