Editorial

Lenguaje y democracia

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Por Fernando Butazzoni ///

Para muchas personas el lenguaje verbal, la ortografía y la sintaxis, ya no representan un problema. En algunos casos porque no consideran importante ni la forma de hablar ni cómo escribir, y en otros porque ni siquiera tienen la capacidad de entender el significado de esos conceptos. Esta afirmación, que en el pasado podía considerarse un pecado de elitismo intelectual, ahora es un reclamo que apunta justamente contra las élites, responsables de ese menoscabo.

El año pasado, en un artículo firmado por Farhad Manjoo en el New York Times, se recogían algunas de las múltiples fallas ortográficas con las que el presidente de los EEUU, Donald Trump, adornaba sus tuits y, en algunos casos, los extraños giros sintácticos de sus discursos. En Uruguay tenemos el caso de José Mujica, tan florido como esdrújulo con los verbos. En España, Carles Puigdemont le envió en su momento una carta al presidente del gobierno, Mariano Rajoy, con varios errores de ortografía.

La enfermedad se ha extendido por todo el mundo a gran velocidad. En nuestro idioma han sido varios los expertos que, tras alertar acerca del problema, han propuesto el más sencillo y sensato de los remedios: leer. Todos coinciden en que la lectura está en la base misma de la calidad del lenguaje verbal, y todos aseguran que la creciente pérdida de hábitos de lectura facilita la expansión de esa pandemia.

El tema por cierto que da para hacer bromas y contar anécdotas, pero les aseguro que no es gracioso. En el fondo, respetar las normas básicas del idioma forma parte sustancial de las reglas de convivencia que nos permiten actuar en la vida social de manera inteligible para los demás. El llamado lenguaje “ñeri” (antes pasó con el “plancha”) empleado por sectores marginados de la sociedad uruguaya, muestra con claridad cómo se vinculan las rupturas lingüísticas −construidas desde la ignorancia− con quiebres sociales de difícil reversión.

De manera habitual nos hemos acostumbrado a ver en diarios, semanarios y revistas, en los sobreimpresos de la tele y hasta en algunos documentos oficiales errores ortográficos y sintácticos de grueso calibre. No quiero poner ejemplos porque escarnecer a los culpables no sirve de nada, ni siquiera cuando se trata de gente llena de soberbia. Pero me pregunto si en esta fiebre universal de incomprensión lectora y dificultades lingüísticas no se halla también una de las causas del debilitamiento del espíritu democrático, tan apreciable hoy en día en muchos países de América y Europa.

Con frecuencia se habla de la calidad de la educación, pero poco de la calidad del pensamiento. Los humanos tenemos la capacidad de razonar, informarnos, aprender, elaborar hipótesis, sacar conclusiones, dudar y creer. En la base de todo eso, es decir en la base del pensar, hay un lenguaje. Y, aunque duela, hay que admitir que de unos años para acá hay cada vez más gente menos informada, que piensa con un lenguaje construido con emoticonos, y que actúa en consecuencia.

Como resultado tenemos sociedades menos tolerantes, atrapadas en esquemas de emociones básicas, con escaso poder de crítica y reflexión. Es decir: sociedades más proclives a la barbarie contemporánea, que se expresa en la desinformación de los ciudadanos y en la frivolidad de muchos gobernantes.    

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 14.11.2018

Sobre el autor
Fernando Butazzoni (Montevideo, 1953) es escritor, periodista y guionista, integra La Mesa de En Perspectiva. Fue tupamaro y en 1972 debió iniciar un largo exilio que lo llevó a vivir en distintos países de América Latina y Europa. Combatió junto al Frente Sandinista en la guerra popular de Nicaragua. Dirigió revistas y fue corresponsal de guerra. Entre 2010 y 2013 ejerció la presidencia del Sodre. Por su obra literaria ha recibido premios nacionales y extranjeros. Entre sus publicaciones más recientes figuran Las cenizas del Cóndor (2014), La vida y los papeles (2016) y Una historia americana (2017).