Editorial

Cuando el médico no te cree que estás enfermo

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Por Carmen Asiaín ///

Es de Perogrullo que, para que el Médico te atienda, te examine, diagnostique y trate, es preciso que antes te crea que tenés algún problema de salud. Es un presupuesto ineludible. Si cree que exagerás, que mentís o que delirás, seguramente o te mande para tu casa con una palmada en el hombro, o te de un placebo para que dejes de molestar, si has insistido lo suficiente.

Así nos sentimos algunos habitantes de este bendito país cuando hace unos días el Director de Policía nos dijo a todos que no notaba el miedo en la población y que veía a la gente a toda hora disfrutando con normalidad la vida de sus barrios. 

¡Cuánto contenido para analizar en esta breve declaración!

Empecemos por la percepción del Jefe de Policía de que no nota el miedo en la población. Quienes antes quitaron valor a la “sensación térmica” de inseguridad, ahora acuden al mismo termómetro para sostener que no ven lo que no es medible. Si el Jefe de Policía “no nota el miedo”, es porque este no se “nota” a simple vista; se puede inferir que reina, si uno observa indicadores (para notar, hay que observar).

No puedo hablar por el resto de mis compatriotas, pero en lo personal puedo afirmar que si no nota mi miedo es porque, en primer lugar, nunca me lo crucé. Por lo tanto, incurre en falsa generalización al proyectar lo que ve o no en unos pocos, como si hubiera podido calibrar el sentir compartido de todos y cada uno. Y si no nota mi miedo y el de tantos, es porque yo -como tantos- me he visto obligada a tomar medidas drásticas para mitigar ese miedo en el que vivo, dentro y fuera de mi hogar. Luego de ser asaltada a mano armada a las 11 de la mañana, en plena y concurrida rambla de Montevideo, luego de escapar de un motochorro cuando a mediodía me disponía a tomar un ómnibus capitalino, luego de que la casa por medio de la mía fue copada por hombres armados, luego conocer de cerca decenas de historias similares, tuve que cambiar mis hábitos de vida. Las carteras están en desuso, como todo lo de valor. La gente no porta efectivo. Si puede, toma un Uber o similar al bajar del ómnibus.

¿Que “no se está afectando la conducta y el desarrollo de la actividad de los ciudadanos”? Hoy Hay grupos de vecinos que, para no sentir tanto miedo, han contratado un patrullaje privado, han colocado cámaras de vigilancia, alumbrado allí donde el Estado no ha llegado. Y esto recientemente, ni qué hablar del ya instalado sistema de alarmas con o sin respuesta de las compañías de seguridad, cuyo negocio prospera mientras menos “notan” las autoridades policiales el miedo de la población. Pero lo trágico es que estas medidas paliativas las pueden tomar sólo quienes pueden pagar por algo de seguridad privada. Los pobres son los que más sufren por la falta de seguridad, por motivo doble: porque no se pueden costear la protección que el Estado no les da, y porque con ello, quedan más expuestos y terminan siendo los más vulnerados. 

¿La gente disfrutando con normalidad en sus barrios? No soy la primera nostálgica que se lamenta de haberse perdido la vida de los barrios. ¿Quién deja a sus hijos menores salir a la calle a jugar con los del barrio solos, o trasladarse solos a unas cuadras, o concurrir solos a los centros de estudio? 

No quiero incurrir en el mismo error de falsa generalización que estoy criticando. El panorama descripto puede admitir alguna excepción, lo que demuestra que existe y por ello no puede, quien tiene el deber de cuidarnos, desestimar nuestro clamor por seguridad mediante un diagnóstico liviano.

Cuando el médico no le cree al paciente, ni siquiera lo examina, no detecta la patología y ésta avanza. Cuando el médico no te cree, te niega un derecho y él se niega a si mismo un deber. Un médico que no te asiste desnaturaliza su razón de ser, pues su función primordial es la atención de los pacientes. 

“Para ver, hay que mirar”, dice la banda No Te Va Gustar en la canción Cero a la izquierda. Y sí, por lo menos mirar, para notar.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 10.10.2019

Sobre la autora
Carmen Asiaín nació en 1965, es abogada, profesora de Derecho Constitucional y actualmente senadora suplente por el Partido Nacional. Integra la Comisión de Ética de esa colectividad y fue presidenta del Consorcio Latinoamericano de Libertad Religiosa.

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