El Concurso de Cuentos de En Perspectiva te invita una vez más a ser parte del jurado y votar para definir el “premio de los oyentes”. Aquí están publicados los “cuentos con prejuicios” nominados por el Jurado, y al final de la página el formulario para votar.
La votación para el Premio de los oyentes cerró el jueves 16.05.2019 a las 12.43 hs. Muy pronto daremos a conocer los resultados de la votación y también los premios otorgados por el jurado.
Concurso de Cuentos de En Perspectiva 2019
Edición: primer llamado, abril de 2019
Consigna: Cuentos con prejuicios
Jurado: Juan Grompone, Alcides Abella, Gonzalo Pérez del Castillo, Ana Ribeiro y el equipo del programa Oír con los ojos
Cuentos nominados
Título: Pa las casas
Seudónimo: Sombrero Roto
La mujer, como el gato, pa las casas, dijo el casero mientras le cebaba un mate al de la derecha y continuaba su alegato con ademanes grandilocuentes. Pa las casas, repetía entre las
risotadas de los demás.
Un silencio se produjo ante la llegada del capataz, que con cara de asombro preguntó:
-¿Quién pudo encerrar el lobuno? hacía más de un mes que estaba matreriando.
-Fui yo- gritó Doña Emilia, mientras pasaba con leña rumbo a la cocina- Me tenia harta que me entrara a la quinta de noche.
***
Título: Viaje urbano
Seudónimo: Carmen Irma Pasioné
Ana subió al ómnibus y al ver a los escolares pensó: malcriados, deberían caminar, no ocupar asientos de los adultos.
Miró a los pasajeros buscando predecir sus destinos. Divisó una mujer con un bebé. Ésta baja en el Rossell -se dijo, y se paró a su lado.
El coche comenzó a llenarse y el guarda a pedir: “pasando al fondo que hay lugar”. Ana no se movía: que se corran los otros, que están como zombies con el celular.
“Un asiento para una persona mayor” -dijo el guarda. Asiento para el viejo -pensó indignada- que viaja en hora pico y está todo el día al pedo, que espere uno que venga vacío.
En Tres Cruces descendieron varias personas y Ana pudo sentarse. Subió un joven guitarrista que interpretó un popular rock.
Lo que me faltaba: este vago mugriento y ruidoso- rezongó para sí- mejor que agarre para las ocho horas. Minga que le voy a dar plata para droga.
Al bajar, Ana dijo el guarda: -creí que era punga, por como relojeó al pasaje y trancó el pasillo.
Para mí era una vieja loca -acotó el chofer.
***
Título: Varado
Seudónimo: Berriat
Los colegas de Álvarez en la academia se llevarían una gran sorpresa si vieran en el náugrafo ejemplar en el que se había convertido. Con una rutina ordenada de recolección de alimentos, movimientos corporales y ejercicios mentales, Álvarez había sorteado con creces el accidentado viaje al simposio –aquel sobre la Interculturalidad de la Lengua Española– que lo dejó varado en un archipiélago desolador. También es probable que los camaradas de Álvarez se sintieran impactados al verlo barbudo y vigoroso, aunque no se sorprenderían de la decisión de su instruido compañero en no explorar otras islas cercanas. Y es que si bien Álvarez había comprobado tempranamente la existencia de otro superviviente al recibir un mensaje en una botella, decidió que aventurarse por el autor que escribió “AUCILIO” en lugar de “¡Auxilio!” era un desperdicio de su preciado tiempo.
***
Título: Actor de reparto
Seudónimo: Lucas
El recorrido era más dificultoso de lo esperado, tal vez a causa de tanta gente a la vera del camino.
Es que, el compañero de ruta hizo que muchos salieran de sus casas, para verlo pasar, algunos para saludarlo, muchos para insultarlo.
De todos modos, llegar hasta el final le resultaría prácticamente imposible.
Tomó aliento, se imaginó que toda esa gente venía por él, y se sintió importante. No pudo esconder la sonrisa.
Al llegar al lugar, se sintió satisfecho. A partir de ahí, solo tenía que dejarse llevar, y los soldados harían el resto.
Entonces notó que había un tercer compañero, ya que éste comenzó a insultar y despotricar exigiéndole al verdadero protagonista de la escena que hiciera algo para mejorar la situación.
Le resultó tan injusto que tuvo que responder.
Después, miró por primera vez a los ojos de su otro compañero y confirmó que aún habiendo sido recibido con insultos y destratos, realmente era un rey y espontáneamente salió de su boca. “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”.
***
Título: Y me dijo que sí
Seudónimo: ánima bendita!
Muchas veces estuve a punto de animarme. Salíamos con la barra de la escuela todos los sábados. Me prometía la noche anterior que abriría mi bocota, pero sumaba decepciones.
Es que era imposible ¡Tremendo gordo por donde me mires! No consideraba la opción de ser aceptado. ¿A mí? No. ¡Imposible! Y era otro sábado que regresaba envuelto en la desesperanza y el escepticismo. La envidia se acodaba a mi lado.
Detrás de tremenda amargura, el domingo me sentaba frente a los tallarines de la abuela y no consideraba un basta. Ahí tampoco hablaba. Nunca abría la boca, salvo para llenarla de tenedores divinamente cargados.
Y el lunes otra vez: escuela, planes para el sábado. ¡Vamos que podés! Y con cada recreo sumaba ganas.
Conté veinticinco sábados. Como medio año. Entonces, este gordo se animó. Me acerqué a los flacos, estilizados y rápidos compañeros y levanté la pelota. Me miraron sorprendidos. Dije: ¡quiero jugar! El mejor de los delanteros me dijo: sí, claro.
Y entramos a la cancha.
***
Título: Malacría
Seudónimo: Cayetana
La veía venir y se me congelaba el alma.
Verla y correr al cuarto más lejano era casi simultáneo. Estaba un buen rato allí hasta que pasara.
¡Qué temible aquella mujer!
En el barrio le decían: rusa, polaca, bruja, loca, que llegó de polizona, que vive en una cueva y más.
Malacría era alta, flaca, debajo de sus harapos, la veía toda marrón, salvo sus ojos claros, que resaltaban en aquella cara curtida por el sol y la mugre.
Al hombro llevaba una bolsa tan sucia como el resto.
Fue la gran amenaza de mi niñez en un barrio lleno de comercios y oficinas, carente de niños con quien compartir este terrible tormento.
Un día estaba dando vueltas a la manzana en la bici que me dejaron los Reyes y al doblar la esquina, ¡casi la atropello! Tomó el manillar, me miró fijo con aquellos ojos verdes y su voz ronca dijo: ¡No me tengas miedo! ¡Solo pido pan!
Desde ese día, dejó de existir en mi vida La Vieja de la Bolsa y siempre que pude le conseguí pan, torta o algo que me quedara fácil sin avisar a los grandes de mi nueva amistad.
***
Título: Cerrazón
Seudónimo: Albino
A pesar de la cerrazón apuró un poco el trote del caballo, ansiaba ver a Teresita, su hija de cinco años. Se parecía mucho a la madre, fallecida unos meses atrás. Seguramente la encontraría con Jacinto, de igual edad, el hijo del puestero de su estancia.
Ahora, casi veinte años después, seguía lamentando aquella decisión. Recordaba al caballo parándose repentinamente de manos, él cayendo hacia atrás y luego la oscuridad de la que ya nunca saldría. El golpe en la nuca lo dejo ciego.
Teresa lo seguía acompañando. Le preocupaba bastante que aún no tuviera pareja, aunque últimamente la veía más sonriente, alegre, como si algo hubiera cambiado.
Le llegó un rumor que no quería creer: habían visto a su hija y Jacinto caminando tomados de la mano. -Tomados de la mano- Repitió ahora en voz alta.
Con el puño golpeó la mesa y otra vez alzando la voz -No puede ser Jacinto. ¡Con el negro Jacinto no!
***
Título: Psicología industrial
Seudónimo: Ceferino Veloso
De vuelta del turno de la noche, bajo la llovizna fría, allá parado en la siguiente esquina estaba Amarilla, el mismo que había hecho sacar por encontrarlo ebrio en el puesto.
Apenas controló el susto y mantuvo el paso. Amarilla ensayaba cara de malo. “Estos tipos –pensó, o recordó que alguien le dijo– no reaccionan en frío. Son incapaces.” Siguió caminando como si nada, sin sacar las manos de los bolsillos y hasta mostrando un gesto sobrador. Y le pareció que al otro le entraba como la duda ante su falta de prevención. Piensa “Estos tipos tienen que discutir para calentarse en serio. Los insultos. Las amenazas, los empujones, todo ese circo, antes de llegar a las manos”.
Ahora llegó a la esquina y a Amarilla ya lo vio francamente desconcertado. Le largó un “buenas noches, Amarilla” cuando estaba a dos pasos y el otro respondió no escuchó bien qué con una
vocecita aflautada. Le pasó al lado como si nada.
Ya se sentía triunfal cuando le entró el acero bajo la tercera costilla.
***
Título: Sin título
Seudónimo: Flores en Otoño
Navegando por internet una mañana de domingo, no sé por qué razón salió En Perspectiva. Decidí investigar qué era y salió un llamado a un concurso de cuentos cuyo tema era “Cuentos con prejuicios”. Sentí curiosidad por las bases del concurso, y deseos de enviar un cuento.
Pensé en muchas maneras de hacerlo, y me dije a mí misma: “no me sale nada”. No enviaré, porque igual no será el mío el elegido.
Porque siento que no tengo nada importante para decir (posiblemente, cuando comiencen a leerlo, ni siquiera lo terminen de hacer), dejé a un lado el deseo de hacerlo.
Al otro día, ya en un nuevo amanecer, pensé: “yo misma creo mis propias barreras, cuando permito que mi mente genere prejuicios”. Y decidí enviar esta historia.
De ahí sentí que estaba comenzando a vencer los prejuicios que me llenan de miedo al rechazo, y no me permiten siquiera dar el primer paso, camino hacia los sueños.
***
Título: La esquina
Seudónimo: Mafalda
Adrián de once años y su hermana Romina hacían todos los días el mismo recorrido para llegar a la escuela, acompañados por su mamá. A la hora que regresaban, en la esquina de su casa, siempre había un grupo de muchachos reunidos charlando y tomando mate; y en ese lugar su madre se cruzaba para la otra acera, sin siquiera mirar.
Mamá, preguntó un día Adrián, ¿qué hacen esos chicos de ahí? ¿Y por qué pasamos lejos?
No lo sé, contestó su madre, pero seguro nada bueno.
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Título: La vieja que me salvó
Seudónimo: Mintencito
Toqué fondo- dije a Marta, entre lágrimas y desconfianza, aquella mañana gris de julio, cuando acudí por primera vez a terapia, a instancias de mi esposa. Se me dificultaba hablar, respirar, mantenerme en tiempo presente, estaba desesperado. Lloré toda la primera sesión mientras la anciana me observaba; me puse en sus manos con más dudas que certezas. El fallecimiento de mi madre y problemas laborales me habían incapacitado socialmente. Marta me escuchaba pacientemente, me guiaba en el transcurso de las consultas y de los meses, aplicaba en mi causa su experiencia de una vida en atención clínica.
Estás curado de tu depresión querido- dijo Marta en diciembre, con la seguridad de quien pese a sus 73 años desarrolla su trabajo como el primer día, actualizándose permanentemente a la par de un profesional junior. Feliz, la besé y le agradecí, antes de irme a mi casa, donde me esperaba mi familia y el resto de mi vida.
Tus prejuicios los trataremos en la próxima sesión- agregó.
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Título: Madrecelda
Seudónimo: Lala M
Que la próxima marcha “Ni una menos” en su localidad, pudiera llevar su nombre y su foto encabezándola, era motivo de preocupación para ella.
Había comenzado terapia de grupo. Quien lideraba la misma era un veterano psicólogo de la capital. Él se había interesado mucho por su caso, creía que urgía una denuncia. Sus hijos estaban al tanto y la apoyaban incondicionalmente. Solo faltaba anoticiar a su madre, una mujer de principios de los años cuarenta, amarga, machista, conservadora…
Aquellas recias palabras eran el total reflejo de su ser.
-¿Acaso quieres ser la comidilla del pueblo? Definitivamente no te lo permitiré.
En las siguientes sesiones de terapia hubo una silla vacía.
***
Título: Por el camino largo
Seudónimo: Marfer
Orlando Viana había llegado hasta el 2300 de la calle Andes y lo que lo mantenía demorado en llamar fue su aspecto. De su hombro derecho colgaba una mochila con una muy cuidada selección de
fotografías. Todo lo contrario era su presencia personal; para quien se dedica a documentar vida silvestre, ésta va quedando en segundo plano y trazas de barro en ropa eran parte del paisaje. Ya meditado el asunto tocó timbre, algo que hubo que reiterar a los pocos minutos; mientras, tras los vidrios se veía a la gente pasar de acá para allá. Aquella oficina gestionaba la filial de un importante banco internacional de imágenes. Finalmente a través de un moderno video-portero la misma muchacha que podía verse desde afuera pronunció “¿sí?”; y explicado el motivo se escuchó “aguarde un momento por favor”. La paciencia era uno de los pilares de su profesión y allí donde casi 20 minutos atrás relojeaba su atuendo, Orlando daba un vistazo a su trabajo mientras pensaba “¿y éstos quienes piensan que son?”.
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Título: Cordón Sur
Seudónimo: Malvina
Cuando me llamó una amiga, compañera de trabajo de hace cuarenta años, dejé la aspiradora y el trapo y, así como estaba, me fui a tomar un café con ella. Un comentario llevó a otro y se hizo casi de noche.
La calle estaba oscura, con pocas luces encendidas.
Recorrí las diez cuadras de vuelta a mi casa a esa hora en que la gente ya se volvió de la rambla y todavía no abrieron los boliches.
En eso veo que se acercaba un muchacho con camiseta de Cerro que llevaba una cerveza de un litro en la mano.
“Hmm, todo mal -pensé- todo mal; ojalá hubiera alguien más en la vereda”.
Ya muy cerca, el chico me miró y dijo: “Estás muy linda, me gusta esa remera”.
Y cada cual siguió su camino.
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Título: Sin título
Seudónimo: Morito
Barrió inquieta las hojas pegadas a las baldosas. Lo recordaba flaco, barba y ropas gastadas, cruzando la calle, sin mirar. Aún veía sus ojos claros, sonrientes y tristes cuando ella le dijo, en una mezcla de temor y asco: ¡Andáte pichi a dormir a otro lado!
La puerta de al lado se abrió, y la vecina miró la alfombra de otoño.
-Buen día Mirta. ¿Sabe algo?
-Lo trajeron a la otra esquina. Allí viene con el yeso en el pie, rengueando con el perro al lado, que no lo abandona. Pensé que el auto lo había matado cuando cruzó de espaldas, mirándote.
-No entiendo, pudiendo dormir en cualquier lado viene de nuevo a nuestra cuadra.
-Este es su lugar. ¿Te acordás cuando caminábamos juntos a la escuela? Te miraba igual que ahora.
-No sé… No me acuerdo.
Empezó de nuevo la lluvia. ¡Barrí inútilmente la vereda!
Las gotas caían sobre el rostro flaco que las miraba sonriente.
-Voy a traer la sombrilla vieja que tengo. En verano no voy a usarla. Está un poco rota.
-Yo traigo un caldito caliente.
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Título: No creía en fantasmas
Seudónimo: Ged Falcon
Toda mi vida fui científico. Medía, estudiaba, buscaba evidencias, publicaba. Por eso no podía soportar a mi hermano.
Yo nunca creí en los fantasmas. Y justo a mí me tocó un hermano que supuestamente era un médium.
Jamás lo toleré. Chanta, estafador, enajenado, cada vez que lo veía se me formaban las palabras en la boca y casi casi no aguantaba gritarle eso en la cara. Las reuniones familiares eran insoportables. Yo lo dejaba hablar sin escucharlo, sin hablarle, odiando a toda la familia, que en cada cumpleaños escuchaba sus historias, atentos, a su alrededor.
Hasta aquella noche.
Estaba oscuro, silencioso, algo se movió en los arbustos, el inofensivo gato negro me asustó de muerte al salir como un bólido.
Mi desgastado corazón no lo soportó y dejó de latir para siempre.
Desde entonces, ya no tengo aquel prejuicio, y la comunicación familiar ha mejorado notablemente.
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Título: Antes era mejor
Seudónimo: Pedrense
El pasado era diferente, no existía tanta hipocresía, tanto prejuicio y tanta violencia.
Por ejemplo, el otro día un hombre tuvo que frenar de golpe porque una mujer se detuvo para estacionar y por supuesto le dijo de todo, que si tenía espejo solo para mirarse ella, que no saliera a manejar si no aprendía y que fuera a lavar los platos. Creo que el hombre no tenía razón, era viejo, no veía bien y tampoco tenía buenos reflejos; creo que a esos viejos no tendrían que habilitarle la libreta de chofer. Antes no pasaba, porque había menos autos en las calles y las mujeres casi no manejaban.
Ayer mismo, vi dos chicos gais que iban de la mano y varios se daban vuelta para mirarlos. Yo digo: ¿esas personas de que se asustan? Dejen que se expresen. Pienso, esos chicos tenían necesidad de ir de la mano provocando y peor aún, uno era de color.
Por eso digo, antes era mejor, no se veían estas cosas, había menos prejuicios. Por suerte yo estoy fuera de todo eso.
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Título: Imposible
Seudónimo: Nadie
Al enterarse del concurso, aquel afamado escritor, multipremiado, reconocido en el país y la región por su obra narrativa y poética; se frotó las manos, y con avidez se volcó a escribir un relato ganador.
El desafío era interesante. Consistía en escribir un relato corto, que tratara sobre los prejuicios. Se le ocurrían infinidad de ideas para comenzar, al menos una por prejuicio
existente.
Sin embargo, a poco de arrancar, ya no sabía cómo seguir. Quedaba bloqueado a mitad del desarrollo, sin saber cómo hacer para que el relato no pareciera un panfleto, o el desenlace se hiciera previsible.
Lo intentó una, dos, tres, cuatro veces… hasta completar la veintena de manuscritos tirados en la papelera. “¡Es imposible escribir una buena historia sobre esto! ¡Nadie lo puede hacer!”, exclamó, fastidiado, y abandonó la tarea.
Ganó un relato titulado “Prejuicio”. Contaba la historia de un escritor que juzgaba imposible escribir una buena historia sobre prejuicios.
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Título: Una fija
Seudónimo: Ro
Entraron al bar de la mano. Ocuparon una mesa cercana al mostrador, y tras una seña de él se acercó el mozo.
Ella ordenó.
-Un café y una grappa, por favor.
Pronto retornó el mozo con el pedido. Con esmero le sirvió a ella el café, con los terrones de azúcar y el agua. A él le sirvió la grapa, y se retiró.
Entre risas discretas se intercambiaron las bebidas.
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Título: Competencia
Seudónimo: Yomismo
Jaime y Mariluz competían en las plantaciones que hacían en el jardín, de tal modo que me hacían pensar que cualquier cosa podía pasar. Cada uno tenia la misma superficie del terreno, plantaba las mismas plantas y al mismo tiempo. Cada tres o cuatro meses, dependiendo de las plantas, Javier, que es agrónomo, hacía de jurado y decidía los premios.
Siempre me preocupó el nivel a que había llegado la competencia pero ésta fue mayor cuando, estando en mi cuarto del segundo piso, miré por la ventana y vi a Mariluz echando un puñado de algo oscuro en la base de cada planta en el terreno de Jaime.
No dije nada, y a los dos o tres días, las plantas comenzaron a languidecer y las flores a marchitarse.
Nunca me sentí peor. Sin embargo, en pocos días éstas comenzaron a recuperarse y, a fines de ese mes, nunca estuvieron más lindas las plantas y Jaime ganó todos los premios.
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Título: Segundo sexo
Seudónimo: Relativa
Él se levantaba tarde y se recluía hasta la madrugada en su estudio, envuelto en papeles, letras, números y muchas correcciones.
Ella se ocupaba de la casa y de los dos niños chicos, como toda joven mujer casada de ese tiempo. Lucía siempre prolija y hermosa.
Aunque tenía vedado entrar al escritorio de su marido, cada mañana le desobedecía.
Mientras él descansaba, ella leía ansiosa los apuntes secretos. Aprobaba sonriendo los avances logrados y se sorprendía al descubrir errores casi infantiles. Ambos habían estudiado juntos y ella sabía bien lo que él buscaba.
Varias veces estuvo a punto de revelarle la fórmula final que él encontró diez años más tarde. Ella solo se animó un día a imitar la letra de él al estampar al pie de una hoja borroneada una afirmación que haría historia: “Es más fácil destruir un átomo que un prejuicio.”
Él creyó que la había escrito en la esquiva frontera del sueño y se felicitó por su hallazgo.
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Título: La presentación
Seudónimo: Tana
La mamma se había levantado muy temprano, hizo la masa y la puso a descansar. Empezó a picar las cebollas y morrones para la salsa. Era domingo, pero no uno cualquiera, el nene traerá a presentar a su nueva novia. La anterior no le había gustado nada a su madre.
– Ni cocinaba, ni limpiaba, le interesaba solo la ropa y los perfumes. Menos mal que la dejó – decía mientras cortaba los tallarines. Su hijo, con eso del estudio y el trabajo, está muy lejos de la casa paterna y así la mamma no puede decirle lo que le conviene.
Llegaron. Elsa -su madre- pegó un gritó a su esposo para que fuera a recibirlos mientras se quitaba el delantal. La muchacha alta, morocha de pelo largo, vestida con unos jeans ajustados y un buzo diminuto se acercó sonriente a saludar a su suegro. La mamma que venía un poco más atrás limpiando sus manos en un repasador susurró “bue…vamos de mal en peor, con las uñas pintadas como las trae ni un plato ha de saber lavar”.
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Título: Sin título
Seudónimo: Tata
Un modesto músico callejero detuvo su andar en pleno Times Square, en la esquina de la Séptima y la 42. Le gustó el lugar, colocó una boina en el suelo, y sin apuro, sacó su violín de un gastado estuche de cuero. Era una hora pico de mucho público y la gente lo esquivaba molesta.
Comenzó a tocar. Algunos transeúntes se paraban a escucharlo, no todos dejaban una moneda en la boina.
El violinista estaba ejecutando una obra de rápidas y difíciles escalas cuando una mujer se detuvo con mucho interés.
-Lo felicito –le dijo al terminar-. Ayer justamente escuché en el Carnegie Hall esta misma obra de Paganini interpretada por Dmitri Meshkov, un artista maravilloso que toca su propio Stradivarius. Lloré de la emoción.
-¿Cuánto le salió la entrada?- le preguntó un joven del público.
-200 dólares, pero valía la pena.
-Señora, ¿y ahora por qué no llora? Ha vuelto a escucharlo gratis. Mire hacia allá: estamos con la cámara oculta del Canal NBC4 de New York.
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La votación para el Premio de los oyentes cerró el jueves 16.05.2019 a las 12.43 hs. Muy pronto daremos a conocer los resultados de la votación y también los premios otorgados por el jurado.
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Concurso de Cuentos de En Perspectiva, llamados anteriores
Foto: Golden Rule («Regla de oro»), de Norman Rockwell (1894-1978), óleo sobre lienzo, ilustración para The Saturday Evening Post, 1 de abril de 1961. Crédito: Norman Rockwell Museum Collections/SEPS: Curtis Licensing.