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¿Es Tarantino un genio o solo un remixador de sus maestros?

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Por Gastón González Napoli ///

Había una vez un director megalómano

Quentin Tarantino ha dicho que Había una vez en… Hollywood es su obra más personal. Parece evidente, y no solo por la cantidad de planos de pies femeninos, conocido fetiche del director-guionista.

Sucede en 1969, año bisagra para el cine estadounidense, donde se certifica la muerte del studio system y nace el Nuevo Hollywood, quizá la etapa más recargada de obras maestras del Séptimo Arte norteamericano. También un período más oscuro y cínico: la incertidumbre del plano final de El graduado; la secuencia sangrienta del clímax de El padrino; el “we blew it” (“lo echamos a perder”) de Easy Rider; la totalidad de La naranja mecánica.

Para un enfermo cinéfilo como Tarantino, el ’69 es la tierra prometida. Ya desde su título aclara que será un cuento de hadas, su versión estilizada de un período de tiempo.

Al pararse en esa cornisa, puede ya no contentarse con homenajear tangencialmente a Bruce Lee (como hizo en Kill Bill) sino ponerlo como un personaje. Puede ya no reinventar el western (como en Django sin cadenas) y en cambio llevar a sus protagonistas al Rancho Spahn donde se filmaban Bonanza y El llanero solitario, o ponerlos a actuar en spaghetti westerns de Sergio Corbucci y Antonio Margheriti. Y puede jugar con la gran tragedia del ’69, uno de los tres eventos que destruyeron el sueño hippy y marcaron el fin de una década de visiones utópicas: los asesinatos del clan Manson (los otros dos mojones serían las cuatro muertes en un show de los Rolling Stones en Altamont y, al año siguiente, la disolución de los Beatles y aquella frase de Lennon de que “el sueño terminó”).

El actor en decadencia que interpreta Leonardo DiCaprio y su mejor amigo y doble de riesgo (Brad Pitt) vienen a encarnar lo que se está muriendo: por algo odian tanto a los hippies, son los viejos que no entienden lo nuevo. Mientras que la Sharon Tate que encarna Margot Robbie es todo lo mejor de los años 60: divina lookeada con sus botas blancas y sus lentes enormes, bailando despreocupada, siempre con una sonrisa, viendo en el cine cómo la gente se divierte con la película en la que ella actúa (The Wrecking Crew). Preparándose para ser una estrella.

Incluso Tarantino aprovecha a poner en boca de una chica Manson todas las peores críticas que se le han hecho a él, sobre su glorificación de la violencia. Se venga contra todos esos contras, de una manera grotesca, con su mejor humor negro, y logra que no quede tan evidente lo que está haciendo (con lo cual zanja un debate mucho más serio de lo que él quiere hacer creer).

Pero el regodeo de Tarantino en el período es tal que Había una vez en… Hollywood se acerca al ejercicio masturbatorio. A un director gastando un montón de plata para viajar a un período de la historia que ama y pasar el rato ahí. La visita a la Mansión Playboy y las apariciones de Steve McQueen y Mama Cass de The Mamas and The Papas; el sinnúmero de pósters y referencias a películas y programas de televisión de la época; la cantidad de canciones en la banda sonora… Hasta el flashback que siembra dudas sobre el pasado oscuro del personaje de Brad Pitt es una referencia a la muerte misteriosa de Natalie Wood en un yate.

Aclaro, la disfruté de principio a fin. No me molesta que prácticamente no tenga trama: al revés. Que un tipo famoso por sus tramas enrevesadas diga “¿saben qué?, en esta no pasa nada” muestra al director todavía inquieto. Me encantó la secuencia de DiCaprio en el set de la serie western en la que el personaje está a punto de quebrarse y logra brindar una flor de actuación; en particular cómo está filmada. La actuación de Pitt bien puede ser la mejor de su carrera, tan carismático y fachero como siempre pero con el agregado de una amenaza latente. Y el clímax es brutal. Pero (además de que no sé si la puede disfrutar alguien que no conozca la historia trágica de Sharon Tate, seguramente provoque que sus escenas parezcan sobrar y no que están ahí para ponerte nervioso por lo que se viene) me llevó a una pregunta que pende sobre el cine de Tarantino.

¿Es un genio o solo una suerte de DJ de la pantalla, que toma lo que le gusta de otros mejores, le saca lustre y dice “miren qué genio que soy? ¿Una mera licuadora de ingredientes?

Amamos tanto a Hollywood

En su ensayo “David Lynch conserva la cabeza”, incluido en la colección Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, el aclamado David Foster Wallace califica a Quentin Tarantino básicamente como una copia barata del autor de Twin Peaks.

Dice que toma “lo que es irregular y distintivo y amenazante” del trabajo de Lynch (y de la Nueva Ola Francesa) y lo homogeniza hasta que “es suave y cool y suficientemente higiénico para consumo masivo”. Propone que Perros de la calle, debut de Tarantino como director, es una película lyncheana hecha comercial; como ejemplo, la oreja cercenada que da comienzo a Terciopelo azul y el cercenamiento de otra oreja a cargo del Sr. Rubio en Perros de la calle, el intento de Tarantino por acceder a la magia de Lynch mientras pierde por el camino lo “idiosincráticamente surrealista”. “Quentin Tarantino está interesado en observar a cómo le cortan la oreja a alguien”, escribe Foster Wallace. “David Lynch está interesado en la oreja”.

El escritor menciona la utilización de música camp como otra señal de la influencia de uno sobre el otro. Enseguida viene a la mente de nuevo Terciopelo azul y la escena musicalizada con “In Dreams” de Roy Orbison, seis años antes de que Tarantino le diera fama a “Stuck In The Middle With You” de Stealers Wheel.

A la comparación de Foster Wallace, se puede agregar que ambos cineastas han expresado fascinación por Hollywood, pero en formas totalmente distintas.

Una de las obras más memorables del canon lyncheano es Mulholland Drive, que toma prestado el nombre de una calle elevada de Los Ángeles, desde donde se divisa buena parte de la ciudad. En esta película, Naomi Watts interpreta a una actriz joven recién llegada, fresca y optimista. La secuencia en la que se la ve ensayando y más tarde haciendo una audición en un cuarto claustrofóbico y aglomerado es magnética; una carta de amor a los actores y su talento. Sin embargo, cuando aproximadamente a mitad del metraje la narrativa de Mulholland Drive se quiebra, lo que antes era optimismo ya no lo es, los sueños se rompen, y una parte fea de Hollywood asoma su cabeza (literalmente, en una horrenda escena pesadillesca). Es decir: Lynch homenajea el cine sin decirlo explícitamente, sin poner un póster gigante de Ingrid Bergman, y luego voltea y critica los aspectos negativos de ese universo.

La carrera entera de Tarantino es en síntesis una declaración de amor al cine. La historia es famosa: trabajó en un videoclub, consumió cine como un adicto, y su trabajo en la gran pantalla ha sido una demostración de ese manejo enciclopédico de la cultura pop. En Jackie Brown reflota a Pam Grier, actriz venida a menos a quien él admiraba por sus películas blaxploitation en los años setenta. En Kill Bill, la Novia de Uma Thurman viste el mismo traje que Bruce Lee había llevado en El juego de la muerte; además de tomar elementos incontables de otras películas de artes marciales (la selección de Sonny Chiba como Hattori Hanzo y David Carradine como Bill es quizá lo más obvio). Django sin cadenas es el homenaje de Tarantino a los spaghetti westerns de los años 60, cuando la producción de westerns -el género yanqui por excelencia- se mudó a territorios italianos y españoles, lo que brindó algunas obras maestras y unas cuantas berretadas. Hasta toma prestado el nombre “Django” de la película homónima de Sergio Corbucci con el protagónico de Franco Nero.

El pico de la referencia, por supuesto, es Pulp Fiction, filme que le dio una Palma de Oro en Cannes y que se mantiene 25 años después como una obra maestra de lo canchero. El personaje que hace Bruce Willis está inspirado en uno de Kiss Me Deadly, de 1955; el baile de Uma Thurman y John Travolta referencia, claro, al pasado de Travolta como estrella disco en Fiebre de sábado a la noche y más rockabilly en Grease; el restorán en el que bailan, Jack Rabbit Slim’s, es un catálogo de referencias a figuras de los años 50…

Y en Había una vez en… Hollywood lo lleva, quizá, a un nuevo extremo. Cada recorrido por Los Ángeles requeriría pausar la película para desentrañar los detalles.

Sin embargo, no se anima a enfrentarse con la pesadilla que bulle debajo de la Sunset Strip. Se queda en el amor y los carteles y los fragmentos de televisión de la época, se nota que adora ese período de la historia de Estados Unidos, pero no parece tener demasiado para decir de él.

Yo responsabilizo a Tarantino del océano de referencias pop que es el cine actual, donde parece que un buen diálogo necesariamente tiene que incluir citas a otras cosas, un estilo de charla cinematográfica que él inauguró en Perros de la calle y esa intro en el café charlando sobre Madonna y “Like a Virgin”. Tarantino puso a sus personajes a hablar de cine y música porque es lo que hacen las personas reales, pero él es un maestro del subtexto. Su mar de imitadores solo se dedican a mencionar u homenajear (o sea, copiar) cosas mejores. El peor ejemplo es Ready Player One, que Steven Spielberg adaptó al cine el año pasado, poco más que una trivia cinéfila de los 80 que intenta hacerse pasar por una película.

Pasa que Tarantino lo hace bien. Toma la cantidad de elementos justos y le da una pátina de originalidad, lo lleva a su estilo conversacional y cool. Es el cine por el cine y es, ante todo, sumamente divertido.

¿Está mal que una película sea el cine por el cine? ¿Está mal que a Tarantino le interese ver cómo a alguien le cortan la oreja -o cómo lo queman con un lanzallamas-, si al final es entretenido y aprovecha en enorme medida las posibilidades que el cine le brinda?

¿Y entonces?

¿Es un fenómeno o solo un buen remixador?

"Cada cineasta pone en juego sus referencias de forma más o menos explícita. El tema es si con eso podés crear algo nuevo y propio", me dice por teléfono Christian Font, comunicador, crítico de cine y enorme cinéfilo, quien considera que Había una vez en… Hollywood es "una película extraordinaria". Como otro ejemplo de la posibilidad de extraer algo original de un rejunte de otros elementos, pone como ejemplo a Star Wars, que es una suma de La fortaleza escondida de Akira Kurosawa y la película británica Escuadrón 633, entre otras, pero al final es Star Wars.

Para Font, en esta última obra Tarantino toma toda su cinefilia y sus referencias desparramadas y le da orden para recrear, reinterpretar a su modo, un período histórico. "El tipo filma del carajo, es un narrador increíble", con gran habilidad para dirigir actores y una mano muy fina para las bandas sonoras. "En el universo donde siempre gana la fórmula de cómo hay que hacer las cosas, él respira una libertad bastante inaudita".

Destaca sobre todo lo que Había una vez en… Hollywood hace con Sharon Tate: que consigue sacarla de su rol de víctima del clan Manson, como se la recuerda hoy, y en cambio la inmortaliza como una estrella de cine. "¡Era buena!", dice sobre la actriz, luego de sentarse a ver The Wrecking Crew. "Es mejor verla como actriz y no como una tipa que la mató una secta de locos". Para él, lo que Tarantino hace con Tate es "a su manera, un acto de justicia".

Mariángel Solomita, periodista del diario El País, conductora de Corre cámara por TV Ciudad, secretaria de la Asociación de Críticos de Cine del Uruguay, respondió en texto: "Tarantino me parece un director súper interesante, pero no es de mis preferidos". Resalta el estilo actoral de sus películas, aunque critica "el tratamiento de la violencia como entretenimiento": "El otro día con un amigo hablábamos de que en las películas de los hermanos Coen la violencia tiene una justificación dramática, mientras que en el cine de Tarantino, no".

Yo siento que el tratamiento que Tarantino le da a una historia conocida como la secta Manson o al crimen de Tate es un evento en sí mismo, es decir queremos saber cuál es su reinterpretación y eso no lo hace un remixador, aunque tampoco un genio… Sin embargo, también me parece que se está autocitando demasiado, casi que ya es un guiño para sus fans (los pies femeninos, las mujeres bailando, la escena de los nazis).

Para mí, Había una vez en… Hollywood es una declaración de amor al cine muy entretenida y bien lograda, pero no me parece en absoluto una genialidad cinematográfica: no veo un concepto o un discurso nuevo, un lenguaje novedoso, una estética distinta, ni siquiera con respecto a su propia obra.

Para Eduardo Alvariza, mitad cinéfila de En Primera Fila, dice que Tarantino es un realizador muy bueno, que supera el "examen de las tres películas": con Perros de la callePulp Fiction Jackie Brown, para él ya "está del otro lado". Después tiene "cosas buenas", como Bastardos sin gloria, "ensayos", como las Kill Bill, y "otras más flojas" como Django sin cadenas Los ocho más odiados.

Considera que con ese panorama Había una vez en… Hollywood es menor, aunque superior a sus predecesoras inmediatas. "No es redonda", es una película "desperdigada", pero sí tiene momentos que señalan a Tarantino como "un gran cineasta": resalta la escena de DiCaprio llorando con una niña y la secuencia en el rancho Spahn.

En cuanto al exceso de referencias, Alvariza piensa que es algo a lo que se le presta atención de forma exagerada. Lo que más valora del cine de Tarantino es que sin tener grandes hits, logre siempre que se hable de su trabajo.

Es eso. Aunque como es habitual con las discusiones de arte, la respuesta no es unívoca. Me quedo con una parte de la respuesta de Mariángel Solomita: sea o no una genialidad, Había una vez en… Hollywood es un evento. Y cineastas con ese gancho quedan pocos. Qué mejor que una película que despierte debate.

Y al final, como dice el dicho, el que copia de un lado plagia, el que copia de dos, investiga.

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Etcétera es el blog de Gastón González Napoli en radiomundo.uy

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Foto: Facebook de Había una vez en… Hollywood