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Entre la muerte de Sonsol y las anónimas, lo que nos jugamos en estos días

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Por Emiliano Cotelo ///

Ayer murió Alberto Sonsol, que estaba internado con covid desde el martes de la semana pasada. Creo que nunca me crucé con él. No recuerdo haberlo saludado, ni siquiera al pasar en un evento. Sin embargo su fallecimiento me golpeó. ¿Por qué? Por la misma razón por la que seguramente les pegó a muchos de ustedes. Era una figura familiar. Incluso no siendo yo un seguidor suyo, a cada rato Sonsol se aparecía en mi casa, igual que en la de ustedes, cuando, pasando de canal en canal de televisión, lo encontraba en alguna de sus facetas de comunicador: periodista deportivo, relator de basquetbol o de fútbol, conductor de programas de entretenimiento o polemista en temas de actualidad.

La pandemia se llevó esta vez a alguien que conocemos todos (o casi todos). Alguien mucho más conocido que Andrés Abt, el alcalde blanco del Municipio CH de Montevideo, de 48 años, que murió de covid hace dos semanas, o que el doctor Enrique Soto, el destacado cardiólogo que fuera dirigente del Sindicato Médico del Uruguay y jerarca de ASSE en gobiernos del Frente Amplio, que dejó de existir en diciembre del año pasado, o que el doctor Rodolfo González Rissotto, el respetado profesor e historiador que hace casi un año fue la primera víctima del coronavirus en nuestro país.

Esta muerte famosa, la de Sonsol, nos conmueve pero solo es una de las 856 que ya acumulamos desde el 13 de marzo de 2020. A la mayoría de ellas las registramos casi como datos fríos de una enumeración rápida. Ayer, por ejemplo, el reporte del Sinae informó que “hubo 13 fallecimientos con diagnóstico de SARS-CoV-2 en nuestro país” y luego detalló: “Se trata de 1 paciente de Canelones de 85 años, 1 paciente de Rivera de 96 años, 1 paciente de Tacuarembó de 60 años, 2 pacientes de Soriano de 59 y 79 años y 7 pacientes de Montevideo de 50, 58, 61, 75, 85, 89 y 93 años.” Eso fue todo. Así, tan secamente lo consignamos los medios, sin siquiera destacar que detrás de cada una de esas defunciones hay varios días de lucha por la supervivencia en un CTI, una familia dolorida y marcada, un gran grupo de amigos sin sosiego.

Esa, la suma de tantas tragedias personales, familiares y sociales, es la cara más dura del covid. Y la cara siguiente en dureza es la de las personas internadas en CTI, que hoy ya son 236. 

236 seres humanos que, sin que su foto aparezca en los titulares, la están peleando, quién sabe desde hace cuántos días. 236 abuelos, padres, madres, hijos … que cuando ingresaron en esas salas lo hicieron sabiendo que lo que iban a enfrentar era muy crudo y angustioso, entre otras cosas porque son públicas las estadísticas que indican cuál es el porcentaje que no logra sobreponerse y no vive para contarlo.

Eso, que periodísticamente resulta muy difícil llevar a escala personal, con nombre y apellido, eso que en estas horas hemos podido asociar con el caso de Alberto Sonsol, eso es lo que implica cada día que pasamos con la pandemia en este estado de descontrol en el que se encuentra. 

Sacar personas de esa lista, o, mejor dicho, evitar que más personas ingresen a esa lista, es el desafío que tenemos entre todos, unidos si es posible: gobierno nacional, intendencias y sociedad, oficialismo y oposición, y cada uno de nosotros individualmente. 

Está en juego también el futuro de otra gran cantidad de uruguayos anónimos, los miles de perjudicados por la emergencia sanitaria en lo económico, lo social, lo sicológico, lo educativo. 

Si queremos que el avance de la vacunación le gane la carrera al virus, si queremos romper la curva de crecimiento exponencial -o, mucho mejor, si queremos aplanarla definitivamente- los próximos días, estos que se vienen, son fundamentales.

 

En Primera Persona de En Perspectiva.

 

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