Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi
Como todos los años por estas fechas, el viernes pasado largó el Giro d’Italia, un clásico del ciclismo, tal vez la competencia por etapas más importante después del Tour de France, y una de las más antiguas: en 2018, el Giro deja atrás la curva del siglo y empieza su segundo centenario. Desde hace tres días, hay 175 ciclistas pedaleando. A esos corredores, distribuidos en 22 equipos, les quedan todavía tres semanas para cruzar, si todo va bien, la línea de llegada en Roma.
No sorprende que el Giro d’Italia termine en la capital italiana. Menos habitual es que la grande partenza de este viernes haya sido en Jerusalén, y que las tres primeras etapas de la edición 2018 se hayan cumplido en Israel: el sábado entre Haifa y Tel Aviv, y ayer entre Beersheva y Eilat, antes de retomar mañana, ya en Italia, en Sicilia más exactamente, con la cuarta etapa entre Catania y Caltagirone.
Este inicio a 2.300 kilómetros de la península –como si la Vuelta Ciclista del Uruguay largara en La Paz, por ejemplo– es el primero fuera de Europa y se debe a un homenaje. Póstumo. El homenajeado fue un ciclista, un gran ciclista, un ciclista excepcional. Gino Bartali. Un mito.
Bartali ganó tres veces el Giro d’Italia, en 1936, 1937 y 1946, y dos veces el Tour de France, en 1938 y 1948. En esa estadística, reina sin embargo el campionissimo Fausto Coppi, ganador del Giro en cinco ediciones (1940, 1947, 1949, 1952 y 1953), y del Tour de France también dos veces, en 1949 y 1952. Bartali versus Coppi, el duelo de la ruta que dividió al país en dos en la época de oro del ciclismo italiano, hasta que Bartali se retiró en 1954, y Coppi murió de malaria en 1960.
Coppi era cinco años más joven, y quizá otra habría sido la historia si la Segunda guerra mundial no hubiera interrumpido la carrera de Bartali, tal como interrumpió la disputa del Giro entre 1941 y 1945. ¿Qué hizo Bartali en esos años? Mantenerse entrenado, recorriendo cientos de kilómetros entre Florencia, Viareggio, Génova, Asís. Siempre los mismos trayectos, siempre bajo la mirada poco suspicaz de las milicias fascistas y también de las unidades SS, cuando en 1943 el régimen de Mussolini se desmoronó y la Alemania nazi invadió Italia. El campeón pasaba, una y otra vez, solo en su bicicleta, para conservar la forma a la espera de tiempos mejores.
Bartali murió en mayo del año 2000, sin haberle dicho a nadie que en aquellos entrenamientos llevaba la bicicleta llena de papeles: en el asiento, en los tubos del cuadro, en el manubrio, viajaban documentos falsos que debían ir a parar a manos de judíos refugiados en la clandestinidad, cuando la persecución, las deportaciones y las matanzas arreciaban. “No me esperen, que llego tarde”, le decía el ciclista a su familia; “voy a hacer un lungo”, un entrenamiento de larga distancia.
“Il bene si fa, ma non si dice”, solía repetir Bartali, según su hijo Andrea. “Il bene”, en este caso, significó permitir la escapatoria de unas 800 personas, poniendo las piernas y la bicicleta al servicio de una red de salvataje montada por el rabino y el arzobispo de Florencia, Nathan Cassuto y Elia Angelo Dalla Costa. Gino no tenía un contacto directo con los destinatarios de los papeles que transportaba, pero sí lo tuvo con Giorgio Goldenberg, que vivió escondido con su familia, primero en el apartamento y luego en el sótano de la casa de Bartali en Florencia hasta el final de la guerra.
Goldenberg escapó así de las razias, emigró a Israel, pasó a llamarse Shlomo Paz, y en 2010 dio al diario italiano Pagine Ebraiche el testimonio que los centenares de judíos salvados gracias al pedaleo de Bartali no pudieron dar. “Ginetaccio” tiene hoy su nombre grabado en el muro de honor del Jardín de los Justos en el memorial de Yad Vashem, en Jerusalén. En Jerusalén largó este viernes el Giro d’Italia. La primera etapa fue contrarreloj. De carreras como esas, contra el tiempo, sabía Gino Bartali.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 07.05.2018
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.